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¿Shaitan?

—Es árabe; significa «adversario». El adversario de Dios. La Iglesia escogió una palabra árabe porque lo consideraba un idioma impuro. —Langdon vaciló un instante—. Shaitan es la raíz de la palabra... «Satanás».

La expresión del director evidenciaba su intranquilidad.

—Señor Kohler —dijo Langdon con voz sombría—, ignoro cómo ha aparecido esa marca en el pecho de ese hombre... y por qué... Pero está usted ante el símbolo perdido del culto satánico más antiguo y poderoso.

CAPÍTULO 10

El callejón era estrecho y estaba desierto. Ahora, el hassassin caminaba con rapidez y en sus ojos negros se traslucía la excitación que sentía. Cerca ya de su destino, las últimas palabras de Janus volvieron a resonar en su mente. «La segunda fase comenzará en breve. Descanse un poco.»

El hassassin dejó escapar una risita de suficiencia. Llevaba despierto toda la noche, pero dormir era la última cosa en la que podía pensar. Dormir era para débiles. Al igual que sus antepasados, él era un guerrero, y su gente no dormía una vez que la batalla había comenzado. Esta batalla sin duda ya lo había hecho, y suyo había sido el honor de derramar la primera sangre. Ahora tenía dos horas para celebrar su gloria antes de regresar a su tarea.

«¿Dormir? Hay formas de relajarse mucho mejores...»

El apetito por el placer hedonista era algo que había heredado de sus antepasados. Sus ancestros se entregaban al hachís; él, en cambio, prefería otro tipo de gratificación. Se enorgullecía de su cuerpo, una afinada y letal máquina de matar que, a pesar de su herencia, él se negaba a contaminar con narcóticos. Había desarrollado una adicción más vigorizante que las drogas... Una recompensa mucho más sana y satisfactoria.

Cada vez más excitado, el hassassin apresuró el paso. Finalmente, llegó a una anodina puerta y llamó al timbre. Una mirilla se deslizó hacia un lado y dos suaves ojos castaños lo evaluaron. Luego la puerta se abrió.

—Bienvenido —dijo una elegante mujer, y lo guio hasta un salón de bonitos muebles y tenue iluminación. El aire olía a perfume caro y almizcle. La mujer le entregó un álbum de fotografías—. Avíseme cuando haya hecho su elección. —Y desapareció.

El hassassin sonrió.

En cuanto se sentó en el diván afelpado y colocó el álbum de fotos sobre su regazo, sintió la punzada del deseo carnal. Aunque su gente no celebraba la Navidad, imaginó que así debía de sentirse un niño cristiano ante una pila de regalos, justo antes de descubrir las maravillas que escondían en su interior. Abrió el álbum y examinó las fotografías. Toda una vida de fantasías sexuales le devolvió la mirada.

Marisa. Una diosa italiana. Ardiente. Una Sophia Loren joven.

Sachiko. Una geisha japonesa. Ágil. Gran experta.

Kanara. Una despampanante visión negra. Musculosa. Exótica.

Examinó el álbum de arriba abajo un par de veces e hizo su elección. Luego presionó un botón que había en una mesita contigua. Un minuto después la mujer que le había abierto la puerta volvió a aparecer. Él le indicó su selección. Ella sonrió.

—Sígame.

Tras resolver la cuestión económica, la mujer realizó una llamada. Luego esperó unos minutos y lo condujo por una escalera de caracol hecha de mármol hasta un lujoso pasillo.

—Es la puerta dorada del final —dijo—. Tiene usted gustos caros.

«Natural —pensó él—. Soy un entendido.»

El hassassin recorrió la extensión del pasillo como una pantera que anticipara una comida largamente pospuesta. Cuando llegó a la puerta sonrió para sí. Ya estaba entreabierta..., dándole la bienvenida a su interior. Él la empujó, y la puerta se abrió silenciosamente.

En cuanto vio su selección, supo que había escogido bien. Estaba exactamente como la había pedido... Desnuda, tumbada de espaldas y con los brazos atados a los postes de la cama con gruesos cordones de terciopelo.

Cruzó la habitación y pasó un oscuro dedo por el marfileño abdomen de la mujer. «Anoche maté —pensó—. Tú eres mi recompensa.»

CAPÍTULO 11

—¿Satánico? —Kohler se limpió la boca e, inquieto, se revolvió en su silla—. ¿Es el símbolo de una secta satánica?

Langdon comenzó a dar vueltas por la habitación congelada para mantenerse en calor.

—Sí, los illuminati eran satánicos, pero no en el sentido moderno del término.

Rápidamente le explicó que, si bien la mayoría de la gente creía que las sectas satánicas estaban formadas por fanáticos devotos del diablo, históricamente se trataba de gente culta que se oponía a la Iglesia. Shaitan. Los rumores de magia negra, sacrificio de animales y el ritual del pentágono no eran más que mentiras propagadas por la Iglesia para difamar a sus adversarios. Con el tiempo, quienes se oponían a la Iglesia y querían emular a los illuminati empezaron a creer esas mentiras y a ponerlas en práctica. Y así nació el satanismo moderno.

Kohler dejó escapar un gruñido.

—Todo eso es historia antigua. Yo quiero saber cómo ha llegado este símbolo hasta aquí.

Langdon suspiró profundamente.

—Ese símbolo fue creado por un artista anónimo del siglo XVI a modo de tributo al amor que Galileo sentía por la simetría, y pasó a ser una especie de logotipo sagrado para los illuminati. La hermandad mantuvo el diseño en secreto, supuestamente con la intención de revelarlo únicamente cuando hubieran amasado suficiente poder para resurgir y llevar a cabo su objetivo final.

Kohler parecía inquieto.

—Entonces, ¿ese símbolo significa que los illuminati han resurgido?

Langdon frunció el entrecejo.

—Eso es imposible. Hay un capítulo de la historia de los illuminati que todavía no le he explicado.

—Ilústreme —dijo Kohler alzando la voz.

Langdon se frotó las palmas de las manos mientras repasaba mentalmente cientos de documentos que había leído o escrito sobre la hermandad.

—Los illuminati eran supervivientes —comenzó—. Tras huir de Roma, viajaron por toda Europa en busca de un lugar seguro en el que reagruparse. Y fueron acogidos por otra sociedad, una hermandad de adinerados constructores bávaros llamada francmasonería.

Kohler parecía desconcertado.

—¿Los francmasones?

Langdon asintió. No le sorprendía que Kohler ya hubiera oído hablar de ellos. La hermandad de los masones contaba con más de cinco millones de miembros en todo el mundo, la mitad en Estados Unidos, y más de un millón en Europa.

—Pero los masones no son satánicos —declaró Kohler con repentino escepticismo.

—Desde luego que no. La francmasonería fue víctima de su propia benevolencia. Tras acoger a los científicos fugitivos en el siglo XVIII, la masonería se convirtió, involuntariamente, en una fachada para los illuminati. Éstos fueron ascendiendo poco a poco en sus rangos hasta alcanzar las posiciones de poder de las logias. Así, sin hacer ruido, restablecieron su hermandad científica en lo más profundo de la masonería, convirtiéndose en una especie de sociedad secreta dentro de una sociedad secreta. Luego utilizaron la red de contactos mundial de las logias masónicas para extender su influencia.

Langdon aspiró una fría bocanada de aire antes de proseguir.

—La erradicación del catolicismo era el principio que regía a los illuminati. La hermandad sostenía que el dogma supersticioso que defendía la Iglesia era el mayor enemigo de la humanidad. Temían que si la religión seguía promoviendo un mito pío como hecho absoluto, el progreso científico se detendría, y la humanidad se vería abocada a un futuro de ignorancia y guerras santas sin sentido.