Выбрать главу

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni el registro en un sistema informático, ni la transmisión bajo cualquier forma o a través de cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación o por otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.

Diseño de cubierta: Víctor Viano Ilustración de cubierta: Horacio Elena Título originaclass="underline" Aisling (Book 8 ofÍndigo)

© 1993 by Louise Cooper

© Grupo Editorial Ceac, S. A., 1994

Para la presente versión y edición en lengua castellana

Timun Mas es marca registrada por Grupo Editorial Ceac, S. A

ISBN: 84-7722-415-3 (Obra completa)

ISBN: 84-7722-522-2 (Libro 8)

Depósito legaclass="underline" B. 11. 165-1994 Hurope, S. L.

Impreso en España - Printedin Spain

Grupo Editorial Ceac, S. A. Perú, 164 - 08020 Barcelona

«Las cosas y las acciones son lo que son, y sus consecuencias serán lo que deban ser: ¿para qué, entonces,

desear que nos engañen?» Obispo Joseph Butler (1692-1752)

A Sophie Mounier, que ha conseguido dar vida a mis personajes

con sus dibujos

de la misma forma en que yo lo he intentado con la palabra

escrita.

PRÓLOGO

Los grandes cargueros del continente oriental se han ganado, y con justicia, el título de monarcas de los mares. Capitaneados por los mejores patrones, que pueden elegir a su gusto entre la flor y nata de los marineros del mundo, transportan sus cargas de norte a sur y de este a oeste, y su reputación en todos los puertos lo bastante grandes para aceptar su gran calado no tiene parangón.

El Buena Esperanza se encuentra entre los mejores de tales decanos, y es bien conocido en Ranna, el más importante de los puertos marítimos de las Islas Meridionales. Pero, en este último viaje a las islas, el Buena Esperanza transporta sin saberlo a un marinero excepcional entre su tripulación, alguien para quien el destino de la nave es de una importancia vital y desesperada.

Durante cincuenta años la muchacha ha vagado por el mundo, inalterable, sin envejecer, inmortal. Al abandonar su país de origen su nombre era otro y más agradable, pero ahora se la conoce sólo como índigo; palabra que, en la tierra que la vio nacer, designa el color del luto.

Índigo ha conocido mucho dolor y aflicción durante su larga estancia en el mundo, aunque durante este vagabundeo también ha tenido muchas experiencias y aprendido muchas Lecciones que han transformado su vida. Ha conocido el amor y el odio, la amistad y la enemistad, la felicidad y el dolor; y el experimentarlos le ha servido para enfrentarse y reconciliarse con muchos aspectos de su propio yo.

Índigo ha derrotado a seis demonios; demonios que procedían del interior de su espíritu, cada uno de los cuales se ha reflejado en las tierras y las gentes que ha conocido. Pero en estos momentos está dejando atrás el recuerdo de esas tierras, ya que la única esperanza, que la ha impulsado siempre adelante, que ha inspirado cada una de sus misiones y cada una de sus pruebas, se encuentra finalmente a su alcance. Durante cincuenta años se ha aferrado a la seguridad de que su gran amor, Fenran, seguía con vida... y por fin sabe dónde lo encontrará.

Índigo regresa a casa. Regresa al país del que fue exiliada, al reino de su propio padre. Otra familia real gobierna ahora desde el trono de Carn Caille, y no queda nadie que pueda recordar a la joven y temeraria princesa que acarreó tal desgracia a su hogar. O casi nadie... pues en estas islas, en la árida tundra que separa los exuberantes pastos verdes de la helada inmensidad del desierto polar, índigo sabe que Fenran espera. Espera a que ella lo libere de medio siglo de existencia en el limbo, para volver a vivir, para volver a amar. Este es el viaje definitivo, y la conduce hasta aquello que más anhela su corazón.

Ha derrotado a seis demonios... pero los demonios eran siete. Todavía queda uno. Y en su impaciencia, en su alegría ante la reunión que la aguarda, a lo mejor ha olvidado que aquello que pueda encontrar fuera de sí misma, también debe buscarlo en su interior....

CAPÍTULO 1

—De modo que ahora lo ves. —El fornido marinero scorvio movió el brazo en un gesto que abarcaba todo el cielo oriental, y su agradable rostro curtido por el sol se arrugó en una mueca de satisfacción—. Nubes altas que pasan a toda velocidad, como colas de caballo, con las otras nubes grandes detrás... ¿cómo dices que las llaman en tu idioma?

La mujer que se encontraba junto a él ante la barandilla del barco le devolvió la sonrisa.

—Cúmulos.

—Cúmulos. Sí. Uno de estos días lo recordaré. —Le dio una palmada amistosa en el hombro que la hizo tambalearse hacia atrás—. Bueno, sea como sea, lo ves. Colas de caballo arriba, cúmulos abajo, y todas moviéndose contra el viento. Eso quiere decir que ahí está. Gran tormenta, vendaval, lluvia, todo. —Su sonrisa se ensanchó como si disfrutara vivamente con la perspectiva—. Te apuesto algo, ¿eh? ¿Cuánto tardará el patrón en correr bajo cubierta y gritarnos que aseguremos las escotillas y nos ocupemos de que las escotas estén bien sujetas? Apuesto veinte karns. ¿Eh? ¿Aceptas mi dinero?

La muchacha contempló el mar. Las condiciones de navegación resultaban idílicas; una buena corriente, un viento uniforme que los empujaba en dirección sudeste hacia su destino situado ahora ya a sólo un día de viaje. Para un marinero de agua dulce la situación habría resultado inequívocamente simple, pero los marinos experimentados sabían por amarga experiencia que tales condiciones acostumbraban durar poco, y reconocían las señales que indicaban problemas a la vista. Años atrás —muy atrás en el tiempo, aunque eso era algo de lo que jamás hablaba con ningún ser viviente excepto uno— también ella habría reconocido al punto las señales, tal y como lo había hecho su compañero. Pero el tiempo había erosionado los recuerdos y las viejas enseñanzas. Habían sucedido demasiadas cosas en el intervalo, y ahora no podía hacer más que confiar en los conocimientos del scorvio.

Una sombra le nubló los ojos, pero pasó demasiado veloz para que él lo advirtiera antes de que ella contestara con una carcajada.

—Ya me has ganado demasiados karns durante este viaje, Vinar. Acepto tu palabra. —Arrugó la frente—. ¿Llegaremos a salvo al puerto?

Vinar era marino desde que había cumplido los diez años; un eterno filibustero pero no obstante nacido para el mar y perteneciente a esa raza apreciada por todos los patrones de barco, a quienes entregaba su temporal pero sincera lealtad. Había visto lo mejor y lo peor con lo que el mar ponía a prueba a sus siervos, y no tomarlo en serio era un concepto ajeno a su naturaleza.

—No lo sé —respondió—. Habrá problemas, eso es seguro. A lo mejor tendremos que hacer escala en alguna bahía pequeña, no en el puerto de Ranna como está planeado, o a lo mejor la dejaremos atrás y atracaremos sin problemas antes de que se presente lo peor. Si pasamos el cabo Amberland antes de que descargue, no habrá problema. Si no... —Se encogió de hombros—. Entonces estaremos en las manos de la Madre del Mar, y será ella quien juzgue si estamos preparados para salir con bien. Al menos en este viaje llevamos un barco lo bastante grande como para resistir casi todo

tipo de temporales.

Era cierto. El Buena Esperanza, junto con sus naves hermanas Buen Animo, Buena Voluntad y Buen Humor, era uno de los cargueros de mayor tamaño que recorría las rutas comerciales de los océanos terrestres. Su puerto de origen era Huon Parita, en las costas del continente oriental, pero no podían existir muchos puertos de aguas profundas en este mundo que no lo hubieran albergado en alguna ocasión. La nave, con su inmenso casco parecido al hocico de un toro y los cuatro altísimos mástiles que sostenían sencillas velas de color marrón, resultaba más funcional que hermosa —no se parecía en absoluto a los elegantes navíos para pasajeros de Khimiz o Davakos— y estaba sucia de proa a popa a causa de los muchos años que llevaba transportando todos los cargamentos imaginables, desde ganado hasta madera pasando por mineral de hierro. Pero, como su nombre indicaba, se trataba de una buena nave, resistente y segura, por la que toda la tripulación sentía un gran afecto.