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El ojo derecho de Niahrin era de un castaño límpido y cálido, la mejilla derecha mostraba un rubor saludable bajo el efecto bronceador del viento, y el lado derecho de la boca era carnoso y casi bello. Pero el ojo izquierdo estaba tapado por un parche de colores, hecho con un pedazo de tapiz viejo, y la piel que quedaba debajo aparecía arrugada por viejas cicatrices de un color gris blanquecino que descendían hasta la mandíbula como las marcas de las zarpas de un animal, tirando hacia abajo de la comisura izquierda de la boca y dando una terrible contorsión a su sonrisa. Nadie sabía qué accidente había provocado tal desastre, y Niahrin se negaba a hablar de ello. Pero un rumor persistente afirmaba que la desfiguración era el resultado de una maldición lanzada sobre ella por su abuela cuando Niahrin no era más que una criatura. Nadie recordaba a la vieja bruja ahora, ni se acordaba de su nombre siquiera, pero todo el mundo coincidía en que una mujer que podía ser tan cruel con alguien de su propia sangre debía de haber sido una criatura llena de pura e implacable maldad. Unos pocos temían que Niahrin hubiera heredado algunos de los rasgos de su abuela, pero los hechos hablaban mejor que las palabras; Niahrin era una herbolaria experta y utilizaba la vieja magia sólo para el bien, y la gran mayoría de las personas no sólo la respetaba sino que sentía afecto por ella.

Como ella misma ya había explicado al niño, Retty había tenido mucha suerte al encontrarla ese día en el mercado. Como tantas de las brujas de las Islas Meridionales, Niahrin prefería la vida solitaria en el bosque a la atmósfera más mundana de una ciudad o pueblo. Tenía su hogar en la gran zona boscosa que se extendía entre la costa de Amberland y la fortaleza del rey en Carn Caille. Cultivaba sus propias verduras e hierbas y los habitantes del bosque la abastecían de carne, de modo que sus visitas a Ingan eran pocas y espaciadas. Lo cierto es que había estado a punto de no acudir ese día, y únicamente una intuición de que hallaría algo de particular interés la había convencido de dirigirse a la ciudad. A lo mejor, dijo a Retty al tiempo que se golpeaba un lado de la nariz y le dedicaba un guiño conspirador con el ojo bueno, el lobo la había llamado pidiéndole ayuda, tal como a veces hacían los animales con los humanos que los comprendían...

Retty no podía evitar que le gustase Niahrin, a pesar de su aspecto desconcertante. Durante el viaje de vuelta desde Ingan la mujer lo había entretenido con historias de los bosques, de partidas de caza y de animales y de habitantes de los bosques, y de aquella ocasión en que el mismo rey había pasado a caballo acompañado por la reina y toda su corte, y de cómo al pasar el monarca le había dedicado una inclinación de cabeza como si ella fuera una dama de la nobleza. La reina era muy joven y hermosa, dijo Niahrin, pero tenía un aspecto delicado y abatido, aunque la bruja añadió que probablemente no era nada que una botella de su propio tónico de hierbas no hubiera subsanado si ella hubiera tenido el valor de ofrecerla.

Finalmente llegaron a la casa de Retty, situada cerca del puerto, y al sonido de los cascos del poni la madre y el abuelo del muchacho salieron a la puerta. Se intercambiaron los cumplidos de rigor, y se condujo a Niahrin a través de la casa hasta el fregadero de la parte trasera de la casa, donde yacía el lobo herido sobre un montón de sacos. La familia se amontonó en la pequeña habitación detrás de ella, e incluso Esk fue lo bastante osado ahora en presencia de la bruja como para atisbar desde detrás de las faldas de su madre.

—El chico dice que le parece que las patas traseras del animal están rotas. —Niahrin se agachó junto a los sacos y pasó una mano firme pero suave sobre el lomo del lobo y luego sobre los costados. Un espasmo reflejo crispó el cuerpo del animal, y la bruja meneó la cabeza afirmativamente—. Mmmm... bueno, no estoy tan segura. Puede existir una fractura, pero si así es se trata de una fractura limpia, y ella todavía tiene sensibilidad en el lomo. El daño no es irreparable.

—¿Es una hembra? —El abuelo miró por encima del hombro a Niahrin con sorpresa—. Parece tan grande... Y esas cicatrices en el hocico... Pensaba que sólo eran los machos los que se metían en peleas.

Niahrin lanzó una risita ahogada.

—Oh, te sorprenderías. Los lobos no son tan diferentes de nosotros los humanos; las mujeres siempre pueden hacer pasar un mal rato a los hombres cuando se trata de una buena escaramuza. Bueno —introdujo la mano en un pequeño morral que le colgaba del hombro—. Primero, le daré un poco de mi elixir especial. Tiene dolor, ¿sabéis?, de modo que unas gotitas ayudarán a aliviárselo. También tiene algunas heridas; necesitaré un poco de agua hirviendo para preparar una cataplasma; luego entablillaré y vendaré las patas, lo justo para llevármela a casa sin que sufra más daños.

—¿A tu casa? —Retty estaba consternado—. Oh, pero yo pensé que nos la quedaríamos.

Su madre lanzó un bufido de sorpresa, y Niahrin negó con la cabeza.

—No, querido, eso no estaría bien, y no sería lo mejor para ella. Necesita cuidados adecuados y que todo cicatrice bien; no es mi intención ofenderos, buena señora, pero estoy segura de que tenéis trabajo más que suficiente sin que además tengáis que ocuparos de un animal enfermo. —Sonrió por encima del hombro a la madre de los niños—. Si tenéis algunas tiras de ropa o de lona y un par de pedazos de madera no muy largos que me podáis dar, eso es todo lo que os pido.

—Desde luego. —La mujer, con Esk pegado a ella, salió a toda prisa a buscar lo que le habían pedido. Al ver el rostro alicaído de Retty, Niahrin le sonrió.

—No te inquietes. Te iré enviando noticias de sus progresos, y, si tu madre y tu abuelo te autorizan, podrás venir a visitarla dentro de un tiempo. Más o menos después de la próxima luna nueva; para entonces estará en condiciones de recibir visitas.

—¿Puedo, abuelo? —Retty levantó la vista esperanzado. —Sí, claro, si tu madre está de acuerdo. Niahrin volvía a examinar a la loba. —Bueno, no tiene leche, de modo que no hay cachorros huérfanos de los que preocuparnos. —Hizo una pausa—. ¿Decís que la encontrasteis en la playa? ¿Arrastrada por la marea?

—Eso es lo que parece —le dijo el abuelo—. Aunque cómo fue a parar al mar y, aún más, cómo se apartó tanto del bosque, es algo que sólo la Madre sabe.

—Sí; vagabundean, claro, pero suelen ir hacia el sur en dirección a la tundra, no al norte. La verdad es que dudo que se trate de uno de nuestros lobos locales. No recuerdo haberla visto antes, y con esas cicatrices y el pelaje moteado no es un animal que yo olvidaría fácilmente. Mientras hablaba, Niahrin había ido pasando una mano sobre el hocico de la loba en tanto que la otra trazaba menudos y rápidos signos en el aire por encima de la frente del animal; de improviso se detuvo y se inclinó para estudiarlo con más atención—. Empieza a despertar.

La loba lanzó un gañido y se estremeció. Retty intentó mirar, pero su abuelo lo obligó a retroceder dos pasos.

—Déjale sitio, muchacho. Demasiados rostros extraños todos a la vez la asustarán.

Niahrin canturreaba en voz baja ahora mientras permanecía inclinada sobre el animal, palabras que ni el anciano ni el chiquillo comprendieron. Muy despacio, los ambarinos ojos de la criatura se abrieron. Estaban nublados y miraban sin ver; el animal parecía hacer grandes esfuerzos por respirar. Entonces, tan débilmente que sólo la bruja pudo oírlo, una voz apagada pero clara brotó de su garganta.

—¿Don... dónde está Índigo? Qui... quie... ro a Índigo...

Niahrin aspiró con fuerza, alarmada. ¡Madre Todopoderosa, la criatura hablaba!

—¿Pasa algo? —El abuelo se adelantaba, y la intuición de Niahrin envió a su mente una veloz advertencia.

—No —respondió al momento—. No, no pasa nada.

Las mandíbulas de la loba volvieron a abrirse y la mujer colocó una mano sobre el moteado hocico. No quería que ni el anciano ni el niño supieran lo que había visto y oído; había algo muy extraño aquí que todavía no podía comprender y, hasta que lo hiciera, sería más sensato mantener para sí lo que había descubierto.