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La cuarta mañana después del encuentro con Perd, la bruja tuvo otro visitante, y más grato. Se ocupaba de su jardín, regando una hilera de jóvenes berros que necesitaban humedad extra si quería que crecieran bien, cuando escuchó pronunciar su nombre y al levantar la cabeza vio a Cadic Haymanson, uno de los guardabosques, acercándose a la verja.

—Buenos días, Cadic.

Niahrin se incorporó, sonriente. Cadic era un hombre de más o menos su misma edad o quizás un poco más joven, que tenía una cabaña a unos dos kilómetros de allí donde, al igual que sus antepasados antes que él, él y su mujer podaban los árboles y se ocupaban de ellos, y criaban su pequeña piara de cerdos en el bosque comunal. Tenía todo el aspecto de un guardabosques; ágil pero fornido, la piel oscura como la corteza de los árboles, buenas ropas tejidas en casa en tonos pálidos y terrosos.

—Tus cultivos van creciendo. —Cadic se apoyó en la verja y dedicó un gesto de aprobación a la parcela de verduras.

—Por el momento estoy muy satisfecha —asintió ella—. Tendré unas cuantas escalonias y hierbas frescas para vosotros dentro de pocos días, y necesitaré un haz de leña y otros dos cestos de troncos cuando vengas por aquí otro día. —Hundió un puño apretado en la parte inferior de la espalda para aliviar una punzada—. Milla está bien, espero. ¿Y los niños?

—Todos bien. Milla quiere que te diga que el jarabe que le enviaste hizo milagros con Landie y ahora duerme de un tirón cada noche.

—Me alegro de oírlo. —Niahrin dirigió una rápida mirada por encima del hombro en dirección a la casa, y añadió—: Y me alegro de verte, Cadic, por otro motivo. Necesito que me hagas un favor, tú y cualquier otra persona que pueda ayudar. —Pide. Cualquier cosa que pueda hacer. —Quiero encontrar a alguien —le dijo Niahrin—. Alguien que creo que se encontraba a bordo del barco que naufragó en el cabo Amberland durante la última tempestad.

—Eso ha sido la comidilla de la región —repuso Cadic, frunciendo el entrecejo—. Era un carguero del este, por lo que se dice; algunos de los tripulantes fueron rescatados y los han trasladado a uno de los poblados de la costa, pero no sé a cuál, ni cuántos supervivientes hubo. —Hizo una pausa—. ¿Conocías a alguien del barco? Niahrin le dedicó una sonrisita enigmática. —En cierto modo, se podría decir. Tenemos una amiga mutua.

—Bien, si me dices cómo se llama ese hombre, daré voces. —No él, ella. Una mujer joven, una isleña de nacimiento. No sé quiénes son sus familiares pero me han dicho que su nombre es Índigo.

—¿Índigo? —Cadic la contempló incrédulo. —Estoy de acuerdo; es difícil creer que un habitante de las islas pudiera dar un nombre de tan mal agüero a su hija, y estoy casi segura de que ella debe de haberlo cambiado por algún motivo. Pero es así como la llaman ahora. —Por lo menos eso tendría que facilitar su búsqueda —dijo Cadic—. Nadie podría pasar por alto un nombre así, u olvidar rápidamente a su propietaria.

—Exactamente lo que yo pienso. Así pues, si das la voz, Cadic, te estaré en deuda. Si alguien consigue encontrarla, agradeceré le den el siguiente mensaje. Decidle que tengo a Grimya a salvo, y decidle también dónde y cómo se me puede encontrar.

¿Grimya? ¿Quién es Grimya?

—Nuestra amiga mutua. Y no me mires con esa curiosidad, Cadic Haymanson, pues no tengo intención de revelar más de lo que ya he dicho.

Cadic conocía el tono y conocía a Niahrin lo suficientemente bien para comprender que no le sacaría nada más. —De acuerdo —repuso con jovialidad—, si quieres guardar tus secretos, guárdalos. Pero apostaría cualquier cosa a que hay una historia aquí.

—Puede que sí, y tal vez un día te la cuente. Pero por ahora todo lo que quiero es encontrar a una mujer llamada Índigo.

—Entonces haré correr la voz. Puede que valga la pena enviar un mensaje a Ranna cuando vayan las carretas de madera. Hay muchas posibilidades de que algunos de los pobres diablos del naufragio se hayan dirigido allí.

—Gracias. —Niahrin se inclinó y arrancó varias ramas de un verde pálido y plumoso de entre sus hierbas—. Toma... Hay hojas suficientes en la artemisa para hacer un buen ramillete. Colócatelo en el sombrero; así se mantendrán frescas. Cuando llegues a casa, di a Milla que las coloque en su arca de roble, y las polillas no se darán un festín con

vuestra mejor ropa de hilo.

Cadic tomó el ramillete y olió agradecido el limpio y acre aroma.

—Eres muy amable, Niahrin, y te doy las gracias. Me acordaré de tus troncos; ¿dos sacos, no es así, y un haz de leña? Los tendrás mañana o pasado mañana. —Hizo un gesto de despedida e intención de seguir su camino, pero se detuvo—. ¡Maldita sea, casi olvido lo que me trajo por aquí! Intento resolver un pequeño misterio propio, y a lo mejor me puedes ayudar. Se trata de Perd Nordenson. ¿Lo has visto últimamente?

—¿Perd? Sí, claro, me vino a ver hace... cuatro, cinco días. —Niahrin arrugó la frente—. Tenía una herida fea en el brazo; por lo que conseguí sonsacarle, se la había hecho él mismo con ese afilado cuchillo suyo. Limpié y vendé la herida y le dije que regresara al cabo de dos días para que volviera a echarle un vistazo.

—¿Y vino?

—No, no vino. De todos modos eso no es extraño en él. Olvida las cosas nada más escucharlas, por regla general. —Clavó los ojos en el guardabosques—. ¿Por qué, Cadic? ¿Sucede algo?

—Si he de decir la verdad, no lo sé. Pero hace ya unos cuantos días que nadie lo ha visto. No ha aparecido por ninguno de sus lugares habituales. Ni siquiera se ha dejado ver por la taberna de Ilio, y ya sabes lo a menudo que va por allí a dar la lata. Empezamos a pensar que le habría pasado algo, de modo que anoche unos cuantos fuimos a su choza. Tampoco estaba allí, y, por lo que vimos, unas cuantas de sus pertenencias también han desaparecido.

—¿Pertenencias? —repitió Niahrin, irónica. —Ya lo sé, no tiene casi nada; pero cuanto menos haya, más fácil es estar seguro de que ciertas cosas faltan. Su cuchillo, por ejemplo. Y su cazo para cocinar, y las viejas botas que los carboneros le dieron hace dos inviernos. Y su capa.

—¿Tenía una capa? —Niahrin estaba sorprendida—. Nunca lo he visto llevarla.

—Ni nadie lo ha visto. La guarda..., la guardaba colgada de un clavo junto a su jergón. Es una cosa mugrienta, apolillada, probablemente tan vieja como él, y por lo que yo sé jamás la ha utilizado. Pero ha desaparecido junto con el resto.

—Vaya —dijo Niahrin; la voz traslucía preocupación—. ¿Crees que a Perd simplemente se le ha metido en la cabeza marcharse?

—Eso, o lo visitaron ladrones que se llevaron sus cosas, lo mataron y ocultaron su cuerpo en algún lugar. Pero eso no parece muy probable. No tenía nada que valiera la pena robar; incluso un bandido de la peor especie no se molestaría con él. No; tú eras la única persona que habría podido arrojar alguna luz sobre este enigma, pero, como tampoco has visto a Perd, parece seguro que sencillamente ha cogido lo que quería y se ha marchado. Es probable que sea su costumbre desde siempre; después de todo, es tal y como llegó aquí hace unos años: de improviso y como surgido de la nada. Aunque sólo la Madre sabe adonde habrá ido esta vez.

—O por qué —añadió la bruja—. Estaba mejor que de costumbre cuando vino a verme —comentó meditabunda—. Desvariaba sobre los lobos, claro, pero aparte de eso su mente parecía bastante estable. —Arrugó aún más la frente—. Hubo un momento en el que creo que se vio a sí mismo con toda claridad. Puede que con demasiada claridad.