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El comerciante dio las gracias a Olender, compró un tarro de pomada de saxífraga para un molesto panadizo de su dedo y se despidió del médico. A su regreso a Ingan transmitió las noticias que traía; Ranna se encontraba muy lejos de su territorio, pero varios carreteros viajaban con regularidad allí y pasarían el mensaje.

Se necesitaron otros cinco días para que la búsqueda llegara a Ranna, esta vez mediante un joven que viajó hasta allí en una carreta de pasajeros con la esperanza de hacerse marinero. Ranna era el mayor puerto de las Islas Meridionales, un lugar enorme, desconcertante, ruidoso y bullanguero. Pero incluso para un forastero resultaba bastante fácil encontrar los muelles y tabernas donde los capitanes contrataban nuevas tripulaciones, y fue en una de estas tabernas que el joven tropezó con el davakotiano Brek.

Brek se mostró desconfiado, casi suspicaz, ante la mención del Buena Esperanza, pero al escuchar el nombre de Índigo su actitud cambió.

—¿Alguien la busca? —Se inclinó al frente con la mirada muy atenta—. ¿Quién?

El joven sólo sabía que el mensaje procedía indirectamente de los habitantes de los bosques cercanos a Amberland, y así lo dijo. Brek se mordisqueó el labio inferior.

—Los habitantes del bosque... Me pregunto, ¿podría ser familia suya alguno de ellos?

—Eso no lo sé, señor —dijo el muchacho—. Pero había un mensaje, según me dijeron. Que le comunicáramos que alguien tiene a su amiga Grimya sana y salva, y las

gentes del bosque pueden decirle dónde.

¿Grimya? ¿Está viva? —inquirió Brek con un respingo.

—Viva y bien, dijeron.

—¡Dulce Madre del Mar! Esas son buenas noticias... no, más que buenas, ¡es asombroso! ¡Pensaba que Grimya había muerto, pensaba que no había tenido la menor oportunidad!

—¿Era Grimya otro miembro de la tripulación? —se atrevió a preguntar el muchacho.

—¿Qué? No..., no lo era, no en ese sentido. Grimya no es una persona; es una loba. Una loba domesticada; era la mascota de Índigo. —Brek lanzó un silbido por entre los dientes—. ¡Estaba seguro de que se había ahogado!

Ansioso por congraciarse y obtener el favor de un patrón potencial, el joven dijo:

—Si ella... Índigo, quiero decir..., si ella está aquí en Ranna, señor, le transmitiré de buena gana la noticia. Estoy seguro de que se alegrará de oírla.

—Podrías haberlo hecho, muchacho, si hubieras venido a verme hace unos días, pero es demasiado tarde. Ya se ha ido.

El desaliento se pintó en el rostro del joven, quien dirigió involuntariamente la mirada hacia la abierta fachada de la taberna y a la vista del puerto que se divisaba desde allí.

—¿Ha regresado al mar?

—No, no; ha ido tierra adentro, con su hombre. Ha perdido la memoria, ¿sabes? No puede recordar quiénes son sus familiares ni dónde viven. De modo que ella y Vinar han ido en su busca. —Por primera vez el rostro de Brek se distendió un poco—. Vinar pidió su mano a bordo y ella lo aceptó, pero él no piensa casarse con ella hasta que obtenga el permiso de su padre. Ya lo ves, ahí tienes a un auténtico scorvio. Impasible y tozudo. —Sus ojos centellearon, de improviso risueños, mientras se preguntaba si inadvertidamente no habría insultado al joven—. ¿Tú no eres scorvio, verdad?

Este le devolvió la mirada con sonrisa vacilante.

—No, señor. He nacido y me he criado aquí.

—¿Buscas trabajo?

El muchacho asintió con la cabeza.

—Bueno. A lo mejor te puedo ayudar. No de inmediato, ya que no tengo ningún barco que mandar por el momento. —La boca de Brek se torció, no con amargura pero, sí en un duro ángulo al rememorar los crueles recuerdos—. Pero hay dos buques escoltas davakotianos que aguardan en el puerto una misión al continente oriental, y me he alistado como tripulación hasta Huon Parita. —Brek hizo una pausa—. ¿Sabes lo que son buques escoltas?

—Sí, señor —respondió el otro al punto con avidez—. Barcos pequeños pero veloces, con un ariete bajo la línea de flotación y una balista en la cubierta. Custodian los cargamentos valiosos y los protegen de los piratas.

Brek asintió, satisfecho. Si el muchacho se había tomado la molestia de aprender un poco sobre clases y funciones de navíos evidentemente quería decir que sentía el interés suficiente para resultar prometedor.

—Hay posibilidades de que los buques escoltas sean asignados a un barco de la clase

Oso que tiene previsto atracar dentro de siete o diez días. El convoy zarpará de Ranna dentro de un mes, y uno de los escoltas necesita todavía un grumete. A cambio de que hagas un recado, me ocuparé de que consigas el puesto si lo quieres.

Los ojos del muchacho se iluminaron excitados.

—¡Sí, señor! Cualquier cosa que desee de mí, sólo dígalo y lo haré... ¡Muchas gracias, señor!

Brek le sonrió con frialdad.

—Puede que ya no tengas tantas ganas de darme las gracias cuando lleves un mes saltando a las órdenes de un patrón davakotiano. El trabajo de grumete es el más bajo y el peor de todos los de un barco, y la vida en un buque escolta es más dura que en la mayoría de los barcos. Harás todo el trabajo sucio, y quiero decir sucio, que nadie tocaría ni con una pértiga; estarás al servicio de todos y de turno a todas horas, y si hay problemas tendrás más posibilidades de que te maten que al resto.

El ardiente brillo de sus ojos no perdió fulgor.

—Eso no es más que lo que esperaba, capitán Brek. Quiero ser marino, y todo el mundo sabe que el mejor lugar para aprender es a bordo de una nave davakotiana. Será un privilegio, señor. Una auténtica oportunidad y un privilegio, ¡y no le fallaré!

No, pensó Brek, probablemente no lo haría.

—Bien —dijo—, lo que quiero que hagas es que sigas la carretera que Índigo y Vinar tomaron, que los alcances y les des el mensaje que me has traído a mí aquí. Lo mejor será que te asegures de que hablas con Vinar, pues no hay forma de saber si Índigo ha recuperado ya la memoria.

—Lo haré, señor —prometió el muchacho—. Pero ¿cómo los reconoceré?

—Índigo es una mujer guapa con una melena de color castaño, y Vinar... —Brek rió en voz baja, y el sonido de su propia risa lo sorprendió ya que parecía que hubiera transcurrido muchísimo tiempo desde la última vez que la había oído—. Bueno, no puedes confundirte con Vinar; dudo que nadie pudiera. Así de alto —señaló las vigas del techo por encima de sus cabezas—, y así de ancho —extendió totalmente ambos brazos—, con una melena de cabellos rubios y los ojos azul celeste de un marino, y aunque habla la lengua de las Islas Meridionales bastante bien, tiene un acento extranjero que se podría cortar con un cuchillo embotado. No hay duda de que la Madre no hizo dos como él. Encuéntralo, como te digo, dale el mensaje, y luego regresa aquí a Ranna. Tienes un mes antes de que zarpemos.