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Todo quedó en silencio unos minutos tras su marcha. Rogan empezó a dar cabezadas y Jansa sofocó un bostezo. Entonces, inesperadamente, Vinar dijo:

—Ella era mucho mejor que eso. Mucho mejor.

Rogan dio un respingo ante el sonido de la voz, y Jansa miró a Vinar con curiosidad.

—¿Mejor?

—Sí; con el arpa.

—Pero su interpretación fue...

—Fue buena, lo sé. Lo bastante buena para complacer a cualquiera, tal vez buena incluso para los salones de un rey. Pero antes del naufragio, antes de que se golpeara la cabeza, era mejor. Como... —Vinar se esforzó por encontrar la palabra adecuada en una lengua con la que aún no se sentía cómodo, y sus manos empezaron a gesticular en el aire—. Como si hubiera... magia en sus dedos. —Lanzó un bufido, repentinamente cohibido, y sus azules ojos se pasearon veloces por sus dos compañeros—. Pensáis que soy alguna especie de tonto demente, al decir cosas así...

—No —aseguró Jansa—, no lo pensamos. —Una sonrisita curvó una de las comisuras de sus labios—. O, si lo eres, entonces también lo somos nosotros y todos los que habitan en las Islas Meridionales. Creemos en la magia, Vinar, ya lo creo que creemos. Y puede existir magia en la música, aunque es algo excepcional. Algunos de los antiguos bardos poseían el don; algunos a lo mejor aún lo poseen. De modo que creemos en ti, Vinar. —Suspiró—. Si al menos hubiera salido algo de su interpretación de esta noche. Si alguien hubiera reconocido su rostro, o su voz...

—Habrían conocido de antes su forma de interpretar —dijo Vinar sin ambages—. No la habrían olvidado. Nadie podría.

Rogan y Jansa intercambiaron una rápida mirada. Aun teniendo en cuenta su evidente prejuicio, Vinar podía muy bien estar en lo cierto; y, si lo estaba, eso convertía el enigma del pasado de Índigo en algo aún más extraño. Una mujer cuyo nombre era el color del luto, que poseía el talento de las brujas, el don de los bardos... Alguien así sin duda sería conocido y recordado en las Islas Meridionales. Y, si había cambiado su nombre a causa del dolor por una tragedia, ¿cuál podría haber sido esta tragedia? No había habido plagas, ni epidemias, durante muchos años; e incluso si la pena hubiera sido algo menor, relacionada sólo con un clan o una familia, los buhoneros y trovadores y otros mercaderes ambulantes que recorrían los caminos para ganarse la vida habrían conocido y propagado la historia tal y como hacían con las noticias y cotilleos más insignificantes. Sin embargo, nadie sabía nada en el cabo Amberland, ni en Ranna, ni en ninguna de las ciudades, pueblos y aldeas por las que Índigo y Vinar habían pasado durante dieciocho días de búsqueda. Resultaba misterioso, pensó Jansa.

En voz baja, como si tuviera miedo de que Índigo pudiera oírla desde su habitación del piso superior, preguntó:

—¿Se te ha ocurrido consultar a las brujas del bosque, Vinar?

—¿Brujas? —Vinar se mostró perplejo.

—Sí; tienen formas, sus propias formas, de buscar lo que se ha perdido. Aun cuando no tengan el poder de devolver la memoria a Índigo, podrían tener alguna manera de encontrar a sus familiares.

—Puede que sea una buena idea, pero ¿cómo las encuentro? No sé por dónde empezar.

La mujer le sonrió con dulzura.

—No te preocupes. Nosotros podemos ponerte en el buen camino; y además, si Índigo posee el don que tú crees que posee, existen muchas posibilidades de que ellas la estén buscando en estos mismos instantes. Conocen y cuidan a los suyos. —Se puso en pie y recogió las tres jarras que habían utilizado con un tintineo que sonó muy fuerte en medio del silencio del bar—. Por el momento, de todos modos, creo que estamos demasiado cansados para pensar o hablar más. Vayamos a la cama, y meditemos sobre lo que sea mejor por la mañana.

Tiró de Rogan para ponerlo en pie y ambos permanecieron el uno junto al otro, rodeándose con los brazos en un gesto tan cariñoso que hizo sufrir interiormente a Vinar en silencio. Este asintió con la cabeza.

—Sí. Sí, tienes razón. Volveremos a pensar por la mañana. —Hizo una reverencia, la espasmódica y afectada reverencia cortés peculiar de Scorva—. Sois los dos muy amables; os doy las gracias. ¡Y ha sido una fiesta estupenda!

Mientras subía a su diminuta habitación bajo el alero de la taberna, Vinar se detuvo unos instantes en el descansillo frente a la puerta de Índigo. No se oía ningún sonido en su interior, y la punzada de dolor regresó al intentar no imaginarla dormida en su solitario lecho. Pensó, como lo había hecho durante varias de las noches anteriores, que si hubiera ido a ella la muchacha no lo habría rechazado; que le habría dado la bienvenida, se habría aferrado a él de buena gana, como a un amigo y un amante, para erradicar la soledad y dar consuelo y seguridad. Pero Vinar no podía hacerlo, ya que no era ésa su forma de actuar. Unicamente cuando todo fuera como tenía que ser, únicamente cuando tuviera la bendición de su familia, podría permitirse ser para ella lo que tanto ansiaba ser. Hasta entonces —y el día llegaría— la cuidaría y la protegería, la defendería y sería su amigo. Pero nada más. Por el bien de ella, y por el suyo propio.

Rogan y Jansa conversaban en voz baja en el piso de abajo mientras se preparaban para seguirlo por la crujiente escalera de madera, y sus voces eran como el ahogado zumbido de las abejas en un campo de tréboles. Vinar se llevó la punta de los dedos a los labios y lanzó un beso, silencioso pero sentido, en dirección a la estancia en la que dormía su amor, y se alejó de puntillas. A poca distancia del extremo de la plaza del pueblo, en la zona de labrantío donde no había casas sino sólo campos, un joven que había finalizado más deprisa de lo que pensaba la larga caminata desde Ranna intentaba encontrar un lugar donde dormir en el seto que discurría junto a la pedregosa carretera. Al entrar en la plaza la halló oscura y desierta; la taberna estaba cerrada, y, aunque llevaba dinero en el bolsillo, no era tan arrogante como para aporrear la puerta y enfrentarse a la cólera del propietario a una hora tan poco civilizada. Había sido un estúpido al intentar cubrir la distancia entre este pueblo y el anterior en una tarde; estúpido y optimista. Cualquiera con una pizca de sentido común habría comprendido que llegaría demasiado tarde para encontrar alojamiento. De todos modos no faltaba demasiado para el amanecer, y por el aspecto del cielo el tiempo iba a permanecer seco, por lo que volvió sobre sus pasos por la carretera bordeando el seto hasta encontrar un saúco prometedor bajo el cual la hierba crecía abundante y mullida y prometía una cierta comodidad. Dando gracias a la Madre Tierra porque la noche fuera tan cálida, desenrolló la delgada manta que llevaba y se arrastró, entre bostezos, al interior de su improvisada cama, contento de poder dormir lo que pudiera antes de que el sol lo despertara. Muy pronto, el joven aspirante a marino que llevaba el mensaje del capitán Brek empezó a soñar un sueño extraño y particularmente vivido.

CAPÍTULO 7

Niahrin se había encargado de que Grimya durmiera y dio gracias por haber tomado esa precaución, ya que en su actual estado no podría haberse enfrentado a la perspectiva de intentar explicar a la loba lo que había hecho y por qué ello la había dejado en tal estado de tembloroso y debilitado abatimiento.

Había dejado de vomitar porque ya no quedaba nada en su estómago, pero los últimos cinco minutos habían sido un tormento de arcadas secas e inútiles hasta que por fin consiguió controlar los espasmos. No fue fácil erguirse; su cuerpo se resistió a sus esfuerzos por moverse, y ella no deseaba otra cosa que quedarse tumbada allí sobre la hierba y dormir. Pero la preparación y la costumbre hicieron que resistiera el agotamiento y se incorporara penosamente sobre sus pies. Ya había esperado esto y se había preparado para ello; la aguardaba una infusión reconstituyente que pronto la pondría en condiciones. Y su tarea no estaba terminada aún.