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—¡Vino! Dadme el vino, quiero el vino...

—¡Tendrás vino! Un vino mejor, con más fuerza, ¡pero sólo si controlas tu impaciencia! Eso es, así está mejor. —Al ver que el anciano se apaciguaba, Moragh hizo una seña a Niahrin—. Estamos listos. Creo que deberíamos empezar.

Las dos mujeres intercambiaron sus puestos, Niahrin junto al lecho mientras que la reina viuda se sentaba en el taburete frente a la rueda de hilar. Durante unos instantes, la habitación pareció particularmente silenciosa, sin otro sonido que el del vino al caer en la segunda copa mientras Jes lo servía. Perd estaba sentado en la cama ahora pero con el entrecejo fruncido, desconcertado y con un aire de desconfianza. Bruscamente, su voz rompió el silencio.

—¿Qué pasa? ¿Qué haces? Niahrin, me estás mirando fijamente. No me gusta que me

miren fijamente, sabes que no me gusta...

—¡Chist! —Niahrin lo dijo con tanta severidad que el otro calló a la mitad de la queja. El anciano parpadeó y frunció aún más el entrecejo.

—Tú nunca me hablas así, Niahrin. Nunca te he oído hablarme de este modo.

Niahrin le sostuvo la mirada, medio perpleja, medio enojada. No le contestó, pero con una mano hizo a Moragh una leve señal convenida de antemano, y la rueda de hilar comenzó a girar. Perd se sobresaltó y, siseando como un gato acorralado, volvió la cabeza violentamente.

—¿Qué está haciendo?

—Hilar, Perd. Sólo hilar.

La rueda cobraba velocidad, y sus radios eran casi una mancha borrosa ahora. A medida que el rítmico chasqui do resonaba en la habitación, un delgado y brillante hilo de lino iba tomando forma bajo las manos de Moragh.

Niahrin dirigió una rápida mirada a Jes.

—Dale el vino ahora —indicó.

—Vino... —Perd extendió ansiosamente las manos hacia la copa, que arrebató de las manos del bardo e inclinó hacia sus labios.

Jes, alarmado, hizo intención de recuperarla antes de que el otro pudiera apurarla, pero Niahrin lo contuvo.

—No, está bien. Deja que se lo beba todo. Es mejor que lo haga.

La garganta del anciano se contraía al tragar el líquido; terminó el contenido de la copa sin detenerse a respirar, y la tendió.

—¡Más! ¡Dame más!

—No, Perd.

Niahrin percibió cómo Jes se movía en silencio a su espalda para ir a colocarse entre ella y Moragh, que seguía sentada ante la rueda de hilar. El ovillo de lino iba arrollándose sobre el regazo de la reina viuda; veloz, Jes extendió una mano para tomar el extremo del ovillo y lo tendió a Niahrin. Esta lo tomó, lo dobló entre los dedos, sin dejar de mirar ni un momento el rostro de Perd. Entonces habló.

—Perd. Perd Nordenson. —Con un movimiento suave y experto hizo un nudo en el lino y lo tensó— Perd Nordenson, mírame. Mírame, Perd.

El se volvió despacio, con cautela, y sus ojos se encontraron. Niahrin hizo un segundo nudo en el lino.

—Escucha, Perd. Escucha, escucha mi voz. Observa, Perd. Observa. Observa mis manos. —Un tercer nudo, y mentalmente ensayó las palabras de la vieja canción que su abuela le había enseñado hacía mucho tiempo...

»Perd. Perd. Escucha y observa. Escucha y observa.

Hablaba siguiendo el ritmo regular de la rueda de Moragh, con voz baja y apremiante, y no obstante su reluctancia Perd no pudo resistir su atracción. Su mirada se vio atraída hacia los dedos de la bruja; durante unos momentos su boca se abrió y se cerró espasmódicamente, pero la droga empezaba a hacer efecto y no podía reunir la fuerza de voluntad necesaria para desviar la vista.

—Escucha y observa, Perd. Escucha y observa.

Niahrin lanzó una rápida mirada en dirección a Jes y el bardo comprendió; se encaminó hacia los faroles sujetos a la pared y apagó las mechas. Niahrin tuvo la impresión de que la oscuridad fluía como una sustancia viva de las paredes del sótano a medida que las luces se extinguían, y Perd, Jes, Moragh y la rueda de hilar se transformaron en meras siluetas, como marionetas de un teatro de sombras. Unicamente el débil halo de los cabellos blancos de Perd resultaba visible a la bruja; eso y un reflejo centelleante de sus ojos.

Niahrin percibió el contacto de la antigua magia, el hormigueo en sus huesos, y se llevó la mano izquierda al ojo izquierdo. Apenas audible por entre los sonidos de la rueda de hilar alguien respiraba fatigosamente. Los dedos de la bruja tocaron el parche del ojo y lo levantaron.

El rostro de Perd se destacó violentamente como iluminado desde dentro, y ya no era el rostro del anciano que conocía. A medida que la percepción normal daba paso a una forma de visión diferente y mucho más poderosa, Niahrin vio cómo los años desaparecían de él y la vitalidad del joven que había sido fluía otra vez. Pero la mirada del joven era dura y enojada, y la curva de los labios mostraba un rictus amargo y frustrado; y, aunque ella hubiera deseado que no fuera así, Niahrin vio el estigma de la locura latente y aguardando bajo la hermosa máscara.

«Así pues éste era Fenran, como realmente fue...»

Aferró el hilo de lino otra vez, y sus dedos empezaron a moverse y trenzar de nuevo mientras pronunciaba las palabras del antiguo cántico; con cada frase añadía un nuevo nudo en la cuerda.

—Tres para sembrar, y tres para segar, y tres para las aves nocturnas. Tres para la llamada, y tres para la caída, y tres a la luz de las lámparas...

Nada más pronunciar las primeras sílabas, la imagen del joven desapareció del rostro que tenía ante ella, y las familiares facciones de Perd volvieron a contemplarla. Se encontraba totalmente hipnotizado ahora, los ojos clavados en cada nudo que realizaba con una mezcla de fascinación y temor. Un débil gemido se formó y murió en su garganta. Sin dejarse conmover por su angustia, Niahrin siguió con su cántico, y mientras lo hacía Jes se adelantó para coger el pedazo de cuerda que había anudado. Luego se acercó a la cama, introdujo el extremo de la cuerda en las manos sin resistencia de Perd, y, en tanto que la bruja iba realizando más y más nudos, el bardo empezó a enrollar el trozo que ella iba soltando, muy despacio y sin apretar, alrededor de los hombros del anciano.

—Tres para la quema, y tres para la vuelta, y tres para los seres perdidos que vagan. Tres para el rescoldo, tres para el recuerdo, y tres para guiarlos a casa.

Niahrin había empezado a cantar más que recitar la rima, y su ronca voz de contralto poseía un timbre sedante, casi fascinador, hasta el punto que, pese a toda su lucidez, Jes se sintió como hundiéndose en un mundo de sueños. La rueda siguió girando; la bruja continuó anudando, y la cuerda fue saliendo, y él la fue arrollando con suavidad alrededor de la sumisa figura del lecho, atando a Perd al hechizo.

—Tres para atar, y tres para encontrar, y tres para pagar el precio. Tres para el pasado, y tres para hacerlo rápido, y tres para recuperar lo perdido.

El ojo izquierdo de la bruja pareció alumbrar con un peculiar resplandor interno, y un músculo de su rostro se contrajo. Los dedos dejaron de trenzar y tiró del último trozo de cuerda, de modo que los últimos tres nudos quedaron bien tirantes entre sus apretadas manos. El timbre de su voz cambió entonces, convertido ahora en un tono profundo y amenazador.

—Habla. —La total coacción implícita en la palabra hizo que los nervios de Jes se alteraran—. Soy la hija de la luna y el producto del sol, y el poder en cuyo nombre te doy la orden debe ser obedecido. Habla, hijo del norte. Di, hijo del norte. Dime el nombre que tus padres te dieron.

Perd empezó a temblar. Un sonido extraordinario surgió de las profundidades de sus pulmones e intentó darle forma, pero la lengua no lo obedecía. Sus hombros se contrajeron al darse cuenta de repente de la presencia de la cuerda que lo rodeaba; intentó deshacerse de ella, pero el hechizo de los nudos era demasiado fuerte y no pudo hacer más que retorcerse impotente.