Grimya se sintió especialmente feliz de ver al bardo. Durante todo el día había estado preocupada por averiguar los detalles de lo sucedido por la noche, pero Niahrin no se encontraba en situación de responder a sus preguntas. Jes le contó toda la historia, y además le relató la esencia de otra corta conferencia mantenida con la reina viuda aquella mañana. Perd —seguían sin poder pensar en él como Fenran— les había proporcionado una pista de vital importancia cuando, en los últimos instantes antes de empezar a desvariar otra vez y tener que ser sedado por la fuerza, había dicho: «Haz que interprete el aisling, y entonces recordará». Estaba claro, dijo Jes, lo que debían hacer. La magia de los aislings era la clave para abrir la memoria de Índigo, y el que debían utilizar estaba dentro del arpa de Cushmagar. Un sueño del pasado, un sueño de Carn Caille como había sido cincuenta años atrás, y de lo que podría haber sucedido entre sus muros, si Anghara hubiera escogido un camino distinto. El arpa había estado esperando, como Cushmagar había insinuado en la visión aparecida entre las llamas. Y, cuando las manos de Índigo tocaran las cuerdas, el aisling despertaría.
Niahrin frunció el entrecejo, pensativa, mientras con una mano acariciaba el cuello de Grimya.
—Pero ¿se la podrá persuadir para que toque? Todo depende de su cooperación...
Jes le dedicó una fría sonrisa.
—Su alteza comparte tus dudas, y ha encontrado un modo. —De la bandeja que había llevado tomó un pequeño rollo de delicado pergamino—. Esto es para ti. Los otros ya han sido entregados.
Niahrin desenrolló el pergamino. Con letra elegante, rematado con la propia firma y sello de la reina viuda, decía:
De acuerdo con las tradiciones de las Islas Meridionales, su alteza la reina viuda Moragh ruega a Vinar Shillan, a su novia, Índigo, y a sus padrinos, que se unan a ella en solemne acatamiento de la bendición nupcial la víspera del enlace matrimonial. Se ruega vuestra presencia en el Salón Menor una hora antes de la puesta del sol del día indicado.
Por orden de Moragh.
—¡Oh! —exclamó Niahrin, y su boca hizo una mueca.
Jes sonrió de oreja a oreja.
—Me avergüenza decirlo, pero había olvidado completamente esa vieja tradición. Ha caído casi en desuso, ¿no es así? Pero era común en los viejos tiempos, y su alteza recuerda todos los detalles de la ceremonia. Así que aquí tenemos el modo perfecto de asegurarnos de que Índigo esté donde nosotros la queremos, y que tú y yo como padrinos tengamos un motivo para estar presentes.
La bruja asintió despacio; luego, bruscamente, su expresión cambió.
—Pero, Jes, Vinar estará allí. —Levantó los ojos con expresión ansiosa—. ¡Y no sólo Vinar! Tú y yo somos sus padrinos, pero ¿a quién ha escogido Índigo como padrinos?
—Ah. Existe una complicación, me temo. Su alteza es uno... pero el otro es la reina.
—¿La reina...? —Los ojos de Niahrin se abrieron asombrados—. Por la gran Diosa, Jes, ¿en qué estáis pensando? Si la reina Brythere está presente mañana por la noche...
—¡Espera, espera! —Jes alzó ambas manos para acallarla—. ¡Su alteza y yo nos hemos devanado los sesos, pero no hay modo de evitarlo! Ordenar a Índigo que asista a la bendición es la única forma de asegurarnos de que no encuentre el medio de evitarnos. Ya desconfía de ti, lo que no me extraña ya que sabe que la viste en la torre de la reina esa noche, y no creo que confíe en mí, tampoco. Si su alteza la invitara simplemente a sus aposentos con algún pretexto trivial, entonces en cuanto nos viera buscaría alguna excusa, fingiría una indisposición quizá, para marcharse. No podemos correr ese riesgo. No debe haber lugar para la sospecha, y ésta es la única forma. Niahrin, escucha... —Se sentó en la cama y le cogió ambas manos entre las suyas—. Su alteza considera que con toda seguridad el rey y la reina no tardarán mucho en descubrir lo que trama. El rey ya ha empezado a hacer preguntas incómodas. Al final se les tendrá que contar la verdad y..., bueno, si lo descubren de esta forma, tal vez sea mejor. —Hizo una mueca irónica—. Desde luego me evitará el duro trabajo de tener que dar explicaciones largas y complicadas más adelante.
Niahrin meditó sobre esto último durante un rato. Tuvo que admitir que había cierta lógica en ello; y comprendía el punto de vista de Jes sobre la forma de conseguir la conformidad de Índigo. Pero la idea de que Brythere, con todos los fantasmas y horrores que la perseguían, fuera testigo de lo que podía suceder...
—Su alteza ha invitado también al rey —siguió Jes con voz pausada—. En cierto sentido eso empeora las cosas, ya lo sé, pero al menos él estará allí para cuidar de la reina si es necesario.
Primero la reina, ahora el rey... Lo siguiente sería la mitad del servicio de la ciudadela, pensó Niahrin. Apartó de sí aquel ramalazo de ira —era indigno, e injusto con Moragh— y dijo:
—Bien, da la impresión, como tú dices, de que no hay forma de evitarlo. Pero no me gusta en absoluto la idea. Y... ¡Oh, Jes! —De improviso mostró una expresión afligida—. ¿Qué pasará con el pobre Vinar? Si el aisling da resultado, ¿qué le hará a él? ¿Qué es lo que hará?
—No lo sé, Niahrin —respondió el otro con un profundo suspiro—. Ninguno de nosotros puede saberlo, ni predecirlo.
—Pero, si ella recupera la memoria, ese pobre hombre inocente... ¡Él la ama tanto! ¡Oh, Jes, es demasiado cruel!
Jes meneó la cabeza, intentando encontrar respuesta a lo que no la tenía; pero fue Grimya quien dijo en voz baja:
—Niahrin, sé cómo te sssientes. Pero ¿no sería más cruel dejar que Vinar se casara con Índigo? ¿No es eso lo que hemos dicho desde el principio, y no es cierto? —Lanzó un gañido—. Me pa... parece a mí que, si éste es el único modo de evitar que suceda, debemos utilizarlo.
Niahrin se secó el ojo con la manga mientras se decía que había sido una tonta al dejar que los sentimientos la dominaran a su edad.
—Tienes razón, desde luego, Grimya —reconoció, avergonzada—. Y es eso lo que dijimos desde el principio. Simplemente me estoy comportando de forma ridícula, supongo, ahora que ha llegado el momento de llevar a la práctica mi teoría. No me hagáis caso. —Les dedicó una débil sonrisa, primero a la loba y luego a Jes—. Y no temáis que os defraude. No lo haré. —Hizo una pausa y, en voz tan baja que Jes no consiguió entender del todo sus palabras, añadió—: Pero, oh, ese pobre, pobre hombre...
Moragh, entretanto, sostenía otra pelea con Ryen.
—¿Una bendición nupcial? —El rey se pasó ambas manos por la cabeza como si sintiera un fuerte escozor en ella—. ¡No seas ridícula, madre! ¡Esa costumbre ya se consideraba historia cuando yo era un niño, y revivirla ahora es absurdo!
—Es mi deseo que se observe esa costumbre —insistió Moragh, tozuda—. Y quiero que tanto tú como Brythere estéis presentes.
—¡Maldita sea, ya hemos hecho suficiente por Vinar e Índigo, más que suficiente, en mi opinión, sin tener que resucitar además rituales pasados de moda! En primer lugar, simplemente no hay tiempo para esta charada, y en segundo lugar no estoy obligado a acceder a todo lo que quieras sencillamente porque tú lo quieres. ¡Puedes hacer lo que te plazca, pero no esperes que Brythere o yo hagamos nada más!
Moragh comprendió que había escogido muy mal momento para sacar a colación el tema, pero era demasiado tarde para retractarse ahora. De modo que dijo con firmeza:
—Lo siento, Ryen, pero tú y Brythere tendréis que estar presentes, porque ya he enviado las invitaciones a los otros interesados.