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—¿Que has hecho qué? —Los ojos de Ryen lanzaron chispas—. ¿Sin siquiera consultarme a mí? —Un músculo de su mandíbula se contrajo con violencia—. ¡Madre, esto ha ido demasiado lejos! ¡No sé qué frívolos caprichos se han apoderado de ti desde que Vinar e Índigo llegaron a Carn Caille, pero estoy empezando a hartarme sinceramente de todo este asunto! ¡Esos dos han alterado nuestras vidas desde que pusieron los pies aquí, y, cuanto antes se casen y se vayan, tanto mejor para todos nosotros!

La cólera de Moragh salió entonces a la superficie. Había decidido no dejar escapar ni un indicio de sus auténticos propósitos, pero las palabras brotaron antes de que pudiera meditarlas.

—Ojalá —le espetó— pudiera darte la razón. ¡Pero me temo, Ryen, que estás equivocado!

—¿Qué quieres decir? —El rey la miró con fijeza.

«Diosa bendita —pensó Moragh—, he hablado demasiado...»

—Madre... —Ryen cruzó la distancia que los separaba en dos zancadas y la agarró del brazo—. Madre, aquí hay más de lo que salta a la vista, ¿no es así? Sabes algo que no me has dicho. Algo sobre Índigo. —Sin ser apenas consciente de lo que hacía, la zarandeó—. ¡Dímelo!

Ella se desasió con un brusco tirón.

—¡No me trates como si fuera un sirviente!

—Lo siento, lo siento... —Luchó por dominar su enojo; luego suspiró—. Lo siento de verdad, madre. No quería... —La frase se desvaneció en un gesto de impotencia—. Pero hace tiempo que sospecho que se trama algo que me has estado ocultando. En nombre de la Diosa, ¿no es ya hora de ser sinceros?

Quizá lo era, pensó la reina viuda. O al menos tan sincera como pudiera sin ponerlo todo en peligro...

Aspiró con fuerza, antes de empezar.

—Muy bien. Supongo que no hay forma de evitarlo. Tienes toda la razón, Ryen. Algo va a suceder, y te lo he estado ocultando.

—Entonces, en nombre de...

—Por favor, escúchame hasta el final. —Le era imposible mirarlo directamente a los ojos—. Existe un buen motivo por el que no sería aconsejable contarte toda la historia ahora. Para empezar, no hay suficiente tiempo para una explicación completa y, puedes creerme, tendría que ser muy completa. Ni siquiera estoy..., ni siquiera estoy segura de que lo creyeras, no aún... Pero mañana por la noche, si todo sale según lo planeado, averiguarás la verdad. Tú y Brythere. Y Vinar.

—¿Vinar? ¿Quieres decir que tampoco él sabe nada de todo esto?

—Así es. No podría contárselo de ninguna manera; sería... demasiado brutal. Pero la verdad tendrá que salir a la luz, y debe hacerlo antes de la boda. Es por eso que he organizado la bendición, Ryen. Para asegurarme de que todos los que tienen algo que ver estén reunidos, en privado, antes de que sea demasiado tarde.

Durante un larguísimo momento Ryen observó con detenimiento a su madre, y, en la inexpresiva máscara de su rostro, percibió algo de la confusión que rodeaba su mente en este momento. Sabía muy bien que él no era el más sensible de los hombres, pero...

—Madre... —volvió a adelantarse, pero en esta ocasión la tocó con suavidad—, me pides que confíe en ti un poco más, ¿no es eso?

Moragh asintió; tenía las pestañas húmedas.

—Sí; eso es lo que pido.

—Muy bien. —La besó ligeramente en la frente—. Haré lo que quieres, y también Brythere.

Moragh volvió a asentir.

—Gracias.

—Pero todavía no comprendo —dijo él, retirando la mano— por qué no podrías habérmelo dicho antes, y pedido mi cooperación. ¿Crees que me habría negado? ¿Realmente crees que soy tan tozudo y estúpido hasta ese punto?

—No —respondió Moragh—, no creo eso, y no era mi intención insultarte. Pero no podía estar completamente segura de tu reacción; y, en el caso de que hubiera habido la posibilidad, la más mínima posibilidad de que pudieras haberte negado, yo..., yo no podía correr ese riesgo, Ryen. Esto es demasiado importante.

—¿Importante para quién? ¿Para Índigo?

—No tan sólo para ella. Creo que puede ser de la más vital importancia para todos nosotros. —Moragh aspiró con fuerza por la nariz; luego, bruscamente, flexionó los hombros en un rápido gesto, como si se sacudiera de encima un peso invisible—. Gracias, Ryen. Ahora veo que debería haber confiado en ti desde el principio. —Le dedicó una débil sonrisa—. Gracias por otorgarme el beneficio de la duda ahora.

Empezó a dirigirse a la puerta, pero la voz de su hijo la detuvo.

—Madre, sólo una pregunta más. ¿La responderás si te es posible?

—Desde luego, hijo mío. —Moragh se volvió.

—¿Es Índigo lo que en un principio pensamos que era? ¿Crees que está realmente emparentada con el rey Kalig y su familia?

Por un momento la reina viuda miró al suelo.

—Sí —repuso al fin—. Índigo está emparentada con Kalig. Pero, en cuanto a tu otra

pregunta..., te diré esto, Ryen, pero debo rogarte que no me pidas que revele más antes de mañana por la noche. —Pareció endurecerse—. Ella no es lo que habíamos pensado que era. Sin duda que no lo es.

La puerta golpeó suavemente a su espalda cuando abandonó la habitación.

La víspera de la boda amaneció sin una nube y calurosa, y a la hora del desayuno se acordó con júbilo y por unanimidad que se trataba del primer día de auténtico verano. Desde primeras horas de la mañana Niahrin se sentía tan nerviosa como un gatito recién nacido, y se sintió agradecida cuando una enérgica costurera hizo su aparición para efectuar la prueba definitiva del vestido que Moragh había decretado que debía lucir. Desfilar frente a un espejo, con Grimya enredándose entre sus pies y la costurera rezongando con la boca llena de alfileres, hizo que la bruja volviera a estar en contacto con la realidad y consiguió en gran manera aliviar los retortijones de su estómago, y al atardecer ya estaba lista para enfrentarse a la prueba que se avecinaba, si no con compostura al menos sin demasiados terrores.

El Salón Menor se encontraba en el ala oeste de Carn Caille. Servía a la vez de salón público para las actividades oficiales de menor importancia y de estancia donde la familia real podía recibir a sus invitados personales o amigos cuando su número era demasiado grande para poderlos acomodar en sus aposentos privados. Niahrin y Grimya llegaron temprano, y se encontraron con que Moragh y Jes ya estaban allí. Moragh inspeccionaba la mesa que había sido dispuesta con comida y vino, mientras que Jes se hallaba sentado ante un arpa de tamaño natural, con la cabeza inclinada y los ojos cerrados en concentración mientras ensayaba una pieza de música. Niahrin sintió que el corazón le daba un vuelco al ver el arpa, pero el bardo le dirigió una sonrisa tranquilizadora.

—Éste es mi propio instrumento, no el de Cushmagar. El suyo —señaló con la cabeza de modo significativo hacia la ventana— está ahí.

La bruja observó que se había disfrazado la forma del arpa bajo una funda que la cubría; cualquiera que acertara a mirarla no podría reconocerla. —¿Has traído tu flauta? —Moragh levantó la vista de donde se encontraba ocupada disponiendo un arreglo que no era totalmente de su agrado. Se la veía elegante y tranquila, pero su voz era tensa. — Sí, señora.

Niahrin la sacó y luego examinó con más atención lo que la rodeaba. La habitación estaba dispuesta como una miniatura del gran salón; había una tarima en un extremo y una chimenea amplia en el otro, y altas ventanas de múltiples paneles de cristal en la pared oeste para capturar la luz de la tarde. Esta noche, sin embargo, daba la impresión de que cada palmo de espacio disponible estaba lleno de plantas. Tiras de hojas trenzadas adornaban las paredes, guirnaldas de flores cubrían las ventanas, y sobre la repisa de la chimenea ramas de hojas perennes creaban un marco exuberante a las llamas del hogar. La mesa misma, sobre la tarima, era un mar de brillantes colores primaverales entre los cuales los platos y jarras apenas resultaban visibles. Niahrin lo contempló todo con asombro, y al ver la sorpresa y deleite de su mirada Moragh sonrió débilmente.