—Sección de reportajes especiales, al habla Theremon 762.
—Aquí Beenay.
—¿Quién? ¡No puedo oír lo que dice!
Beenay se dio cuenta de que tan sólo había conseguido emitir un ronco croar.
—¡He dicho que soy Beenay! Yo…, querría cambiar la hora de nuestra cita.
—¿Cambiarla? Mira, de veras, sé cómo se sientes respecto a las mañanas, porque a mí me ocurre lo mismo. Pero tengo que hablar contigo absolutamente antes de mañana al mediodía, o no tendré ningún reportaje aquí. Me adaptaré a ti todo lo que pueda, pero…
—No lo entiendes. Quiero verte antes, no después.
—¿Qué?
—Esta tarde. Digamos a las nueve y media. O a las diez, si te va mejor.
—Creí que tenías que tomar unas fotos en el observatorio.
—Al diablo con las fotos, hombre. Necesito verte.
—¿Necesitas? Beenay, ¿qué ha ocurrido? ¿Tiene algo que ver con Raissta?
—No tiene absolutamente nada que ver con Raissta. ¿A las nueve y media? ¿En los Seis Soles?
—En los Seis Soles a las nueve y media, sí —dijo Theremon—. Es un compromiso.
Beenay cortó el contacto y permaneció sentado durante un largo momento, contemplando el cilindro de papel enrollado delante de él y agitando sombríamente la cabeza. Contárselo a Theremon haría más fácil soportar el peso de todo aquello.
Confiaba por completo en Theremon. Los periodistas no eran notables en general por despertar la confianza, sabía Beenay, pero Theremon era antes que nada un amigo, y luego un periodista. Nunca había traicionado la confianza de Beenay, ni una sola vez.
Pese a todo, Beenay no tenía la menor idea de cuál debía ser su próximo movimiento. Tal vez a Theremon se le ocurriera algo. Tal vez.
Abandonó el observatorio por la parte de atrás, utilizando la escalera de incendios como un ladrón. No quería arriesgarse a encontrar a Athor si iba por la parte delantera. Le resultaba abrumador considerar la posibilidad de ver a Athor ahora, enfrentarse a él cara a cara, hombre a hombre.
El regreso a casa en el escúter fue terrible. A cada momento temía que las leyes de la gravedad cesaran de sujetarle, que empezara a flotar hacia el espacio. Pero al fin alcanzó el pequeño apartamento que compartía con Raissta 717.
Ella le miró con la boca abierta.
—¡Beenay! Estás tan blanco como…
—Como un fantasma, sí. —Tendió la mano hacia ella y la atrajo contra sí—. Abrázame —dijo—. Abrázame.
—¿Qué tienes? ¿Que ha ocurrido?
—Te lo diré más tarde —murmuró él—. Ahora sólo abrázame.
8
Theremon llegó al Club de los Seis Soles un poco después de las nueve. Probablemente era una buena idea llegar un poco antes que Beenay y tomar una o dos copas rápidas primero, sólo para lubricar un poco el cerebro. El astrónomo había sonado de una forma horrible, como si estuviera manteniendo a raya la histeria tan sólo mediante un tremendo esfuerzo. Theremon no podía imaginar qué cosa terrible podía haberle ocurrido, allá en el recogimiento y la quietud del observatorio, para convertirle en una ruina así en tan poco tiempo. Pero evidentemente Beenay se hallaba metido en un enorme problema, y evidentemente también necesitaba toda la ayuda que Theremon pudiera ofrecerle.
—Tráigame un Tano Especial —le dijo al camarero—. No, espere…, que sea doble. Un Tano Sitcha, ¿de acuerdo?
—Doble luz blanca —dijo el camarero—. Marchando.
La tarde era suave. Theremon, que era bien conocido aquí y recibía un trato especial, había ocupado su mesa habitual en la zona cálida de la terraza que dominaba la ciudad. Las luces del centro brillaban alegremente. Onos se había puesto hacía una o dos horas, y sólo Trey y Patru estaban en el cielo, ardiendo brillantes en el Este, arrojando duras luces gemelas mientras efectuaban su descenso hacia la mañana.
Theremon los miró y se preguntó qué soles estarían en el cielo mañana. Eran diferentes cada vez, una brillante exhibición siempre cambiante. Onos, por supuesto: siempre podías estar seguro de ver a Onos al menos durante una parte del tiempo cada día del año, incluso él sabía eso…, ¿y luego qué? ¿Dovim, Tano y Sitha, para hacer un día de cuatro soles? No estaba seguro. Quizá se suponía que serían tan sólo Tano y Sitha, con Onos visible sólo unas pocas horas al mediodía. Eso daría un día más bien apagado. Pero entonces, tras pensarlo un poco más detenidamente, recordó que ésta no era la estación de Onos corto. Así que muy probablemente sería un día de tres soles, a menos que sólo aparecieran Onos y Dovim, lo cual también era posible.
Resultaba tan difícil mantener el esquema…
Bueno, siempre podía pedir ver el almanaque, si realmente le importaba. Pero no le importaba. Algunas personas parecían saber siempre qué soles saldrían mañana —Beenay era una, naturalmente—, pero Theremon enfocaba el asunto de una forma mucho más inconsecuente. Mientras algún sol estuviera ahí arriba al día siguiente, a Theremon no le importaba particularmente cuál fuera. Y siempre había uno, o dos, o tres, normalmente, y a veces incluso cuatro. Podías contar con eso.
Llegó su bebida. Dio un profundo sorbo y exhaló placenteramente. El Tano Especial era algo maravilloso. En buen y fuerte ron blanco de las islas Velkareen, mezclado con un chorro del producto más fuerte todavía, transparente y aromático, que destilaban en la costa de Bagilar, y sólo una pizca de zumo de sgarrino para quitar el mordiente…, ¡ah, magnífico! Theremon no era un bebedor particularmente asiduo, ciertamente no de la forma que se suponía legendariamente que lo hacían los periodistas, pero consideraba que un día en el que no podía hallar tiempo para tomarse uno o dos Tano Especiales en aquellas tranquilas horas del crepúsculo después de que Onos se hubiera puesto era un día miserable.
—Parece que lo estás disfrutando, Theremon —dijo una voz familiar a sus espaldas.
—¡Beenay! ¡Llegas temprano!
—Diez minutos. ¿Qué bebes?
—Lo de siempre. Un Tano Especial.
—Bien. Creo que yo también tomaré uno.
—¿Tú? —Theremon miró fijamente a su amigo. El zumo de frutas, por lo que sabía, era lo más a lo que llegaba Beenay. No podía recordar haber visto al astrónomo beber nada más fuerte.
Pero Beenay parecía extraño esta tarde…, cansado, macilento, casi agotado. Sus ojos tenían un brillo casi febril.
—¡Camarero! —llamó Theremon.
Resultó alarmante ver a Beenay engullir su bebida. Jadeó después del primer sorbo, como si el impacto resultara mucho mayor de lo que había esperado, pero luego dio de inmediato otro segundo y profundo sorbo, y luego un tercero.
—Tranquilo —recomendó Theremon—. Tu cabeza empezará a dar vueltas dentro de cinco minutos.
—Ya está dando vueltas ahora.
—¿Bebiste algo antes de venir aquí?
—No, ni una gota —dijo Beenay—. Es el shock. El trastorno. —Depositó su bebida y contempló ominosamente las luces de la ciudad. Tras un momento la cogió de nuevo, casi con aire ausente, y apuró lo que quedaba—. No debería haberla bebido tan rápido, ¿verdad, Theremon?
—No, creo que no. —Theremon adelantó una mano y la depositó ligeramente sobre la muñeca del astrónomo—. ¿Qué es lo que ocurre, muchacho? Háblame de ello.
—Resulta…, difícil de explicar.
—Adelante. Te conozco desde hace ya un cierto tiempo, ¿sabes? ¿Tú y Raissta…?
—¡No! Te lo dije antes, esto no tiene nada que ver con ella. Nada.
—De acuerdo. Te creo.
—Quizá debiera tomar otra copa —insinuó Beenay.
—Dentro de un momento. Vamos, Beenay. ¿De qué se trata?
Beenay suspiró.