—Sabes lo que es la Teoría de la Gravitación Universal, ¿verdad, Theremon?
—Por supuesto que lo sé. Quiero decir, no podría decirte exactamente lo que significa, creo que sólo hay doce personas en Kalgash que la comprenden realmente, ¿no?, pero sí puedo decirte lo que es…, más o menos.
—Así que tú también crees en esa basura —dijo Beenay, con una seca risa—. Acerca de que la Teoría de la Gravitación es tan complicada que sólo doce personas pueden comprender sus matemáticas.
—Eso es lo que siempre he oído decir.
—Lo que siempre has oído decir es la sabiduría de la gente ignorante —dijo Beenay—. Podría proporcionarte todas las matemáticas esenciales en una sola frase, y probablemente comprenderías lo que te estoy diciendo.
—¿Podrías? ¿Lo comprendería?
—No lo dudes. Mira, Theremon; la Ley de la Gravitación Universal, la Teoría de la Gravitación Universal quiero decir, afirma que existe una fuerza cohesiva entre todos los cuerpos del Universo, de tal modo que la intensidad de esta fuerza entre dos cuerpos determinados es siempre proporcional al producto de sus masas dividido por el cuadrado de la distancia entre ellos. Es así de simple.
—¿Y eso es todo?
—¡Eso es suficiente! Pero se necesitaron cuatrocientos años para desarrollarlo.
—¿Por qué tanto tiempo? Parece más bien sencillo, de la forma en que lo planteas.
—Porque las grandes leyes no aparecen a través de destellos de la inspiración, no importa lo que os guste creer a vosotros los periodistas. Normalmente se necesita el trabajo combinado de un mundo lleno de científicos durante un período incluso de siglos. Desde que Genovi 41 descubrió que Kalgash gira en torno a Onos, en vez de a la inversa, y eso fue hace unos cuatro siglos, los astrónomos han estado trabajando sobre el problema de por qué los seis soles aparecen y desaparecen en el cielo de la forma que lo hacen. Los complejos movimientos de los seis fueron registrados y analizados y desentrañados. Se adelantó teoría tras teoría, y todas fueron comprobadas y vueltas a comprobar, y modificadas, y abandonadas, y revividas y convertidas en algo distinto. Fue un maldito trabajo.
Theremon asintió pensativamente y terminó su bebida. Pidió otras dos al camarero. Beenay parecía bastante tranquilo siempre que siguiera hablando de ciencia, pensó.
—Fue hará unos treinta años —continuó el astrónomo— cuando Athor 77 dio el toque de perfección a todo el asunto demostrando que la Teoría de la Gravitación Universal explica con exactitud los movimientos orbitales de los seis soles. Fue un logro sorprendente. Fue una de las mayores hazañas de la lógica que nadie haya conseguido jamás.
—Sé lo que reverencias a ese hombre —dijo Theremon—. Pero, ¿qué tiene que ver todo esto con…?
—Ahora llego a ello. —Beenay se levantó y se dirigió al extremo de la terraza, llevando su segunda copa con él. Se detuvo allí en silencio por un tiempo, contemplando los distantes Trey y Patru. Theremon tuvo la impresión de que Beenay empezaba a agitarse de nuevo. Pero el periodista no dijo nada. Al cabo de un tiempo Beenay dio un largo sorbo a su bebida. De pie y vuelto de espaldas todavía, dijo al fin—: El problema es éste. Hará unos meses empecé a trabajar en un nuevo cálculo de los movimientos de Kalgash en torno a Onos, utilizando el nuevo gran ordenador de la universidad. Proporcioné al ordenador los datos de las últimas seis semanas de observaciones de la órbita de Kalgash, y le dije que predijera el movimiento orbital para el resto del año. No esperaba ninguna sorpresa. En realidad sólo deseaba una excusa para jugar un poco con el ordenador, supongo. Naturalmente, utilicé las leyes gravitatorias para basar mis cálculos. —Giró en redondo bruscamente. Su rostro tenía una expresión pálida y atormentada—. Theremon, los resultados no fueron los correctos.
—No entiendo.
—La órbita que produjo el ordenador no concordaba con la órbita hipotética que yo esperaba obtener. No quiero decir que estuviera trabajando simplemente sobre la base del sistema Kalgash-Onos aislado, entiende. Tuve en cuenta todas las perturbaciones que causarían los demás soles. Y lo que obtuve, lo que el ordenador afirmó que era la auténtica órbita de Kalgash, era algo muy distinto de la órbita que indica la Teoría de la Gravitación de Athor.
—Pero has dicho que usaste las leyes gravitatorias de Athor pera establecer los cálculos —indicó Theremon, desconcertado.
—Eso hice.
—Entonces, ¿cómo…? —De pronto, los ojos de Theremon se iluminaron—. ¡Buen Dios, hombre! ¡Qué noticia! ¿Me estás diciendo que el nuevo y flamante ordenador de la Universidad de Saro, instalado a un coste de no quiero saber cuántos millones de créditos, no es exacto? ¿Que se trata de un gigantesco y escandaloso derroche del dinero de los contribuyentes? Eso…
—No hay nada que vaya mal en el ordenador, Theremon. Créeme.
—¿Puedes estar seguro de eso?
—Completamente.
—Entonces, ¿qué…?
—Puede que le haya dado al ordenador unas cifras erróneas, quizás. Es un ordenador magnífico, pero no puede darte la respuesta correcta si tú le proporcionas datos erróneos.
—Entonces, ¿por qué estás tan trastornado, Beenay? Escucha, hombre, es humano cometer algún error de tanto en tanto. No debes culparte por ello. Tú…
—Antes que nada necesitaba estar completamente seguro de que le había introducido los datos correctos al ordenador, y también de que le había proporcionado los postulados teóricos correctos para usar en el procesado de esos datos —dijo Beenay, aferrando su vaso con tanta fuerza que su mano tembló. El vaso estaba vacío ahora, observó Theremon—. Como tú dices, es humano cometer algún error de tanto en tanto. Así que llamé a un par de jóvenes estudiantes graduados muy capaces y dejé que ellos elaboraran el problema. Hoy me han traído los resultados. Ésa era la reunión tan importante que tenía, cuando dije que no podía verte. Theremon, sus cálculos confirmaron los míos. Obtuvieron la misma desviación en la órbita que yo.
—Pero, si el ordenador no se equivocó, entonces…, entonces… —Theremon agitó la cabeza—. ¿Entonces qué? ¿La Teoría de la Gravitación Universal está equivocada? Eso es lo que estás diciendo.
—Sí.
La palabra pareció brotar de labios de Beenay a un terrible precio. Parecía aturdido, desconcertado, desolado.
Theremon lo estudió. Sin duda esto resultaba confuso para Beenay, y probablemente muy embarazoso. Pero el periodista seguía sin acabar de comprender por qué el impacto de todo aquello era tan poderoso.
Luego, bruscamente, lo comprendió todo.
—¡Se trata de Athor! Tienes miedo de hacerle daño a Athor, ¿verdad?
—Exacto —dijo Beenay, y dirigió a Theremon una mirada de casi patética gratitud por haber visto la auténtica situación. Se dejó caer en su silla, con los hombros hundidos y la cabeza baja. Con voz ahogada dijo—: El saber que alguien ha abierto un agujero en su maravillosa teoría podría matar al viejo. El que yo, de entre toda la gente, haya abierto ese agujero. Ha sido un segundo padre para mí, Theremon. Todo lo que he conseguido en los últimos diez años ha sido bajo su guía, con su aliento, con…, bueno, con su amor, en cierto modo. Y ahora se lo pago de esta manera. No sería sólo destruir el trabajo de toda su vida…, sería apuñalarle, Theremon, apuñalarle.
—¿Has pensado en olvidar simplemente tu descubrimiento?
Beenay pareció asombrado.
—¡Sabes que no puedo hacer eso!
—Sí. Sí, lo sé. Pero tenía que saber lo que pensabas al respecto.
—¿Si pensaba en lo impensable? No, por supuesto que no. Nunca se me pasó por la cabeza. Pero, ¿qué voy a hacer, Theremon? Supongo que simplemente podría tirar todos los papeles y fingir que nunca estudié el tema. Pero eso sería monstruoso. Así que todo se reduce a elegir entre violar mi conciencia científica o arruinar a Athor. Arruinar al hombre al que considero no sólo la cabeza de mi profesión sino mi propio mentor filosófico.