—Entonces no puede haber sido tan mentor como dices.
Los ojos del astrónomo se abrieron mucho, con asombro y furia.
—¿Qué quieres decir, Theremon?
—Tranquilo. Tranquilo. —Theremon abrió las manos en un gesto conciliador—. Me parece que estás siendo demasiado condescendiente con él, Beenay. Si Athor es realmente el gran hombre que piensas que es, no va a poner su propia reputación por encima de la verdad científica. ¿Entiendes lo que quiero decir? La teoría de Athor es sólo eso: una teoría. Tú la llamaste la Ley de la Gravitación hace unos minutos, y luego te corregiste a ti mismo. Es una teoría, una hipótesis…, una suposición. La mejor suposición de este tipo que haya hecho nadie hasta ahora, por supuesto, pero eso no quiere decir que sea definitiva. La ciencia se construye a partir de aproximaciones que gradualmente se acercan a la verdad, me dijiste hace tiempo, y nunca lo he olvidado. Bueno, eso significa que todas las teorías se hallan sometidas a constante comprobación y modificación, ¿no? Y si finalmente resulta que ninguna de ellas se acerca lo suficiente a la verdad, entonces necesitan ser remplazadas por algo que se le aproxime más. ¿Correcto, Beenay? ¿Correcto?
Beenay temblaba ahora. Estaba muy pálido.
—¿Puedes pedirme otra copa, Theremon?
—No. Escúchame: todavía hay más. Dices que estás muy preocupado por Athor: es viejo, supongo que más bien frágil…, no tienes el valor necesario para decirle que has hallado un fallo en su teoría. De acuerdo. Es una postura decente y considerada que tomar. Pero piensa en ello, ¿quieres? Si calcular la órbita de Kalgash es algo tan importante, es muy probable que alguna otra persona tropiece con el mismo fallo en la teoría de Athor más pronto o más tarde, y esa otra persona no creo que tenga el tacto de hacérselo saber primero a Athor como tú harías. Puede que se trate incluso de un rival profesional de Athor, un enemigo declarado suyo…, todos los científicos tienen enemigos, tú mismo me lo has dicho multitud de veces. ¿No sería mejor para ti ir a Athor y decírselo todo, suavemente, con cuidado, contarle lo que has descubierto, antes de que lo descubra por sí mismo cualquier mañana en el Crónica?
—Sí —murmuró Beenay—. Tienes toda la razón.
—¿Irás a él, entonces?
—Sí. Sí. Tengo que hacerlo, supongo. —Beenay se mordió el labio—. Me siento despreciable por eso, Theremon. Me siento como un asesino.
—Lo sé. Pero no es Athor a quien asesinas, es una teoría defectuosa. No debería permitirse nunca subsistir a las teorías defectuosas. Le debes a Athor, tanto como a ti mismo, hacer que emerja la verdad. —Theremon dudó. Acababa de ocurrírsele una repentina y sorprendente idea nueva—. Por supuesto, hay otra posibilidad. Yo sólo soy un lego en esas materias, ya sabes, y es muy probable que te eches a reír. ¿Es posible que la Teoría de la Gravitación sea correcta pese a todo, y que las cifras del ordenador para la órbita de Kalgash sean también correctas, y que algún otro factor completamente distinto, algo hasta ahora desconocido, pueda ser el responsable de la discrepancia en los resultados?
—Supongo que podría ser —dijo Beenay, con voz llana y desanimada—. Pero, una vez empiezas a hurgar en misteriosos factores desconocidos, empiezas a moverte en el reino de la fantasía. Te daré un ejemplo. Digamos que hay un séptimo sol invisible ahí fuera…, tiene masa, ejerce una fuerza gravitatoria, pero simplemente no podemos verlo. Puesto que no sabemos que está ahí, no lo hemos incluido en nuestros cálculos gravitatorios, y así las cifras salen desviadas. ¿Es eso lo que quieres decir?
—Bueno, ¿por qué no?
—¿Por qué no cinco soles invisibles, entonces? ¿Por qué no cincuenta? ¿Por qué no un gigante invisible que tire de los planetas a su alrededor según sus caprichos? ¿Por qué no un enorme dragón cuyo aliento desvíe Kalgash de su órbita correspondiente? No podemos desecharlo, ¿verdad? Cuando empiezas con los por qué no, Theremon, todo se vuelve posible, y luego nada tiene ningún sentido. Al menos, no para mí. Sólo puedo tratar con lo que sé que es real. Puede que tengas razón en que existe un factor desconocido, y que en consecuencia las leyes gravitatorias no sean válidas. Ciertamente espero que así sea. Pero no puedo efectuar ningún trabajo serio sobre esta base. Todo lo que puedo hacer es ir a Athor, cosa que haré, te lo prometo, y contarle lo que el ordenador me ha revelado. No me atrevo a sugerirle, ni a él ni a nadie, que culpo de todo este lío a un hasta ahora no descubierto «factor desconocido». De otro modo sonaría tan loco como los Apóstoles de la Llama, que afirman conocer todo tipo de revelaciones místicas. Theremon, realmente necesito esa otra copa ahora.
—Sí. De acuerdo. Y hablando de los Apóstoles de la Llama…
—Quieres una declaración mía al respecto, lo recuerdo. —Beenay se pasó una cansada mano por el rostro—. Sí. Sí. No te dejaré en la estacada. Has sido una tremenda ayuda para mí esta tarde. ¿Qué es exactamente lo que dicen ahora los Apóstoles? Lo he olvidado.
—Fue Mondior 71 —indicó Theremon—. El Gran Sumo Espantajo en persona. Lo que dijo fue, déjame pensar, que estaba muy cerca el tiempo en que los dioses tienen intención de purgar el mundo de sus pecados, y que ha calculado el día exacto, incluso la hora exacta, en que llegará la condenación.
Beenay gruñó.
—¿Y qué hay de nuevo en ello? ¿No es lo mismo que han estado diciendo desde hace años?
—Sí, pero ahora empiezan a ofrecer muchos más detalles espeluznantes. La teoría de los Apóstoles, ya lo sabes, es que ésta no será la primera vez que el mundo ha sido destruido. Su doctrina enseña que los dioses han hecho deliberadamente imperfecta a la Humanidad, como una prueba, y que nos han concedido un solo año, uno de sus años divinos, por supuesto, no uno de los pequeños nuestros, para automodelarnos. A eso le llaman un Año de Gracia, y corresponde exactamente a 2.049 de nuestros años. Una y otra vez, cuando termina el Año de Gracia, los dioses descubren que seguimos siendo perversos y pecadores, y así destruyen el mundo enviando las Llamas Celestiales desde los lugares santos en el cielo que son conocidos como Estrellas. Eso dicen los Apóstoles, al menos.
—¿Estrellas? —dijo Beenay—. ¿Se refieren a los soles?
—No, Estrellas. Mondior dice que las Estrellas son específicamente distintas de los seis soles. ¿No has prestado nunca atención a ese asunto, Beenay?
—No. ¿Por qué demonios debería?
—Bueno, en cualquier caso, cuando el Año de Gracia termina y nada sobre Kalgash ha mejorado, moralmente hablando, esas Estrellas dejan caer alguna especie de fuego santo sobre nosotros y nos hacen arder. Mondior dice que esto ha ocurrido ya un número indeterminado de veces. Pero, cada vez que ocurre, los dioses son piadosos, o al menos una fracción entre ellos lo es: cada vez que el mundo es destruido, los dioses más compasivos prevalecen sobre los más inflexibles y la Humanidad recibe una nueva oportunidad. Y así los más devotos de entre los supervivientes son rescatados del holocausto y se establece un nuevo plazo: la Humanidad recibe otros 2.049 años para echar fuera sus malas acciones. El tiempo se está agotando de nuevo, dice Mondior. Han pasado ya casi 2.048 años desde el último cataclismo. En algo más de catorce meses, los soles desaparecerán todos, y esas horribles Estrellas de su voluntad arrojarán sus llamas desde un cielo negro para barrer a todos los inicuos. El año próximo, el 19 de theptar, para ser exactos.