—Catorce meses —dijo Beenay, con aire meditabundo—. El 19 de theptar. Es muy preciso al respecto, ¿no crees? Supongo que sabe también la hora exacta del día en que ocurrirá.
—Eso es lo que él dice, sí. Por eso me gustaría una declaración de alguien conectado con el observatorio, preferiblemente tú. El último anuncio de Mondior fue que la hora exacta de la catástrofe puede ser calculada científicamente…, que no es tan sólo algo establecido como un dogma en el Libro de las Revelaciones, sino que está sometido al mismo tipo de cálculos que emplean los astrónomos cuando…, cuando…
Theremon dudó y calló.
—¿Cuándo calculamos los movimientos orbitales de los soles y del mundo? —preguntó ácidamente Beenay.
—Bueno, sí —dijo Theremon, con aire avergonzado.
—Entonces quizás haya esperanza para el mundo después de todo, si los Apóstoles no pueden hacer un mejor trabajo en eso que nosotros.
—Necesito una declaración, Beenay.
—Sí. Me doy cuenta de ello. —La siguiente ronda de bebidas había llegado. Beenay rodeó su vaso con una mano—. Prueba esto —dijo al cabo de un momento—. «La tarea principal de la ciencia es separar lo verdadero de lo falso, con la esperanza de revelar la forma en que funciona realmente el Universo. Poner la verdad al servicio de lo falso no es la forma en que esta Universidad cree que deba elaborarse el método científico. En la actualidad somos capaces de predecir los movimientos de los soles en el cielo, sí…, pero, aunque usemos nuestros mejores ordenadores, no estamos más cerca de lo que estábamos antes de ser capaces de predecir la voluntad de los dioses. Como no lo estaremos nunca, sospecho…» ¿Qué te parece?
—Perfecto —dijo Theremon. Déjame ver si lo he captado correctamente. «La tarea principal de la ciencia es separar lo verdadero de lo falso, con la esperanza de…, de…» ¿Qué sigue a continuación, Beenay?
Beklimot repitió toda la declaración palabra por palabra, como si la hubiera memorizado unas horas antes.
Luego vació su tercera copa en un solo y sorprendentemente largo sorbo.
Y luego se puso en pie, sonrió por primera vez en toda la tarde, y se derrumbó de bruces al suelo.
9
Athor 77 entrecerró los ojos y escrutó el pequeño fajo de hojas de impresora que tenía ante él sobre su escritorio como si fueran mapas de continentes que nadie había sabido nunca que existieran.
Estaba muy tranquilo. Se sorprendía de lo tranquilo que estaba.
—Muy interesante, Beenay —dijo con voz lenta—. Muy, muy interesante.
—Por supuesto, señor, siempre cabe la posibilidad de que no sólo haya cometido algún error crucial en las hipótesis fundamentales, sino que también Yimot y Faro…
—¿Que los tres hayáis planteado mal vuestros postulados? No, Beenay. Creo que no.
—Yo sólo pretendía indicar que la posibilidad existe.
—Por favor —dijo Athor—. Déjame pensar.
Era media mañana. Onos brillaba con toda su gloria en el cielo visible a través de la alta ventana de la oficina del director del observatorio. Dovim apenas era evidente, un pequeño y nítido punto rojo de luz que seguía camino hacia el Norte allá en lo alto.
Athor hojeó los papeles, trasladándolos en grupos de un lado para otro del escritorio. Y trasladándolos de nuevo. Qué extraño era que se lo tomara con tanta tranquilidad, pensó.
Beenay era el que parecía más alterado por todo aquello; él apenas había reaccionado.
Quizá me hallo en estado de shock, especuló.
—Aquí, señor, tengo la órbita de Kalgash de acuerdo con los cálculos del almanaque generalmente aceptados. Y aquí, en la copia de impresora, tenemos la predicción orbital que el nuevo ordenador…
—Por favor, Beenay. He dicho que deseaba pensar.
Beenay asintió crispadamente. Athor le sonrió, cosa que no le resultaba fácil. El formidable jefe del observatorio, un hombre alto, delgado, de aspecto autoritario, con una impresionante melena blanca, se había dejado encajar hacía tanto tiempo en el papel de Austero Gigante de la Ciencia que ahora le resultaba difícil salirse de él y permitirse mostrar respuestas normales humanas. Al menos, le resultaba difícil mientras estaba en el observatorio, donde todo el mundo le contemplaba como una especie de semidiós. En casa, con su esposa, con sus hijos, y sobre todo con su ruidosa bandada de nietos, era un asunto completamente distinto.
Así que la Gravitación Universal no era completamente correcta, ¿verdad?
¡No! ¡No, eso era imposible! Cada átomo de sentido común en él protestaba ante el pensamiento. El concepto de Gravitación Universal era fundamental para cualquier comprensión de la estructura del Universo, Athor estaba seguro de ello. Lo sabía. Era algo demasiado limpio, demasiado lógico, demasiado hermoso, para estar equivocado.
Retira la Gravitación Universal, y toda la lógica del cosmos se disuelve en el caos.
Inconcebible. Inimaginable.
Pero esas cifras…, esa maldita copia de impresora de Beenay…
—Puedo ver que está usted furioso, señor. —¡Beenay, parloteando de nuevo!—. Y quiero decirle que lo comprendo perfectamente…, la forma en que esto debe de dolerle…, cualquiera estaría furioso al ver el trabajo de toda su vida puesto en peligro de este modo…
—Beenay…
—Sólo déjeme decirle, señor, que hubiera dado cualquier cosa por no tener que traerle esto hoy. Sé que está usted furioso conmigo por haber venido aquí con ello, pero lo único que puedo decir es que pensé mucho y durante largo tiempo antes de decidirme a hacerlo. Lo que realmente deseaba hacer era quemarlo todo y olvidar que alguna vez empecé con esto. Me siento abrumado por haber descubierto lo que descubrí, y más abrumado aún de ser yo el que…
—Beenay —dijo Athor de nuevo, con su voz más ominosa.
—¿Señor?
—Estoy furioso contigo, sí. Pero no por la razón que tú piensas.
—¿Señor?
—Número uno, estoy irritado por la forma en que no dejas de balbucearme, cuando todo lo que deseo hacer es permanecer sentado aquí y elaborar tranquilamente las implicaciones de estos papeles que acabas de echar sobre mi mesa. Número dos, y mucho más importante, me siento absolutamente ultrajado por el hecho de que hayas vacilado un solo momento antes de traerme tus descubrimientos. ¿Por qué esperaste tanto?
—No fue hasta ayer que terminé las comprobaciones.
—¡Ayer! ¡Entonces hubieras debido estar aquí ayer! Beenay, ¿estás siendo sincero cuando dices que consideraste seriamente el suprimir todo esto? ¿Que estabas dispuesto a arrojar a un lado tus resultados y no decir nada?
—No, señor —dijo Beenay con voz miserable—. En realidad nunca pensé en hacerlo.
—Bien, eso es una bendición. Dime, hombre, ¿piensas que estoy tan enamorado de mi hermosa teoría que deseo que uno de mis más dotados asociados me proteja de la desagradable noticia de que la teoría tiene un fallo?
—No, señor. Por supuesto que no.
—Entonces, ¿por qué no viniste corriendo aquí con la noticia en el momento mismo en que estuviste seguro de que tenías razón?
—Porque…, porque, señor… —Parecía como si Beenay deseara desvanecerse en la alfombra—. Porque sabía lo que eso le trastornaría. Porque pensé que usted podía…, podía trastornarse tanto que su salud se viera afectada. Así que lo retuve todo, hablé con un par de amigos, pensé en mi propia posición en todo esto, y llegué a la conclusión de que no tenía otra alternativa, que mi obligación era decirle que la Teoría de la Gravitación Univer…
—¿Así que crees realmente que mi amor hacia mi propia teoría es superior al que siento hacia la verdad?