—Pese a todo, se me aseguró que se me permitiría hablar con Mondior. No tengo la menor duda de que lo que usted me diga estará revestido de toda la autoridad necesaria, pero no es sólo información lo que busco. Me gustaría formarme alguna opinión del tipo de hombre que es Mondior, cuáles son sus puntos de vista sobre otras cosas aparte la profetizada destrucción del mundo, qué piensa acerca de…
—Sólo puedo repetirle lo que ya le he dicho —declaró Folimun, cortándole suavemente—. Puede considerarme como la voz de Mondior. Su Serenidad no podrá verle en persona hoy.
—Entonces prefiero regresar otro día, cuando Su Serenidad esté…
—Permítame informarle que Mondior no se halla disponible para entrevistas personales, nunca. Nunca. El trabajo de Su Serenidad es mucho más urgente, ahora que sólo nos separan unos meses del Tiempo de la Llama. —Folimun sonrió de pronto, una sonrisa inesperadamente cálida y humana, quizá con la intención de quitar algo de mordiente a la negativa y de melodramatismo a la frase «el Tiempo de la Llama». Casi gentilmente, dijo—: Supongo que se habrá producido algún malentendido, que usted no se dio cuenta de que su cita sería con un portavoz de Mondior en vez de con el Sumo Apóstol en persona. Pero así es como tiene que ser. Si no desea usted hablar conmigo, bueno, lamento que haya hecho su viaje en balde. Pero soy la fuente de información más útil que va a encontrar usted aquí, ahora o en cualquier otro momento.
De nuevo la sonrisa. Era la sonrisa de un hombre que cerraba de una forma fría y sin disculpa alguna una puerta en el rostro de Theremon.
—Muy bien —dijo Theremon, tras un momento o dos de consideración—. Veo que no tengo mucha elección. Hablo con usted o no hablo con nadie. De acuerdo: hablemos. ¿Cuánto tiempo tengo?
—Tanto como necesite, aunque esta primera reunión tendrá que ser más bien breve. Y también —una sonrisa, sorprendente, casi maliciosa— deberá tener en cuenta que sólo nos quedan catorce meses. Y que tenemos algunas otras cosas que hacer durante ese tiempo.
—Eso imagino. ¿Catorce meses, dice? ¿Y luego qué?
—Por lo que dice, supongo que no ha leído usted el Libro de las Revelaciones.
—No recientemente, es cierto.
—Entonces permítame. —Folimun extrajo un delgado volumen encuadernado en rojo de algún hueco en su aparentemente vacío escritorio y lo deslizó hacia Theremon—. Éste es para usted. Hallará mucho alimento espiritual en él, espero. Mientras tanto, puedo resumirle el tema que parece ser del mayor interés para usted. Dentro de muy poco, exactamente dentro de 418 días desde hoy, el 19 del próximo theptar para ser extremadamente precisos, caerá una gran transformación sobre nuestro confortable y familiar mundo. Los seis soles entrarán en la Caverna de la Oscuridad y desaparecerán, las Estrellas se manifestarán a nosotros, y todo Kalgash será pasto de las llamas.
Hizo un sonido muy casual. Como si estuviera hablando de la llegada de la lluvia mañana por la tarde, o la esperada floración de alguna rara planta la semana próxima en el Jardín Botánico Municipal. Todo Kalgash pasto de las llamas. Los seis soles entrando en la Caverna de la Oscuridad. Las Estrellas.
—Las Estrellas —dijo Theremon en voz alta—. ¿Qué son de hecho?
—Son los instrumentos de los dioses.
—¿No cree que podría ser un poco más específico?
—La naturaleza de las Estrellas se hará más que clara para todos nosotros —dijo Folimun 66—, dentro de 418 días.
—Entonces el actual Año de Gracia llega a su término —dijo Theremon—. Concretamente el 19 de theptar del año próximo.
Folimun pareció agradablemente sorprendido.
—Así que ha estado estudiando nuestras enseñanzas.
—Hasta cierto punto. He escuchado las últimas intervenciones de Mondior, al menos. Sé lo del ciclo de 2.049 años. ¿Y el acontecimiento que ustedes llaman el Tiempo de la Llama? Supongo que tampoco puede proporcionarme alguna especie de descripción anticipada de eso.
—Hallará usted algo al respecto en el capítulo quinto del Libro de las Revelaciones. No, no necesita buscarlo ahora: puedo citárselo. «De las Estrellas brotaron entonces las Llamas Celestes, que eran las portadoras de la voluntad de los dioses; y allá donde tocaban las llamas, las ciudades de Kalgash eran consumidas hasta la total destrucción, de tal modo que del hombre y de las obras del hombre no quedaba nada en absoluto.»
Theremon asintió.
—Un repentino y terrible cataclismo. ¿Por qué?
—La voluntad de los dioses. Nos han advertido contra nuestra perversidad, y nos han proporcionado un número de años para redimirnos. Ese número de años es lo que llamamos el Año de Gracia, un «año» de 2.049 años humanos, sobre el que parece saber usted ya algo. El actual Año de Gracia se halla ya casi a su final.
—¿Y entonces cree usted que todos seremos barridos de la superficie del planeta?
—No todos. Pero la mayoría sí; y nuestra civilización será destruida. Los pocos que sobrevivan se enfrentarán a la inmensa tarea de la reconstrucción. Éste es, como parece darse cuenta, un ciclo melancólicamente repetitivo de los acontecimientos humanos. Lo que pronto ocurrirá no señalará la primera vez que la Humanidad fracasa en la prueba de los dioses. Hemos sido golpeados más de una vez antes; y ahora nos hallamos a punto de ser golpeados de nuevo.
Lo más curioso, pensó Theremon, era que Folimun no parecía en absoluto loco.
Excepto por su extraño hábito, hubiera podido ser cualquier tipo de joven hombre de negocios sentado en su atractiva oficina…, un agente de préstamos, por ejemplo, o un especialista en inversiones. Era a todas luces inteligente. Hablara con claridad y bien, con un tono seguro y directo. Nunca desvariaba o desbarraba. Pero las cosas que decía, de aquella manera segura y directa, eran los más alocados balbuceos carentes de sentido.
El contraste entre lo que Folimun decía y la forma en que lo decía resultaba difícil de aceptar.
Ahora se arrellanó satisfecho, con expresión relajada, a la espera de que el periodista formulara la siguiente pregunta.
—Seré franco —dijo Theremon al cabo de un momento—. Como mucha gente, tengo dificultades en aceptar que algo tan grande me sea tendido simplemente como una revelación. Necesito pruebas sólidas. Pero usted no nos muestra ninguna. Acéptalo por la fe, dice. No hay ninguna prueba tangible que demuestre, por supuesto, lo que usted nos dice, pero será mejor que creamos lo que nos ofrece, porque lo ha oído todo de los dioses, y usted sabe que los dioses no le mienten. ¿Puede mostrarme por qué debería creerle? La fe sola no es suficiente para las personas como yo.
—¿Por qué piensa que no hay ninguna prueba? —preguntó Folimun.
—¿La hay? ¿Aparte el propio Libro de las Revelaciones? Las pruebas circulares no son ninguna prueba para mí.
—Somos una organización muy antigua, ¿sabe?
—Diez mil años, o al menos eso dice la historia.
Una breve sonrisa aleteante cruzó los delgados labios de Folimun.
—Una cifra arbitraria, quizás un poco exagerada para conseguir un efecto popular. Todo lo que afirmamos entre nosotros es que nos remontamos a los tiempos prehistóricos.
—Así que su grupo tiene al menos dos mil años de antigüedad, entonces.
—Un poco más que eso, como mínimo. Podemos rastrear nuestra existencia hasta una época anterior al último cataclismo…, así que con toda seguridad tenemos más de 2.049 años de antigüedad. Probablemente muchos más, pero no tenemos ninguna prueba de ello, al menos no ninguna prueba del tipo que usted estaría dispuesto a aceptar. Creemos que los Apóstoles pueden remontarse a varios ciclos de destrucción, lo cual es tanto como decir probablemente seis mil años. Todo lo que realmente importa es que nuestro origen es precataclísmico. Hemos permanecido silenciosamente activos como organización durante más de un Año de Gracia. Y, así, ahora nos hallamos en posesión de una información que ofrece detalles altamente específicos de la catástrofe que nos aguarda. Sabemos lo que ocurrirá porque somos conscientes de lo que ha ocurrido muchas veces antes.