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—No muchas —respondió Liliath—. Las habituales pequeñas y mezquinas disputas, las acostumbradas reuniones de facultad, encumbradas declaraciones de ultraje sobre éste y aquel candente problema social…, ya sabes. —Guardó silencio por un instante, con ambas manos aferrando la barra de dirección mientras conducía el coche a través de los profundos charcos de agua que inundaban la carretera—. Por cierto, al parecer hay alguna especie de revuelo en el observatorio. Tu amigo Beenay 25 te ha estado buscando. No me dijo mucho, pero parece que están efectuando una importante reevaluación de una de sus teorías clave. Todo el mundo está agitado. El viejo Athor en persona dirige las investigaciones, ¿puedes imaginarlo? Creía que su mente se había osificado hacía ya un siglo. Beenay llevaba a un periodista consigo, uno de esos que escriben una columna popular. Theremon, creo que se llama. Theremon 762. No me fijé mucho en él.

—Es muy conocido. Una especie de cizañero, creo, aunque no estoy muy seguro de qué tipo de causas se dedica a fulminar. Él y Beenay pasan mucho tiempo juntos.

Sheerin tomó nota mental de llamar al joven astrónomo después de deshacer el equipaje. Hacía ya casi un año que Beenay llevaba viviendo con la hija de la hermana de Sheerin, Raissta 717, y Sheerin había establecido una firme amistad con él, tan firme como era posible teniendo en cuenta la diferencia de veintitantos años en sus edades. Sheerin sentía un interés de aficionado hacia la astronomía: ése era uno de los lazos que los mantenían juntos.

¡Athor de vuelta al trabajo teórico! ¡Resultaba difícil de imaginar! ¿De qué podía tratarse? ¿Había publicado algún novato un artículo atacando la Ley de la Gravitación Universal? No, pensó Sheerin…, nadie se atrevería.

—¿Y tú? —preguntó—. No has dicho ni una palabra acerca de lo que has hecho mientras yo estaba fuera.

—¿Qué es lo que crees que hice, Sheerin? ¿Ir a practicar el vuelo con motor en las montañas? ¿Asistir a las reuniones de los Apóstoles de la Llama? ¿Seguir un curso de ciencias políticas? Leí libros. Di mis clases. Realicé mis experimentos. Aguardé a que volvieras a casa. Planeé la cena que cocinaría cuando tú volvieras. ¿Estás seguro de que no has empezado a seguir alguna dieta?

—Por supuesto que no. —Dejó que su mano descansara afectuosamente sobre la de ella por un momento—. Pensé en ti todo el tiempo, Liliath.

—Estoy segura de que lo hiciste.

—Y soy incapaz de esperar hasta la hora de la cena.

—Al menos eso suena plausible.

La lluvia se hizo repentinamente más densa. Una gran masa de agua golpeó el parabrisas, y todo lo que pudo hacer Liliath fue mantener el coche en la carretera, no sin cierta dificultad. El cielo se oscureció otro grado o dos a medida que empeoraba la tormenta. Sheerin se encogió ante la creciente oscuridad de fuera y clavó la vista en los brillantemente iluminados controles del tablero del coche para reconfortarse.

No deseaba permanecer más tiempo en el espacio cerrado del coche. Deseaba salir a los campos abiertos, con o sin tormenta. Pero eso era una locura. Se empaparía en un instante ahí fuera. Incluso podía ahogarse, los charcos eran tan profundos.

Piensa en cosas agradables, se dijo. Piensa en cosas cálidas y brillantes. Piensa en la luz del sol, la dorada luz de Onos, la cálida luz de Patru y Trey, incluso la helada luz de Sitha y Tano, la débil luz roja de Dovim. Piensa en la cena de esta noche. Liliath ha preparado un festín para darte la bienvenida en tu regreso. Y Liliath es tan buena cocinera.

Se dio cuenta de que seguía sin tener la menor hambre. No en un miserable día gris como éste, tan oscuro…, tan oscuro…

Pero Liliath era muy sensible acerca de su cocina. Sobre todo cuando cocinaba para él. Comería todo lo que le pusiera delante, decidió, aunque tuviera que hacerlo por la fuerza. Era una idea curiosa ésta, pensó: ¡Él, Sheerin, el gran glotón, pensando en comer por la fuerza!

Liliath le miró ante el sonido de su carcajada.

—¿Qué es tan divertido?

—Yo…, hum…, que Athor haya vuelto a la investigación —dijo apresuradamente—. Después de contentarse durante tanto tiempo en ser el Señor Sumo Emperador de la Astronomía y realizar un trabajo puramente administrativo. Tendré que llamar enseguida a Beenay. ¿Qué demonios puede estar ocurriendo en el observatorio?

12

Éste era el tercer día de Siferra 89 de vuelta en la Universidad de Saro, y todavía no había parado de llover. Qué refrescante contraste con el reseco entorno desértico de la península Sagikana. No había visto llover desde hacía tanto tiempo que se sintió maravillada ante la simple idea de que el agua pudiera caer del cielo.

En Sagikán, cada gota de agua era enormemente preciosa. Calculabas su uso con la mayor precisión y reciclabas toda la reciclable. Aquí, en cambio, caía del cielo como de algún gigantesco depósito que nunca llegaría a secarse. Sheerin sintió un poderoso impulso de despojarse de sus ropas y correr por el extenso y verde césped del campus, dejando que la lluvia resbalara por su cuerpo en un interminable y delicioso chorro que la lavara hasta despojarla de la última mota de polvo del desierto.

Eso era lo último que el campus necesitaba ver. ¡Aquella fría, solitaria y poco romántica profesora de arqueología, Siferra 89, corriendo desnuda bajo la lluvia! Valdría la pena hacerlo aunque sólo fuera para disfrutar del espectáculo de sus asombrados rostros mirando a través de cada ventana de la universidad mientras ella pasaba corriendo por delante.

Sin embargo, pensó Siferra, no es muy probable que lo haga.

No es en absoluto mi estilo.

Y, además, había mucho que hacer por otros lados. No había esperado ni un momento para ponerse a trabajar. La mayoría de los artefactos que había excavado en el yacimiento de Beklimot la seguían por vía marítima, y no llegarían a la universidad hasta dentro de unas semanas. Pero había mapas que trazar, bocetos que pulir, las fotografías estratigráficas de Balik que analizar, las muestras del suelo que preparar para el laboratorio de radiografía, más de un millón de cosas que hacer. Y luego, además, estaban las tablillas de Thombo que discutir con Mudrin 505 del Departamento de Paleografía.

¡Las tablillas de Thombo! ¡El hallazgo de hallazgos, el primer descubrimiento en todo aquel año y medio! O eso creía. Por supuesto, todo dependía de si alguien podía extraerles algún sentido. En cualquier caso, no sería una pérdida de tiempo poner a Mudrin a trabajar en ellas. Como mínimo, las tablillas eran algo fascinante. Pero podían ser mucho más que eso. Había la posibilidad de que revolucionaran todo el estudio del mundo prehistórico. Por eso no las había confiado a las rutas marítimas, sino que las había traído consigo personalmente desde Sagikán.

Llamaron a la puerta.

—¿Siferra? ¿Siferra, estás aquí?

—Pasa, Balik.

El estratígrafo de amplios hombros estaba empapado.

—Esta maldita lluvia abominable —murmuró mientras se sacudía—. ¡No creerás cómo me he empapado con sólo cruzar el patio desde la Biblioteca Uland hasta aquí!

—Me encanta la lluvia —dijo Siferra—. Espero que no cese nunca. Después de todos estos meses cociéndonos en el desierto, con arena en los ojos todo el tiempo, polvo en la garganta, el calor, la sequía… ¡No, dejemos que llueva, Balik!