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—Pero veo que tú te quedas dentro de casa. Es mucho más fácil apreciar la lluvia cuando la contemplas desde una acogedora oficina seca. ¿Estás jugando de nuevo con tus tablillas?

Señaló las seis irregulares y maltratadas losetas de dura arcilla roja que Siferra había dispuesto encima de su escritorio en dos grupos de a tres, las cuadradas en una hilera y las oblongas en otra.

—¿No son hermosas? —exclamó Siferra, exultante—. No puedo dejarlas solas. No dejo de mirarlas como si de pronto pudieran volverse inteligibles con sólo mirarlas el tiempo suficiente.

Balik se inclinó hacia delante y agitó la cabeza.

—Marcas de patas de pollos. Eso es lo que a mí me parecen.

—¡Oh, vamos! Yo ya he identificado distintos esquemas de palabras —dijo Siferra—. Y no soy paleógrafa. Aquí, mira…, ¿ves este grupo de seis caracteres? Se repite aquí. Y esos tres, con las cuñas compensadas…

—¿Las ha visto ya Mudrin?

—Todavía no. Le he pedido que se pasara por aquí un poco más tarde.

—¿Sabes que ya se ha difundido la noticia de lo que hemos encontrado? ¿Los sucesivos emplazamientos de ciudades de Thombo?

Siferra le miró sorprendida.

—¿Qué? ¿Quién…?

—Uno de los estudiantes —dijo Balik—. No sé quién…, Veloran supongo, aunque Eilis piensa que ha sido Sten. Supongo que era inevitable, ¿no?

—Les advertí que no dijeran nada a…

—Sí, pero son chicos, Siferra, sólo chicos, ¡con diecinueve años y en su primera excavación importante! Y la expedición tropieza con algo absolutamente asombroso…, siete ciudades prehistóricas desconocidas hasta ahora una encima de la anterior, retrocediendo hasta sólo los dioses saben cuántos miles de años…

—Nueve ciudades, Balik.

—Siete, nueve, sigue siendo colosal de todos modos. Y yo creo que son siete. —Sonrió.

—Sé que lo crees. Pero estás equivocado. Pero, ¿quién ha estado hablando de ello? En el departamento, quiero decir.

—Hilliko. Y Brangin. Les he oído esta mañana, en el salón de la Facultad. Se muestran extremadamente escépticos, debo decirte. Apasionadamente escépticos. Ninguno de ellos cree que sea ni remotamente posible que haya un asentamiento más antiguo que Bekllimot en ese yacimiento, y no digamos nueve, o siete, o los que sean.

—No han visto las fotografías. No han visto los mapas. No han visto las tablillas. No han visto nada. Y ya dan su opinión. —Los ojos de Siferra llamearon furiosos—. ¿Qué es lo que saben? ¿Han puesto alguna vez los pies en la península Sagikana? ¿Han estado en Beklimot aunque sólo haya sido como turistas? ¡Y se atreven a dar una opinión sobre algo que ni siquiera se ha publicado, que ni siquiera ha sido discutido informalmente dentro del departamento…!

—Siferra…

—¡Me gustaría desollarlos a los dos! Y a Veloran y a Sten también. ¡Sabían que no tenían que abrir sus enormes bocazas! ¿De dónde vienen esos dos para atribuirse prioridad, aunque sea verbalmente? Les demostraré quién soy. Los traeré a los dos aquí y descubriré quién de ellos es el responsable de filtrar la historia a Hilliko y Brangin, y si el o la culpable cree que va a obtener algún día un doctorado en esta Universidad…

—Por favor, Siferra —dijo Balik en tono apaciguador—. Estás haciendo una montaña de nada.

—¡De nada! Mi prioridad por los suelos y…

—Nadie ha echado nada tuyo por los suelos. Todo sigue siendo solamente un rumor hasta que tú hagas tu propia declaración preliminar. En cuanto a Veloran y Sten, realmente no sabemos si alguno de los dos ha sido el que ha filtrado la historia, y si uno de ellos lo hizo, recuerda que tú también fuiste joven.

—Sí —dijo—. Hace tres eras geológicas.

—No seas tonta. Eres tan joven como yo, y yo no soy un anciano precisamente.

Siferra asintió indiferente. Miró hacia la ventana. De pronto la lluvia no pareció tan agradable. Todo era oscuro fuera, inquietantemente oscuro.

—De todos modos, oír que nuestros descubrimientos son ya controvertidos, cuando ni siquiera han sido publicados…

—Tienen que ser controvertidos, Siferra. Todo el mundo se va a sentir trastornado por lo que encontramos en esa colina…, no sólo en nuestro departamento, sino también en Historia, Filosofía, incluso Teología; todos se verán afectados. Y puedes apostar a que lucharán por defender sus nociones establecidas de la forma en que se desarrolló la civilización. ¿No lo harías tú, si apareciera alguien con una idea radicalmente nueva que amenazara todo lo que crees? Sé realista, Siferra. Desde un principio sabíamos que íbamos a desencadenar una tormenta.

—Lo supongo. Pero no estaba preparada para empezar tan pronto. Apenas he deshecho las maletas.

—Ése es el auténtico problema. Te has metido de cabeza en lo más denso de las cosas demasiado aprisa, sin darles tiempo de descomprimirse. Mira, tengo una idea. Nos queda algo de tiempo libre antes de que tengamos que volver por completo a nuestras tareas académicas. ¿Por qué no nos vamos tú y yo lejos de la lluvia y nos tomamos unas pequeñas vacaciones juntos? ¿A Jonglor, digamos, a ver la Exposición? Estuve hablando con Sheerin ayer…, acaba de estar allí, ¿sabes?, y dice…

Siferra miró a Balik con incredulidad.

—¿Qué?

—Unas vacaciones, he dicho. Tú y yo.

—¿Te me estás insinuando, Balik?

—Bueno, supongo que puedes llamarlo así. Pero, ¿es algo tan increíble? No somos exactamente unos desconocidos. Nos conocemos desde que éramos estudiantes graduados. Acabamos de regresar de un año y medio pasado juntos en el desierto.

—¿Juntos? Estábamos en la misma excavación, sí. Tú tenías tu tienda y yo la mía. Nunca ha habido nada entre nosotros. Y ahora, de pronto…

Los impasibles rasgos de Balik mostraron desánimo e incomodidad.

—No es como si te estuviera pidiendo que te casaras conmigo, Siferra. Simplemente sugerí un pequeño viaje rápido a la Exposición de Jonglor, cinco o seis días, un poco de sol, un decente hotel de turismo en vez de una tienda clavada en medio del desierto, unas cuantas cenas tranquilas, un poco de buen vino… —Volvió las palmas hacia arriba en un gesto de irritación—. Me estás haciendo sentir como un escolar estúpido, Siferra.

—Estás actuando como uno —dijo ella—. Nuestra relación ha sido siempre puramente profesional, Balik. Mantengámosla así, ¿quieres?

Él empezó a decir algo, evidentemente se lo pensó mejor, y apretó con fuerza los labios.

Se miraron incómodos durante un largo momento.

La cabeza de Siferra batía como un tambor. Todo aquello era inesperado y desagradable: la noticia de que los demás miembros del Departamento ya estaban tomando posiciones acerca de los hallazgos de Thombo, y el torpe intento de Balik de seducirla. ¿Seducirla? Bueno, de establecer alguna especie de relación romántica con ella, al menos. Qué absolutamente asombrado se mostraba de haber sido rechazado.

Se preguntó si alguna vez, accidentalmente, había parecido que le daba pie de alguna manera, si le habría dado sin querer un indicio de unos sentimientos que nunca habían existido.

No. No. No podía creer que lo hubiera hecho. No tenía ningún interés en ir a ningún hotel de turismo del norte del país y beber vino en restaurantes románticamente iluminados, ni con Balik ni con nadie. Tenía su trabajo. Eso era suficiente. Durante veintitantos años, desde su adolescencia, los hombres se le habían estado ofreciendo, diciéndole lo hermosa, lo maravillosa, lo fascinante que era. Resultaba halagador, suponía. Mejor que la consideraran hermosa y fascinante que fea y aburrida. Pero no estaba interesada. Nunca lo había estado. No deseaba estarlo. Qué enojoso que Balik hubiera creado esa tensión entre ellos ahora, cuando aún tenían por delante todo el trabajo de organizar el material de Beklimot: los dos, trabajando lado a lado…