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Hubo otra llamada en la puerta. Se sintió inmensamente agradecida por la interrupción.

—¿Quién es? —preguntó.

—Mudrin 505 —respondió una voz aguda.

—Entre. Por favor.

—Me voy —dijo Balik.

—No. Ha venido a ver las tablillas. Son tus tablillas tanto como las mías, ¿no?

—Siferra, lamento si…

—Olvídalo. ¡Olvídalo!

Mudrin entró, bamboleándose como siempre. Era un hombre frágil y de aspecto como disecado a punto de cumplir los ochenta, muy pasada ya su edad de su jubilación, pero retenido aún como miembro de la facultad en un puesto no docente a fin de que pudiera proseguir sus estudios paleográficos. Sus apacibles ojos verde grisáceos, acuosos tras toda una vida de examinar viejos y desteñidos manuscritos, miraban desde detrás de unas gruesas gafas. Sin embargo, Siferra sabía que su acuosa apariencia era engañosa: aquellos eran los ojos más agudos que jamás hubiera conocido, al menos en lo que a antiguas inscripciones se refería.

—Así que éstas son las famosas tablillas —dijo Mudrin—. ¿Sabes que no he pensado en nada más desde que me lo dijiste? —Pero no hizo ningún movimiento inmediato para examinarlas—. ¿Puedes darme alguna información sobre el contexto, la matriz?

—Aquí está la foto maestra de Balik —dijo Siferra, y le tendió una gran y brillante ampliación—. La Colina de Thombo, el gran montículo al sur de Beklimot Mayor. Cuando la tormenta de arena la hendió, esto fue lo que vimos. Y luego seguimos abriendo por aquí hacia abajo, y luego más abajo hasta aquí. La abrimos de par en par. ¿Ve esa línea oscura de aquí?

—¿Carbón? —preguntó Mudrin.

—Exacto. Una línea de fuego aquí, toda la ciudad quemada. Ahora descendemos hasta aquí y vemos una segunda capa de cimientos, y una segunda línea de fuego. Y, si mira aquí…, y aquí…

Mudrin estudió largo rato la fotografía.

—¿Qué es lo que tenéis aquí? ¿Ocho asentamientos sucesivos?

—Siete —dijo rápidamente Balik.

—Nueve, creo —cortó con voz seca Siferra—. Pero admito que resulta bastante difícil decirlo, hasta la base de la colina. Necesitaremos análisis químicos para aclararlo, y pruebas radiográficas. Pero evidentemente hubo toda una serie de conflagraciones aquí. Y la gente de Thombo siguió construyendo y reconstruyendo, vez tras vez.

—¡Pero este asentamiento tiene que ser increíblemente antiguo, si ése es el caso! —exclamó Mudrin.

—Mi suposición es que el período de ocupación abarcó una extensión de al menos cinco mil años. Quizá muchos más. Tal vez diez o quince. No lo sabremos hasta que hayamos puesto al descubierto por completo el nivel más bajo, y eso tendrá que aguardar a la próxima expedición. O a la siguiente después de ésa.

—¿Cinco mil años, dices? ¿Es posible?

—¿Para construir y reconstruir y reconstruir de nuevo? Cinco mil como mínimo.

—Pero ningún emplazamiento que hayamos excavado nunca en ninguna parte en todo el mundo es ni remotamente tan antiguo como eso —dijo Mudrin, con expresión sorprendida—. La propia Beklimot tiene menos de dos mil años de antigüedad, ¿no es así? Y la consideramos como uno de los más antiguos asentamientos humanos en Kalgash.

—El más antiguo asentamiento conocido —rectificó Siferra—. Pero, ¿quiere decir eso que no puede haber otros más antiguos aún? Mudrin, esta foto le da su propia respuesta. He aquí un emplazamiento que tiene que ser más antiguo que Beklimot…, hay artefactos estilo Beklimot en su nivel superior, y de ahí desciende un buen trecho. Beklimot tiene que ser un asentamiento muy reciente, tal como se plantea la historia humana. El asentamiento de Thombo, que ya era antiguo antes de que Beklimot llegara a existir, tiene que haber ardido y ardido y ardido de nuevo, y reconstruido cada vez, yendo hacia atrás lo que tiene que ser centenares de generaciones.

—Un lugar muy poco afortunado, entonces —observó Mudrin—. Muy poco querido por los dioses, ¿no crees?

—Eso debió de ser lo que se les ocurrió al fin —dijo Balik.

Siferra asintió.

—Sí. Finalmente debieron de decidir que había una maldición sobre el lugar. Así que, en vez de reconstruir tras el último incendio de la serie, se desplazaron una cierta distancia y edificaron Beklimot. Pero antes de eso debieron de ocupar Thombo durante un largo, largo tiempo. Conseguimos reconocer los estilos arquitectónicos de los dos asentamientos superiores, veamos…, son el ciclópeo medio de Beklimot aquí, y el proto Beklimot entrecruzado debajo. Pero la tercera ciudad hacia abajo, lo que queda de ella, no se parece a nada que yo pueda identificar. La cuarta es aún más extraña, y muy tosca. La quinta hace que la cuarta parezca sofisticada en comparación. Debajo de ésa, todo es una mezcolanza tan primitiva que no resulta fácil decir cuál es cuál. Pero cada una se halla separada por una línea de fuego de la de encima, o eso creemos. Y las tablillas…

—Sí, las tablillas —dijo Mudrin, temblando excitado.

—Encontramos este juego, las cuadradas, en el tercer nivel. Las oblongas proceden del quinto. Ni siquiera puedo empezar a extraer ningún sentido de ellas, por supuesto, pero yo no soy paleógrafa.

—Qué maravilloso sería —empezó a decir Balik— si esas tablillas contuvieran algún tipo de relato de la destrucción y reconstrucción de las ciudades de Thombo y…

Siferra le lanzó una venenosa mirada.

—¡Qué maravilloso sería, Balik, si dejaras de dar vueltas a esas pequeñas fantasías tuyas hechas de deseos!

—Lo siento, Siferra —dijo Balik heladamente—. Discúlpame por respirar.

Mudrin no prestó atención a su disputa. Estaba en el escritorio de Siferra, con la cabeza inclinada sobre las tablillas cuadradas durante largo rato, luego sobre las oblongas.

Al fin el paleógrafo dijo:

—¡Sorprendente! ¡Absolutamente sorprendente!

—¿Puede descifrarlas? —preguntó Siferra.

El viejo rió quedamente.

—¿Descifrarlas? Por supuesto que no. ¿Acaso quieres milagros? Pero veo grupos de palabras aquí.

—Sí. Yo también —dijo Siferra.

—Y casi puedo reconocer letras. No en las tablillas más antiguas…, contienen una escritura completamente no familiar, muy probablemente silábica, caracteres demasiado distintos como para que sean alfabéticos. Pero las tablillas cuadradas parecen estar escritas en una forma muy primitiva de la escritura de Beklimot. Observa, esto de aquí es una quhas, casi estaría dispuesto a jurarlo, y esto parece ser una forma algo distorsionada de la letra tifjack…, es una tifjack, ¿tú no lo dirías así? Necesito trabajar sobre eso, Siferra. Con mi propio equipo de iluminación, mis cámaras, mis escáneres. ¿Puedo llevármelas conmigo?

—¿Llevárselas? —murmuró ella, como si le acabaran de pedir llevarse uno de sus dedos.

—Es la única forma en que puedo empezar a descifrarlas.

—¿Cree que puede hacerlo? —preguntó Balik.

—No ofrezco garantías. Pero si este carácter es una tifjack y éste una quhas, entonces debería de poder hallar otras letras antepasadas de las de Beklimot, y al menos producir una transliteración. Si podremos comprender el lenguaje una vez podamos leer la escritura es difícil de decir. Y dudo que pueda llegar muy lejos con las tablillas oblongas a menos que hayáis puesto al descubierto alguna bilingüe que me dé alguna forma de aproximarme a esa escritura aún más antigua. Pero déjame intentarlo, Siferra. Déjame intentarlo.

—Sí, por supuesto. Tome.

Reunió amorosamente las tablillas y las depositó en el contenedor en el que las había llevado todo el camino desde Sagikán. Le apenaba desprenderse de ellas. Pero Mudrin tenía razón. No podía hacer nada con ellas con sólo echarles un vistazo; necesitaba someterlas a análisis de laboratorio.