Observó tristemente hasta que el paleógrafo desapareció bamboleándose de la habitación, con su preciosa carga apretada contra su hundido pecho. Ella y Balik se quedaron solos de nuevo.
—Siferra, acerca de lo que dije antes…
—Te he dicho que lo olvidaras. Yo ya lo he hecho. Si no te importa, ahora querría trabajar un poco, Balik.
13
—Bueno, ¿cómo se lo tomó? —preguntó Theremon—. Mejor de lo que esperabas, supongo.
—Estuvo completamente maravilloso —dijo Beenay. Estaban en la terraza del Club de los Seis Soles. La lluvia había cesado por el momento y la tarde era espléndida, con esa extraña claridad de la atmósfera que siempre se producía después de un prolongado período de lluvia: Tano y Sitha en el Oeste, arrojando su dura y fantasmal luz blanca con más intensidad de la habitual, y el rojo Dovim en el sector opuesto del penumbroso cielo, ardiendo como una diminuta gema—. Apenas pareció trastornado, excepto cuando indiqué que casi me había sentido tentado de eliminar todo el asunto para proteger sus sentimientos. Entonces se soltó. Literalmente me hizo picadillo…, como me merecía. Pero lo más curioso fue… ¡Camarero! ¡Camarero! ¡Un Tano Especial para mí, por favor! Y uno para mi amigo. ¡Que sean dobles!
—Te estás convirtiendo en un auténtico bebedor, ¿eh? —observó Theremon.
Beenay se encogió de hombros.
—Sólo cuando estoy aquí. Hay algo en esta terraza, la vista de la ciudad, la atmósfera…
—Así es como empieza. Te va gustando poco a poco, desarrollas alegres asociaciones entre un lugar en particular y el beber, luego, al cabo de un tiempo, experimentas con tomar una o dos copas en algún otro lado, y luego una copa o tres…
—¡Theremon! ¡Pareces un Apóstol de la Llama! Ellos también creen que el beber es malo, ¿verdad?
—Ellos creen que todo es malo. Pero beber ciertamente lo es. ¿Qué es eso tan maravilloso, amigo mío? —Theremon se echó a reír—. Me estabas hablando de Athor.
—Sí. Lo realmente cómico. ¿Recuerdas esa loca idea que tuviste de que algún factor desconocido podía estar empujando Kalgash fuera de la órbita que esperábamos que siguiera?
—El gigante invisible, sí. El dragón resoplando y bufando en el cielo.
—¡Bien, pues Athor adoptó exactamente la misma posición!
—¿Cree que hay un dragón en el cielo?
Beenay se echó a reír a carcajadas.
—No seas tonto. Pero alguna clase de factor desconocido sí. Un sol oscuro quizás, o algún otro mundo situado en una posición que resulta imposible de ver para nosotros, pero que pese a todo ejerce una fuerza gravitatoria sobre Kalgash…
—¿No es todo eso un poco fantástico? —preguntó Theremon.
—Por supuesto que lo es. Pero Athor me recordó la vieja perogrullada de la Espada de Thargola. Que utilizamos, metafóricamente, por supuesto, para ensartar la más compleja premisa cuando intentamos decidir entre dos hipótesis. Es más simple buscar un sol oscuro que tener que producir una Teoría de la Gravitación Universal enteramente nueva. Y en consecuencia…
—¿Un sol oscuro? Pero, ¿no es eso una contradicción en su propio enunciado? Un sol es una fuente de luz. Si es oscuro, ¿cómo puede ser un sol?
—Ésa es sólo una de las posibilidades que planteó Athor. No es necesariamente una que se tome en serio. Lo que hemos estado haciendo, estos últimos días, es mover de un lado para otro todo tipo de nociones astronómicas, con la esperanza de que alguna de ellas tenga el suficiente sentido como para que podamos pergeñar una explicación para… Mira, ahí está Sheerin. —Beenay saludó con la mano al rechoncho psicólogo, que acababa de entrar en el club—. ¡Sheerin! ¡Sheerin! Ven aquí y toma una copa con nosotros, ¿quieres?
Sheerin cruzó cuidadosamente el angosto umbral.
—Así que has adquirido algunos nuevos vicios, ¿eh, Beenay?
—No muchos. Pero Theremon me ha expuesto al Tano Especial, y me temo que he empezado a cogerle gusto. Conoces a Theremon, ¿verdad? Escribe una columna en el Crónica.
—No creo que hayamos sido presentados nunca —dijo Sheerin. Tendió la mano—. Aunque ciertamente he oído hablar mucho de usted. Soy el tío de Raissta 717.
—El profesor de psicología —dijo Theremon—. Ha estado en la Exposición de Jonglor, ¿verdad?
Sheerin pareció sobresaltarse.
—Está usted al tanto de todo, ¿no?
—Lo intento. —El camarero estaba de vuelta—. ¿Qué va a tomar? ¿Un Tano Especial?
—Demasiado fuerte para mí —dijo Sheerin—. Y un poco demasiado dulce. ¿Tienen neltigir, por casualidad?
—¿El brandy jongloriano? No estoy seguro. ¿Cómo lo quiere, si puedo encontrar un poco?
—Solo —dijo Sheerin—. Por favor. —A Theremon y Beenay—: Me acostumbré a él mientras estaba en el Norte. La comida es horrible en Jonglor, pero al menos saben destilar un brandy decente.
—He oído que han tenido un montón de problemas en la Exposición —dijo Theremon—. Algo en su parque de diversiones…, un viaje a través de la Oscuridad que volvía a la gente loca, la sacaba literalmente de sus casillas…
—El Túnel del Misterio, sí. Ésa fue la razón de que me llamaran: como consultor solicitado por la municipalidad y sus abogados para emitir mi opinión.
Theremon se inclinó hacia delante en su silla.
—¿Es cierto que la gente moría de la impresión en ese túnel, y que pese a todo siguieron manteniéndolo abierto?
—Todo el mundo me pregunta lo mismo —respondió Sheerin—. Hubo algunas muertes, sí. Pero no parecieron causar ningún daño a la popularidad de la atracción. La gente insistía en correr el riesgo pese a todo. Y muchos de ellos salieron del recorrido bastante alterados psíquicamente. Yo mismo efectué todo el trayecto del Túnel del Misterio. —Se estremeció—. Bueno, ahora lo han cerrado. Les dije que, o bien lo hacían, o fueran preparando millones de créditos para las demandas que les iban a caer encima, que era absurdo esperar que la gente fuera capaz de tolerar la Oscuridad a aquel nivel de intensidad. Vieron la lógica de mi argumento.
—Tenemos un poco de neltigir, señor —interrumpió el camarero, y depositó una copa de oscuro brandy amarronado sobre la mesa frente a Sheerin—. Sólo una botella, así que será mejor que se lo tome pausadamente. —El psicólogo asintió y cogió la copa con las dos manos, y había vaciado casi la mitad antes de que el camarero hubiese abandonado la mesa.
—Señor, dije…
Sheerin le sonrió.
—He oído lo que ha dicho. Me lo tomaré con calma después de ésta. —Se volvió a Beenay—. Tengo entendido que hubo una cierta excitación en el observatorio mientras yo estaba en el Norte. Liliath me lo contó. Pero no fue muy clara respecto a lo que ocurría. Alguna nueva teoría, creo que dijo…
—Theremon y yo estábamos hablando precisamente de esto —señaló Beenay con una sonrisa—. No es una nueva teoría, no. Es un desafío a una ya establecida. Yo estaba efectuando unos cálculos sobre la órbita de Kalgash y…
Sheerin escuchó la historia con creciente sorpresa.
—¿La Teoría de la Gravitación Universal invalidada? —exclamó, cuando Beenay estaba a la mitad de su relato—. ¡Buen Dios, hombre! ¿Significa eso que, si yo me quito mis gafas, es probable que salgan flotando hacia el cielo? ¡Entonces será mejor que me termine mi neltigir primero!
Y lo hizo.
Beenay se echó a reír.
—La teoría todavía está en los libros. Lo que intentamos hacer…, lo que Athor intenta hacer; él dirige el trabajo, es sorprendente observarle hacerlo…, lo que intentamos es llegar a una explicación matemática de por qué nuestras cifras no dan el resultado que creemos que deberían dar.