Se habían conocido hacía cinco años, cuando habían trabajado juntos en un comité interdisciplinario de la Facultad que estaba planeando la expansión de la biblioteca de la universidad. Aunque Siferra se pasaba fuera la mayor parte del tiempo efectuando trabajos de campo, ella y Beenay comían juntos ocasionalmente cuando ella estaba en el campus. La hallaba desafiadora, muy inteligente y refrescantemente abrasiva. No tenía la menor idea de lo que ella veía en éclass="underline" quizá tan sólo a un joven intelectualmente estimulante que no se implicaba en las envenenadas rivalidades y los feudos de su propio campo y no tenía intenciones evidentes respecto a su cuerpo.
Siferra desenrolló los mapas, enormes hojas de delgado papel pergamino sobre las que se hallaban inscritos complejos y elegantes diagramas a lápiz, y ella y Beenay se inclinaron para examinarlos desde más cerca.
Él decía la verdad cuando había mencionado que se sentía fascinado por la arqueología. Desde que era un muchacho había disfrutado leyendo las narraciones de los grandes exploradores de la antigüedad, hombres como Marpin, Shelbik, y por supuesto Galdo 221. Hallaba el remoto pasado casi tan excitante como las investigaciones profundas del espacio interestelar.
Su compañera contractual Raissta no se mostraba muy complacida ante su amistad con Siferra. Incluso había apuntado un par de veces que era la propia Siferra la que lo fascinaba, no su campo de trabajo. Pero Beenay consideraba que los celos de Raissta eran absurdos. Ciertamente Siferra era una mujer atractiva —sería falso pretender lo contrario—, pero era una no romántica empedernida, y todos los hombres del campus lo sabían. Además, era como unos diez años mayor que Beenay. Aunque era muy hermosa, Beenay nunca había pensado en ella con ningún tipo de intenciones íntimas.
—Lo que tenemos aquí en primer lugar es una sección transversal de toda la colina —le dijo Siferra—. He señalado cada nivel separado de ocupación de una forma esquemática. Los asentamientos más recientes son los de arriba, por supuesto…, enormes murallas de piedra, lo que llamamos el estilo arquitectónico ciclópeo, típico de la cultura de Beklimot en su período maduro de desarrollo. Esta línea de aquí al nivel de las murallas ciclópeas representa una capa de restos carbonizados…, lo bastante ancha como para indicar una amplia conflagración que debió borrar por completo la ciudad. Y aquí, debajo del nivel ciclópeo y la línea quemada, está el siguiente asentamiento más antiguo.
—Que se halla construido en un estilo distinto.
—Exacto. ¿Ves cómo he dibujado las piedras de los muros? Es lo que llamamos el estilo entrecruzado, característico de la cultura de Beklimot primitiva, o quizá de la cultura que se desarrolló en Beklimot. Esos dos estilos pueden verse en las ruinas de la era de Beklimot que rodean la Colina de Thombo. Las ruinas principales son ciclópeas, y aquí y allá hemos encontrado algo de material entrecruzado, sólo uno o dos afloramientos, que llamamos proto Beklimot. Ahora mira aquí, en el borde entre el asentamiento entrecruzado y las ruinas ciclópeas de encima.
—¿Otra línea de fuego? —preguntó Beenay.
—Otra línea de fuego, sí. Lo que tenemos en esta colina es como un bocadillo: una capa de ocupación humana, una capa de carbón, otra capa de ocupación humana, otra capa de carbón. Así que lo que creo que ocurrió es algo parecido a esto. Durante la época entrecruzada hubo un fuego devastador que afectó la casi totalidad de la península Sagikana y obligó al abandono del poblado de Thombo y de otros poblados estilo entrecruzado cercanos. Después, cuando los habitantes volvieron y empezaron a reconstruir, utilizaron un estilo arquitectónico completamente nuevo y más elaborado, que llamamos ciclópeo debido a las enormes piedras de construcción empleadas. Pero luego se produjo otro fuego y barrió el asentamiento ciclópeo. En ese punto la gente de la zona abandonó el intentar construir ciudades en la Colina de Thombo y esta vez, cuando reconstruyeron, eligieron otro emplazamiento cercano, que denominamos Beklimot Mayor. Hemos creído durante mucho tiempo que Beklimot Mayor era la primera ciudad auténticamente humana, que emergía de los asentamientos más pequeños tipo entrecruzado del período proto Beklimot dispersos a su alrededor. Lo que nos dice Thombo es que hubo al menos una importante ciudad ciclópea en la zona antes de que existiera Beklimot Mayor.
—Y el emplazamiento de Beklimot Mayor —dijo Beenay—, ¿no muestra signos de daños por el fuego?
—No. De modo que no estaba ahí cuando la ciudad superior de Thombo fue quemada. Finalmente toda la cultura de Beklimot se colapsó y la propia Beklimot Mayor fue abandonada, pero eso fue por otras razones que tuvieron que ver con los cambios climáticos. El fuego no tuvo ninguna relación con ello. Eso fue quizás hace un millar de años. Pero el fuego que destruyó el más superior de los poblados de Thombo parece ser muy anterior a eso. Calcularía un millar de años antes. Las fechas del radiocarbono obtenidas de las muestras de carbón nos darán una cifra más precisa cuando las obtengamos del laboratorio.
—Y el asentamiento entrecruzado…, ¿qué antigüedad tiene?
—La creencia arqueológica ortodoxa ha sido siempre que las estructuras entrecruzadas fragmentarías que hemos encontrado aquí y allá en la península Sagikana son tan sólo unas generaciones más antiguas que el emplazamiento de Beklimot Mayor. Después de la excavación de Thombo, ya no lo creo así. Mi suposición es que el asentamiento entrecruzado en esa colina es dos mil años más antiguo que los edificios ciclópeos que tiene encima.
—¿Dos mil…? ¿Y dices que hay otros asentamientos debajo de ése?
—Mira el mapa —indicó Siferra—. Éste es el número tres…, un tipo de arquitectura que nunca hemos visto antes, sin el menor parecido con el estilo entrecruzado. Luego otra línea quemada. El asentamiento número cuatro. Y otra línea quemada. El número cinco. Otra línea. Luego el número seis, siete, ocho y nueve…, o, si la lectura de Balik es correcta, sólo los números seis y siete.
—¡Y cada uno destruido por un gran fuego! Eso me parece notable. Un círculo mortal de destrucción, golpeando una y otra y otra vez el mismo lugar.
—Lo más notable —dijo Siferra con un tono curiosamente sombrío— es que cada uno de esos asentamientos parece haber florecido durante aproximadamente la misma longitud de tiempo antes de ser destruido por el fuego. Las capas de ocupación son extraordinariamente parecidas en grosor. Aún esperamos los informes del laboratorio, ¿sabes? Pero no creo que mi estimación visual esté muy alejada de la realidad. Y las cifras de Balik son idénticas a las mías. A menos que estemos completamente equivocados, estamos contemplando un mínimo de catorce mil años de prehistoria en la Colina de Thombo. Y, durante esos catorce mil años, la colina fue periódicamente barrida por enormes fuegos que obligaron a abandonarla con una regularidad de reloj…, ¡un incendio cada dos mil años, casi exactamente!
—¿Qué?
Un estremecimiento recorrió la espina dorsal de Beenay. Su mente empezaba a saltar a todo tipo de improbables e inquietantes conclusiones.
—Espera —dijo Siferra—. Hay más.
Abrió un cajón y extrajo un fajo de brillantes fotografías.
—Eso son fotos de las tablillas de Thombo. Mudrin 505 tiene los originales…, el paleógrafo, ya sabes. Está intentando descifrarlas. Están hechas de arcilla cocida. Estas tres las hallamos en el Nivel Tres, y esas otras en el Nivel Cinco. Ambas están llenas con una escritura extremadamente primitiva, y la escritura de las más viejas es tan antigua que Mudrin ni siquiera sabe por dónde empezar con ellas. Pero ha sido capaz, muy tentativamente, de desentrañar un par de docenas de palabras de las tablillas del Nivel Tres, que están escritas con una forma primitiva de la escritura de Beklimot. Por todo lo que puede decir en este punto, son un relato de la destrucción de una ciudad por el fuego…, la obra de unos dioses furiosos que periódicamente hallan necesario castigar a la Humanidad por su maldad.