—¿Periódicamente?
—Exacto. ¿Empieza a sonarte eso familiar?
—¡Los Apóstoles de la Llama! Dios mío, Siferra, ¿con qué te has tropezado aquí?
—Eso es lo que no he dejado de preguntarme desde que Mudrin me trajo las primeras traducciones tentativas. —La arqueóloga giró en redondo para mirar de frente a Beenay, y éste vio por primera vez lo hinchados que estaban sus ojos, lo tenso y cansado de su rostro. Parecía casi perturbada—. ¿Ves ahora por qué te pedí que vinieras? No puedo hablar de esto con nadie del departamento. Beenay, ¿qué voy a hacer? ¡Si algo de esto se hace público, Mondior 71 y su puñado de locos proclamarán desde los tejados que he descubierto firmes pruebas arqueológicas de sus absurdas teorías!
—¿Lo crees realmente?
—¿Qué otra cosa? —Siferra palmeó los mapas—. Aquí hay pruebas de repetidas destrucciones violentas a intervalos de dos mil años aproximadamente, a lo largo de un período de muchos miles de años. Y esas tablillas…, por el aspecto que tienen ahora, podrían ser realmente una especie de versión prehistórica del Libro de las Revelaciones. Tomadas en su conjunto, proporcionan, si no una auténtica confirmación a los desvaríos de los Apóstoles, sí al menos un sólido apuntalamiento racional a toda su mitología.
—Pero repetidos fuegos en un único emplazamiento no prueban que se produjera una devastación a escala mundial —objetó Beenay.
—Es la periodicidad lo que me preocupa —dijo Siferra—. Resulta demasiado clara, y demasiado próxima a lo que Mondior ha estado diciendo. He examinado el Libro de las Revelaciones. La península Sagikana es un lugar sagrado para los Apóstoles, ¿lo sabías? El emplazamiento sagrado donde los dioses se hicieron antiguamente visibles a la Humanidad, o eso dicen. En consecuencia, es razonable, escúchame bien, es razonable —y rió amargamente— que los dioses conservaran Sagikán como una advertencia para la Humanidad de la condenación que caería sobre ella una y otra vez si no renunciaban a su perversidad.
Beenay la miró, asombrado.
En realidad, sabía muy poco de los Apóstoles y sus enseñanzas. Esas fantasías patológicas no habían tenido nunca el menor interés para él, y había estado demasiado ocupado con su trabajo científico como para prestar atención a las ampulosas profecías apocalípticas de Mondior.
Pero ahora el recuerdo de la conversación que había tenido hacía algunas semanas con Theremon 762 en el Club de los Seis Soles estalló con un furioso impacto en su conciencia. «No será la primera vez que el mundo ha sido destruido… Los dioses han hecho deliberadamente imperfecta a la Humanidad, como una prueba, y nos han concedido un solo año, uno de sus años divinos, por supuesto, no uno de los pequeños nuestros, para modelarnos. A eso le llaman un Año de Gracia y corresponde exactamente a 2.049 de nuestros años.»
No. No. No. No. ¡Idioteces! ¡Paparruchas! ¡Locura histérica!
Había más. «Una y otra vez, cuando termina el Año de Gracia, los dioses descubren que seguimos siendo perversos y pecadores, y así destruyen el mundo enviando las Llamas Celestiales desde los lugares santos en el cielo que son conocidos como Estrellas. Eso dicen los Apóstoles, al menos.»
¡No! ¡No!
—¿Beenay? —dijo Siferra—. ¿Te encuentras bien?
—Sólo estaba pensando —dijo él—. ¡Por la Oscuridad, es cierto! ¡Les has dado a los Apóstoles una completa confirmación!
—No necesariamente. Aún es posible, para la gente capaz de pensar con claridad, rechazar las ideas de Mondior. La destrucción de Thombo por el fuego, incluso la repetida destrucción de Thombo a intervalos aparentemente regulares de aproximadamente dos mil años, no demuestra de ninguna manera que todo el mundo fuera destruido por el fuego. O que parte de este gran fuego tuviera que producirse de nuevo de una forma inevitable. ¿Por qué debería de ser recapitulado necesariamente el pasado en el futuro? Pero la gente capaz de pensar con claridad se halla en franca minoría, por supuesto. El resto se verá arrastrada por el uso que Mondior haga de estos hallazgos y suscitará un pánico inmediato. Supongo que sabes que los Apóstoles afirman que el próximo gran incendio que destruirá el mundo se producirá el año próximo.
—Sí —dijo Beenay con voz ronca—. Theremon me contó que incluso han señalado el día exacto. Se trata de un ciclo de 2.049 años, y éste es el 2.048, de modo que dentro de unos once o doce meses, si creemos a Mondior, el cielo se volverá negro y el fuego descenderá sobre nosotros. Creo que la fecha en que se supone que ocurrirá todo esto es el 19 de theptar.
—¿Theremon? ¿El periodista?
—Sí. Es amigo mío. Está interesado en todo eso de los Apóstoles, y ha estado entrevistando a uno de sus sumos sacerdotes o lo que sea. Theremon me dijo…
Siferra adelantó una mano y sujetó el brazo de Beenay, y sus dedos se clavaron en él con una fuerza sorprendente.
—Tienes que prometerme que no le dirás una palabra acerca de nada de todo esto, Beenay.
—¿A Theremon? ¡No, por supuesto que no! Todavía no has publicado tus hallazgos. ¡No sería correcto que dijera nada a nadie! Pero, además, es un hombre honorable.
La presa de acero sobre su brazo se relajó, pero sólo un poco.
—A veces se dicen cosas entre amigos, extraoficialmente…, pero, ¿sabes, Beenay?, no existe el «extraoficialmente» cuando se habla con alguien como Theremon. Si ve alguna razón para utilizarlo, lo utilizará, no importa lo que pueda haberte prometido. O lo «honorable» que tú creas que es.
—Bueno…, quizá…
—Créeme. Y si Theremon llegara a descubrir lo que tengo aquí, puedes apostar tus orejas a que estaría en el Crónica medio día más tarde. Eso me arruinaría profesionalmente, Beenay. Sería todo lo que necesito para convertirme en la científica que proporcionó a los Apóstoles las pruebas para sus absurdas afirmaciones. Los Apóstoles me resultan totalmente repugnantes, Beenay. No quiero ofrecerles ningún tipo de ayuda y consuelo, y ciertamente no deseo que parezca que comulgo públicamente con sus alocadas ideas.
—No te preocupes —dijo Beenay—. No soltaré ni una palabra.
—No debes hacerlo. Como he dicho, si lo hicieras me arruinarías. He vuelto a la universidad para conseguir una refinanciación de mis investigaciones. Mis hallazgos en Thombo ya están agitando controversias en el departamento, debido a que desafían el punto de vista establecido de que Beklimot es el centro urbano más antiguo de todo el planeta. Pero si Theremon consigue de algún modo enrollar a los Apóstoles de la Llama en torno a mi cuello, aparte todo lo demás…
Pero Beenay apenas la escuchaba. Comprendía y compartía el problema de Siferra, y ciertamente no haría nada que le causara dificultades. Theremon no oiría de su boca ni una palabra acerca de sus investigaciones.
Pero su mente había dado un salto hacia delante, hacia otras cosas enormemente turbadoras. Frases del relato de Theremon acerca de las enseñanzas de los Apóstoles seguían dando vueltas en su memoria.
«…dentro de catorce meses aproximadamente, todos los soles desaparecerán…»
«…las Estrellas lanzarán sus llamas desde el negro cielo…»
«…el momento exacto de la catástrofe puede ser calculado científicamente…»