«…un cielo negro…»
«…todos los soles desaparecerán…»
—¡La Oscuridad! —murmuró roncamente Beenay—. ¿Es posible?
Siferra había seguido hablando. Se detuvo a media frase ante su estallido.
—¿Me estás prestando atención, Beenay?
—Yo…, ¿qué? Oh. Oh. ¡Sí, por supuesto que te estoy prestando atención! Decías que no debo dejar que Theremon se entere de nada de esto, porque dañaría tu reputación, y…, y… Escucha, Siferra, ¿crees que podríamos seguir hablando de esto en algún otro momento? Esta tarde, o mañana por la mañana, o cuando quieras. Tengo que ir ahora mismo al observatorio.
—Está bien, no dejes que yo te detenga —dijo ella fríamente.
—No. No quiero decir eso. Lo que me has contado es del mayor interés para mí…, y de mucha importancia, de una tremenda importancia, más incluso de la que soy capaz de decir en este momento. Pero tengo que ir a comprobar algo. Algo que tiene una relación muy directa con todo lo que hemos estado hablando.
Ella le miró fijamente.
—Tienes el rostro enrojecido y los ojos extraviados, Beenay. Pareces tan extraño de pronto. Tu mente está a millones de kilómetros de distancia. ¿Qué ocurre?
—Te lo diré más tarde —dijo él, a medio camino de la puerta.
—¡Más tarde! ¡Te lo prometo!
16
A aquella hora el observatorio estaba prácticamente desierto. No había nadie allí excepto Faro y Thilanda. Por todo lo que sabía Beenay, Athor 77 no estaba visible en ninguna parte.
Bien, pensó. El viejo ya estaba bastante agotado por el esfuerzo que había dedicado a la elaboración del concepto de Kalgash Dos. No necesitaba más tensión sobre sus hombros esta tarde.
Y era estupendo también tener sólo a Faro y Thilanda allí. Faro poseía exactamente el tipo de mente rápida y no confinada que Beenay necesitaba en estos momentos. Y Thilanda, que había pasado tantos años escrutando los vacíos espacios del cielo con su telescopio y su cámara, podía llenar parte del material conceptual que necesitaba Beenay.
Thilanda dijo de inmediato:
—He estado revelando placas todo el día, Beenay. Pero no hay forma. Apostaría mi vida sobre ello: no hay nada ahí arriba en el cielo excepto los seis soles. ¿No crees que el gran hombre ha doblado finalmente la esquina, Beenay?
—Creo que su mente es tan aguda como siempre.
—Pero esas fotos… —dijo Thilanda—. Llevo varios días efectuando un rastreo de todos los cuadrantes del universo. El programa es exhaustivo. Foto, movimiento de un par de grados, foto, movimiento, foto. Barre metódicamente todo el cielo. Y mira lo que he obtenido, Beenay. ¡Un puñado de imágenes de nada en absoluto!
—Si el satélite desconocido es invisible, Thilanda, entonces no puede ser visto. Es algo tan simple como eso.
—Invisible a simple vista, quizá. Pero la cámara debería de poder…
—Escucha, eso no importa ahora. Necesito vuestra ayuda para un asunto puramente teórico. Relacionado con la nueva teoría de Athor.
—Pero si el satélite no es más que un guijarro en el cielo… —protestó Thilanda.
—Un guijarro invisible sigue siendo un guijarro real —cortó Beenay—. Y no nos gustará cuando aparezca a toda velocidad surgido de la nada y nos golpee en plena cara. ¿Me ayudaréis o no?
—Bueno…
—Estupendo. Lo que quiero que hagáis es preparar proyecciones de ordenador del movimiento de todos los seis soles que cubran un período de 4.200 años.
Thilanda jadeó, incrédula.
—¿Has dicho cuatro mil doscientos, Beenay?
—Sé que no tienes ni remotamente registro de los movimientos estelares de hace tanto tiempo. Pero he dicho proyecciones de ordenador, Thilanda. Tendrás al menos cien años de registros de confianza, ¿no?
—Más que eso.
—Mejor aún. Establece la pauta y proyéctalos hacia atrás y hacia delante en el tiempo. Haz que el ordenador te diga qué combinación diaria de los seis soles hubo durante los últimos veintiún siglos y durante los veintiún próximos. Si puedes hacerlo, estoy seguro de que Faro se alegrará de ayudarte a escribir el programa.
—Creo que puedo conseguirlo —dijo Thilanda con tono glacial—. Pero, ¿te importaría decirme de qué va todo esto? ¿Vamos a meternos en el negocio de los almanaques? Incluso los almanaques se contentan con establecer tan sólo unos pocos años de datos solares. Así que, ¿qué es lo que buscamos?
—Te lo diré más tarde —indicó Beenay—. Es una promesa.
La dejó echando humo en su escritorio y cruzó el observatorio en dirección a la zona de trabajo de Athor, donde se sentó frente a las tres pantallas de ordenador en las que Athor había calculado la teoría de Kalgash Dos. Durante largo rato Beenay miró pensativamente la pantalla central, que mostraba la órbita de Kalgash perturbada por el hipotético Kalgash Dos.
Luego pulsó una tecla, y la propuesta línea orbital de Kalgash Dos se hizo visible en un color verde brillante, una enorme elipse excéntrica desplegada a través de la más compacta y casi circular órbita de Kalgash. La estudió por un tiempo; luego pulsó las teclas que llevarían los soles a la pantalla, y los contempló pensativamente durante quizás una hora, llamándolos en todas sus distintas configuraciones, ahora Onos y Dovim en el cielo, ahora Onos con Tano y Sitha, Onos con Trey y Patru, Onos y Dovim con cada pareja de soles dobles, Dovim con Trey y Patru, Dovim con Tano y Sitha, Patru y Trey solos, Onos solo…
Las nueve configuraciones solares normales, sí.
Pero, ¿qué había de las configuraciones anormales?
¿Tano y Sitha solos? No, eso no podía ocurrir. La relación de la posición de este doble sistema de soles en el cielo con respecto a los demás soles más cercanos hacía que Tano y Sitha nunca pudieran aparecer en el cielo en este hemisferio a menos que Onos o Dovim, o ambos, fueran visibles al mismo tiempo. Quizás había sido posible hacia centenares de miles de años, pensó, aunque lo dudaba. Pero ciertamente no ahora.
¿Trey y Patru y Tano y Sitha?
Otro no. Los dos conjuntos de soles dobles se hallaban en lados opuestos de Kalgash; cuando una pareja estaba en el cielo, la otra tenía que estar oculta por la propia masa del planeta. Bajo ciertas condiciones muy raras los cuatro conseguían aparecer juntos, o eso al menos indicaban los mapas solares, pero esas condiciones eran tan raras que no se habían producido ni una sola vez en la vida de Beenay. Onos era siempre visible cuando se producía la conjunción de esas dos parejas. Eran los famosos días de cinco soles. Beenay no recordaba de memoria cuál era la frecuencia de esos acontecimientos, pero sospechaba que no era más a menudo de una vez cada cuarenta o cincuenta años.
¿Trey sin Patru? ¿Tano sin Sitha?
Bueno, técnicamente, sí. Cuando una de las parejas de soles dobles se hallaba cerca del horizonte, un sol podía estar por encima del horizonte y el otra por debajo durante un breve período. Pero eso no era en realidad un acontecimiento solar significativo, tan sólo una aberración momentánea. Los dobles soles seguían juntos, pero separados transitoriamente por la línea del horizonte.
¿Los seis soles a la vez en el cielo?
¡Imposible!
Peor que eso…, ¡impensable!
Sin embargo, él acababa de pensar en ello. Beenay se estremeció ante la idea. Si todos los seis estuvieran por encima del horizonte simultáneamente, eso querría decir que habría una región en el otro hemisferio donde no podría verse ninguna luz solar. ¡La Oscuridad! ¡La Oscuridad! Pero la Oscuridad era algo desconocido en cualquier parte de Kalgash, excepto como un concepto abstracto. Nunca podría presentarse la circunstancia de que los seis soles estuvieran juntos y una parte importante del mundo se viera sumido en una total ausencia de luz. ¿Podía esto haber ocurrido alguna vez?