¿Podía?
Beenay meditó en la estremecedora posibilidad. Una vez más oyó la profunda voz de Theremon explicándole las teorías de los Apóstoles:
«…todos los soles desaparecerán…»
«…las Estrellas lanzarán sus llamas desde el negro cielo…»
Agitó la cabeza. Todo lo que sabía sobre los movimientos de los soles en el cielo se rebelaba contra la idea de los seis soles reuniéndose de algún modo en un lado de Kalgash al mismo tiempo. Esto simplemente no podía ocurrir, era una especie de milagro. Beenay no creía en milagros. Por la forma en que los soles estaban dispuestos en el cielo, siempre tenía que haber al menos uno o dos de ellos brillando sobre cualquier parte de Kalgash en un momento determinado.
Olvida la hipótesis de los seis soles aquí, la Oscuridad allí.
¿Qué quedaba?
Dovim solo, pensó. ¿El pequeño sol rojo completamente solo en el cielo?
Bueno, sí, ocurría, aunque no a menudo. En esos muy raros días de cinco soles, cuando Tano, Sitha, Trey, Patru y Onos estaban todos en conjunción en el mismo hemisferio: eso dejaba sólo a Dovim al otro lado del mundo. Beenay se preguntó si ése podía ser el momento en que llegara la Oscuridad.
¿Era posible? Dovim, solo, arrojaba tan poca luz, únicamente su frío y débil brillo rojizo, que la gente podía confundir aquello por la Oscuridad.
Pero no tenía sentido. Incluso el pequeño Dovim debería de ser capaz de proporcionar la suficiente luz como para impedir que la gente se sumiera en el terror. Además, los días de sólo Dovim ocurrían en alguna parte del mundo una vez cada cuatro o cinco décadas. Era un fenómeno muy poco común, pero en absoluto extraordinario. Cualquiera por encima de los cincuenta años había experimentado uno. Seguro que, si los efectos de no ver nada excepto un único, pequeño y opaco sol en el cielo podía causar enormes trastornos psicológicos, entonces todo el mundo estaría preocupándose acerca del próximo acontecimiento de Dovim solo, que se preveía que ocurriera, recordaba Beenay, dentro de otro año o así. Y, de hecho, nadie se preocupaba en absoluto por ello.
Pero, si tan sólo Dovim estuviera en el cielo y ocurriera algo, alguna cosa especial, alguna cosa realmente extraña, que anulara la escasa luz que proporcionaba…
Thilanda apareció junto a su hombro y dijo con voz hosca:
—Bueno, Beenay, tengo tus proyecciones solares preparadas. No sólo 4.200 años, además, sino una regresión infinita. Faro me lo sugirió, y hemos hecho el programa de modo que funcione hasta el fin de los tiempos si así lo quieres, o hacia atrás hasta el inicio del universo.
—Espléndido. Pásalo al ordenador que estoy usando, ¿quieres? Y ven aquí, Faro.
El bajo y grueso estudiante se situó a su lado. Sus oscuros ojos brillaban con curiosidad. Evidentemente burbujeaba con preguntas acerca de lo que estaba haciendo Beenay; pero observaba el protocolo estudiante-profesor y no dijo nada, simplemente aguardó a oír lo que Beenay tenía que decirle.
—Lo que tengo aquí en mi pantalla —empezó Beenay— es la órbita sugerida por Athor para el hipotético Kalgash Dos. Voy a suponer que la órbita es correcta, puesto que Athor nos dijo que explica exactamente todas las perturbaciones en nuestra propia órbita, y tengo fe en que Athor sabe lo que está haciendo.
También tengo aquí, o al menos lo tendré cuando Thilanda haya terminado la transferencia de los datos, el programa que tú y ella habéis elaborado para los movimientos solares a lo largo de un extenso tramo de tiempo. Lo que voy a hacer ahora es intentar establecer una correlación entre la presencia de sólo un sol en el cielo y la aproximación de Kalgash Dos a este planeta, a fin de…
—¿A fin de poder calcular la frecuencia de posibles eclipses? —saltó Faro—. ¿Es eso, señor?
La celeridad del muchacho fue divertida y también un poco desconcertante.
—De hecho, sí. ¿Tú también habías pensado en eclipses?
—Estaba pensando en ellos cuando Athor nos dijo la primera vez todo lo relativo a Kalgash Dos. Simbron, ¿recuerda?, mencionó que el extraño satélite podía ocultar la luz de algunos de los soles durante un corto período, y usted dijo que a ese fenómeno se le llamaba eclipse, y entonces empecé a trabajar en algunas de las posibilidades. Pero Athor me cortó antes de que pudiera decir nada, porque estaba cansado y deseaba irse a casa.
—¿Y no has dicho nada al respecto desde entonces?
—Nadie me preguntó —indicó Faro.
—Bueno, éste es tu momento. Voy a transferir todo lo que tengo en mi ordenador al tuyo, y tú y yo nos sentaremos por separado en esta habitación y empezaremos a trabajar con los números. Lo que busco es un caso muy especial en el que Kalgash Dos se halle en su punto más cercano de aproximación a Kalgash y sólo haya un sol en el cielo, bien Onos o Dovim.
—Exacto.
—Onos está solo en el cielo una vez cada nueve días, por supuesto. Pero Dovim se ve solo con mucha menos frecuencia. La periodicidad de los días de sólo Dovim es…
—Sí —dijo Beenay—, sé todo eso. Lo que quiero saber es la posible periodicidad de los días de un solo sol en conjunción con la proximidad de Kalgash Dos.
Faro asintió. Se encaminó hacia su ordenador a una velocidad superior a la que nunca le había visto moverse Beenay.
Beenay no esperaba ser el primero el terminar los cálculos.
Faro era reconocidamente rápido en esas cosas. Pero lo importante era hacer que cada uno elaborara el problema de forma independiente, a fin de proporcionar una validación por separado del resultado. Así que cuando Faro emitió un pequeño bufido de triunfo al cabo de un rato y saltó en pie para decir algo, Beenay le hizo un gesto irritado de que guardara silencio y siguiera trabajando. Le tomó otros diez embarazosamente eternos minutos terminar.
Entonces los números empezaron a aparecer en su pantalla.
Si todas las suposiciones que había introducido en el ordenador eran correctas —los cálculos de Athor de la probable masa y órbita del satélite desconocido, los cálculos de Thilanda de los movimientos de los seis soles en el cielo—, entonces parecía que nunca se presentaría la ocasión en la que Onos estuviera solo en el cielo y Kalgash Dos en su punto de máxima aproximación. Los ciclos orbitales simplemente no se cruzaban. Cada una de las aproximaciones de Kalgash Dos parecía quedarse corta por tres o cuatro días de cualquier Día Onos. Así que nunca se produciría un eclipse de Onos por parte de Kalgash Dos que pudiera producir la aterradora Oscuridad sobre una parte significativa del mundo.
La única otra posibilidad que podía traer consigo una total Oscuridad era un día de solo Dovim. Pero no parecía como si Kalgash Dos tuviera muchas posibilidades de eclipsar a Dovim tampoco. Los días de solo Dovim eran tan raros que la posibilidad de que Dovim se hallara en el cielo en el momento en que Kalgash Dos estuviera en alguna parte cerca de Kalgash en su larga órbita era infinitésima, sabía Beenay.
¿O no?
No. No infinitésima.
Algo más que eso. Contempló atentamente los números en la pantalla. Parecía haber una remota posibilidad de una convergencia. Los cálculos no estaban completos, pero las cosas apuntaban en esa dirección a medida que el ordenador elaboraba cada conjunción Kalgash-Kalgash Dos en el período de los últimos 4.200 años. Cada vez que Kalgash Dos se acercaba en su órbita, llegaba a las inmediaciones de Kalgash más y más cerca de un día de solo Dovim. Las cifras seguían apareciendo a medida que el ordenador procesaba todas las posibilidades astronómicas. Beenay observó con creciente sorpresa e incredulidad.
Y ahí estaban al fin. Los tres cuerpos alineados de una forma correcta. Kalgash…, Kalgash Dos…, ¡Dovim!