Sheerin suspiró, exasperado.
—Imagina la Oscuridad… por todas partes. Ninguna luz hasta tan lejos como puedas ver. Las casas, los árboles, los campos, el suelo, el cielo…, ¡todo negro! Y Estrellas asomándose en medio de todo ello, si escuchas lo que predican los Apóstoles…, Estrellas, sean lo que sean. ¿Puedes concebirlo?
—Sí, puedo —declaró Beenay, más truculento aún.
—¡No! ¡No puedes! —Sheerin golpeó la mesa con el puño, presa de una repentina pasión—. ¡Te engañas a ti mismo! No puedes concebir eso. Tu cerebro no fue construido para ese concepto, como tampoco lo fue para… Mira, Beenay, tú eres matemático, ¿no? ¿Puede tu cerebro concebir de una forma real y completa el concepto de infinito? ¿De eternidad? Sólo puedes hablar de ello. Reducirlo a ecuaciones y fingir que los números abstractos son la realidad, cuando de hecho son sólo señales sobre el papel. Pero cuando intentas realmente abarcar la idea de infinito en tu mente empiezas a sentir vértigo muy aprisa, estoy seguro de ello. Una fracción de la realidad te trastorna. Lo mismo ocurre con la pequeña cantidad de Oscuridad que acabas de saborear. Y cuando lo auténtico llega a ti, tu cerebro tiene que enfrentarse a un fenómeno que está más allá de los límites de tu comprensión. Te vuelves loco, Beenay. Completa y permanentemente. ¡No tengo la menor duda de ello!
Una vez más hubo un terrible y repentino silencio en la habitación.
Al fin, Athor dijo:
—¿Cuál es su conclusión final, doctor Sheerin? ¿Una locura generalizada?
—Al menos un 75% de la población se volverá irracional a un grado incapacitador. Quizás un 85%. Quizás incluso un 100%.
Athor agitó la cabeza.
—Monstruoso. Horrible. Una calamidad más allá de todo lo creíble. Aunque debo decirle que siento un poco como Beenay…, que de alguna forma superaremos esto, que los efectos serán menos cataclísmicos de lo que su opinión parece indicar. Viejo como soy, no puedo evitar el sentir un cierto optimismo, una cierta sensación de esperanza…
—¿Puedo hablar, doctor Athor? —dijo de pronto Siferra.
—Por supuesto. ¡Por supuesto! Para eso está usted aquí.
La arqueóloga se levantó y se dirigió al centro de la habitación.
—En algunos aspectos me sorprende estar aquí. Cuando hablé por primera vez de mis hallazgos en la península Sagikana con Beenay, le pedí que lo mantuviera todo estrictamente confidencial. Temía por mi reputación científica, porque vi que los datos que había descubierto podían ser elaborados muy fácilmente para que dieran apoyo al más irracional, más aterrador, más peligroso movimiento religioso que existe dentro de nuestra sociedad. Me refiero, naturalmente, a los Apóstoles de la Llama.
»Pero luego, cuando Beenay vino a verme de nuevo un poco más tarde con sus nuevos hallazgos, el descubrimiento de la periodicidad de esos eclipses de Dovim, supe que tenía que revelar lo que sabía. Tengo aquí fotos y mapas de mi excavación en la Colina de Thombo, cerca del emplazamiento de Beklimot en la península Sagikana. Beenay, tú ya los has visto, pero si tuvieras la amabilidad de pasárselos al doctor Athor y al doctor Sheerin.
Siferra aguardó hasta que tuvieron una posibilidad de echar una ojeada al material. Luego siguió hablando.
—Los mapas serán más fáciles de entender si piensa usted en la Colina de Thombo como un gigantesco pastel a capas de antiguos asentamientos, cada uno de ellos edificado sobre su inmediato predecesor…, el más reciente en la cima de la colina, por supuesto. Ese último es una ciudad de lo que llamamos la cultura de Beklimot. Debajo se halla uno construido por esa misma gente, creemos, en una fase anterior de su civilización, y luego más abajo y abajo y abajo, hasta un total de al menos siete períodos distintos de asentamientos, quizás incluso más.
»Cada uno de esos asentamientos, caballeros, llegaron a su fin debido a que fueron destruidos por el fuego. Supongo que pueden ver las separaciones oscuras entre cada capa. Ésas son las líneas quemadas…, restos carbonizados. Mi suposición original, basada puramente en un sentido intuitivo del tiempo que pueden necesitar esas ciudades para ser edificadas, florecer, decaer y desmoronarse, es que cada uno de esos grandes incendios ocurrió con una separación de aproximadamente dos mil años, con el más reciente de ellos situado hará unos dos mil años de nuestro presente, justo antes del desarrollo de la cultura de Beklimot que consideramos como el principio del período histórico.
»Pero el carbón es particularmente apto para la datación por el radiocarbono, que nos proporciona una indicación bastante exacta de la antigüedad de un emplazamiento. Desde que mi material de Thombo llegó a Ciudad de Saro, el laboratorio de nuestro departamento ha estado atareado efectuando análisis de radiocarbono, y ahora tenemos nuestras cifras. Puedo decirles de memoria cuáles son. El más joven de los asentamientos de Thombo fue destruido por el fuego hace 2.050 años, con una desviación estadística de más o menos 20 años. El carbón del asentamiento inmediatamente inferior tiene 4.100 años de antigüedad, con una desviación de más o menos 40 años. El tercer asentamiento empezando desde arriba fue destruido por el fuego hace 6.200 años, con una desviación de más o menos 80 años. El cuarto asentamiento hacia abajo muestra al radiocarbono una edad de 8.300 años, más o menos 100. El quinto…
—¡Grandes dioses! —exclamó Sheerin—. ¿Se hallan tan regularmente espaciados como eso?
—Cada uno de ellos. Los incendios se produjeron a intervalos de un poco más de veinte siglos. Admitiendo las pequeñas inexactitudes que son inevitables en la datación del radiocarbono, es permisible proponer que de hecho tuvieron lugar exactamente con 2.049 años de diferencia uno de otro. Que, como Beenay ha demostrado, es exactamente la frecuencia en que se producen los eclipses de Dovim. Y también —añadió Siferra con voz débil— la longitud de lo que los Apóstoles de la Llama llaman un Año de Gracia, al final del cual el mundo se supone que es destruido por el fuego.
—Un efecto de la locura de las masas, sí —dijo Sheerin con voz hueca—. Cuando llega la Oscuridad, la gente deseará la luz…, de cualquier tipo. Antorchas. Fogatas. ¡Quemarlo todo! Quemar los muebles. Quemar las casas.
—No —murmuró Beenay.
—Recuerda —dijo Sheerin—, que esa gente no estará cuerda. Serán como niños pequeños…, pero tendrán los cuerpos de adultos, y los restos de las mentes de adultos. Sabrán cómo usar las cerillas. Simplemente no recordarán las consecuencias de encender una gran cantidad de fuegos por todo el lugar.
—No —dijo Beenay de nuevo, desvalidamente—. No. No. —Ya no era una afirmación de incredulidad.
Siferra dijo:
—Podría argumentarse originalmente que los incendios en Thombo fueron un acontecimiento puramente local…, una extraña coincidencia, un esquema tan rígido de sucesos regulares a lo largo de un lapso tan inmenso de tiempo, pero confinado sólo a ese lugar, quizás incluso un ritual peculiar de purificación practicado allí. Puesto que no se han hallado en ninguna otra parte de Kalgash otros asentamientos tan antiguos como el de Sagikán, no podríamos decir nada en contra. Pero los cálculos de Beenay lo han cambiado todo. Ahora vemos que cada 2.049 años el mundo se ve, al parecer, inmerso en la Oscuridad. Como Sheerin dice, se encenderán fuegos. Y escaparán de control. Todos los demás asentamientos que existieron en la época de los fuegos de Thombo, en cualquier parte del mundo, debieron resultar destruidos todos del mismo modo que fueron destruidas las ciudades de Thombo, y por la misma razón. Pero Thombo es todo lo que nos ha quedado de la era prehistórica. Tal como dicen los Apóstoles de la Llama, es un lugar sagrado, el lugar donde los propios dioses se manifiestan a la Humanidad.