—¡La primera edición del Libro de las Revelaciones! —exclamó Beenay.
—Bueno, sí, quizá sean eso —reconoció Siferra, con una pequeña risa que no tenía nada de divertido—. En cualquier caso, espero tener pronto los textos de las tablillas. Y entonces reuniré todo el material para usted, doctor Athor.
—Bien —dijo Athor. Necesitaremos todo lo que podamos obtener. Éste va a ser el trabajo de nuestras vidas. —Miró una vez más a cada uno de los otros, por turno—. Sin embargo, debemos recordar algo importante: mi voluntad de iniciar una aproximación con los Apóstoles no significa que pretenda de ninguna forma proporcionarles un manto de respetabilidad. Simplemente espero descubrir qué tienen que nos ayude a convencer al mundo de lo que va a pasar muy pronto, punto. De otro modo haré todo lo posible por distanciarme de ellos. No quiero ningún misticismo implicado aquí. No creo ni una palabra de su jerigonza…, tan sólo quiero saber cómo llegaron a sus conclusiones de la catástrofe. Y espero que el resto de ustedes se mantengan similarmente en guardia en cualquier trato con ellos. ¿Comprendido?
—Todo esto es como un sueño —dijo Kelaritan suavemente.
—Un muy mal sueño —dijo Athor—. Cada átomo en mi alma grita que esto no está ocurriendo, que es una absoluta fantasía, que el mundo pasará tranquilamente el 19 de theptar sin sufrir el menor daño. Desgraciadamente, las cifras cuentan la historia. —Miró por la ventana. Onos había desaparecido del cielo, y Dovim era tan sólo un punto contra el horizonte. El crepúsculo había descendido, y la única auténtica iluminación visible era la fantasmal y poco confortadora luz de Tano y Sitha—. Ya no tenemos ninguna forma de dudarlo. La Oscuridad llegará. Quizá las Estrellas, sean lo que sean, brillen realmente. Los fuegos arderán. El final del mundo tal como lo conocemos está al alcance de la mano. ¡El fin del mundo!
DOS — ANOCHECER
18
—Será mejor que vayas con cuidado —dijo Beenay. Empezaba a sentirse tenso. La tarde se acercaba…, la tarde del eclipse, tan largamente esperada por él con miedo y temblores—. Athor está furioso contigo, Theremon. No puedo creer que hayas venido en este momento. Ya sabes que se supone que no debes estar aquí. En especial no esta tarde. Deberías comprender que, si piensas en el tipo de cosas que has estado escribiendo últimamente sobre él…
El periodista rió quedamente.
—Te lo dije. Puedo calmarle.
—No estés tan seguro de ello, Theremon. Básicamente le llamaste chiflado obsoleto en tu columna, ¿recuerdas? El viejo suele permanecer tranquilo y severo la mayor parte del tiempo, pero cuando se le empuja demasiado su temperamento se vuelve horrible.
Theremon se encogió de hombros.
—Mira, Beenay, antes de que me convirtiera en un columnista importante fui periodista especializado en realizar todo tipo de entrevistas imposibles, y quiero decir imposibles. Volvía cada día a casa con hematomas, ojos morados, a veces uno o dos huesos rotos, pero conseguía siempre mi artículo. Desarrollas un cierto grado de confianza en ti mismo después de pasar algunos años sacando a la gente de sus casillas por rutina a fin de conseguir tu artículo. Puedo ocuparme de Athor.
—¿Sacando a la gente de sus casillas? —murmuró Beenay. Miró significativamente hacia la placa del calendario en la parte superior de la pared del pasillo. Anunciaba en brillantes letras verdes la fecha: 19 REPTAR. El día de los días, el que había estado llameando en todas las mentes aquí en el observatorio, mes tras mes. El último día de cordura que mucha gente de Kalgash, quizá la mayoría, llegaría a conocer—. No son las mejores palabras para esta tarde, ¿no crees?
Theremon sonrió.
—Quizá tengas razón. Ya veremos. —Señaló hacia la puerta cerrada de la oficina de Athor—. ¿Quién hay ahí dentro en estos momentos?
—Athor, por supuesto. Y Thilanda…, es una de las astrónomas. Davnit, Simbron, Hikkinan, todo el personal del observatorio. Más o menos.
—¿Qué pasa con Siferra? Dijo que estaría ahí.
—Bueno, no está; todavía no.
Una expresión de sorpresa apareció en el rostro de Theremon.
—¿De veras? Cuando le pregunté el otro día si optaría por el Refugio se me rió prácticamente en la cara. Estaba decidida a observar el eclipse desde aquí. No puedo creer que haya cambiado de opinión. Esa mujer no le tiene miedo a nada, Beenay. Bueno, quizás esté aprovechando los últimos minutos para arreglar las cosas en su oficina.
—Es muy probable.
—¿Y tu gordito amigo Sheerin? ¿Tampoco está ahí?
—No, Sheerin no. Está en el Refugio.
—Así que nuestro Sheerin no es el más valiente de los hombres, ¿eh?
—Al menos ha tenido el buen sentido de admitirlo. Raissta está en el Refugio también, y la esposa de Athor, Nyilda, y casi toda la demás gente que conozco, excepto unas pocas personas del observatorio. Si fueras listo tú también estarías allí, Theremon. Cuando la Oscuridad llegue aquí esta tarde, desearás haber ido.
—El Apóstol Folimun 66 me dijo más o menos lo mismo hará más de un año, sólo que era a su Refugio al que me invitaba, no al vuestro. Pero estoy completamente preparado a enfrentarme a los peores terrores que los dioses puedan arrojar sobre mí, amigo mío. Hay una noticia que cubrir esta tarde, y no podré hacerlo si me meto en un agujero y me paso todo el tiempo en un acogedor escondite subterráneo, ¿no crees?
—No habrá ningún periódico mañana en el que puedas escribir esa crónica, Theremon.
—¿Eso crees? —Theremon sujetó a Beenay por el brazo y se acercó más a él, casi nariz contra nariz.
Murmuró, con un tono bajo e intenso:
—Dime una cosa, Beenay. Sólo entre amigos. ¿Crees realmente que esta tarde va a producirse una cosa tan increíble como un Anochecer?
—Sí. Lo creo.
—¡Dios! ¿Lo dices en serio, hombre?
—Nunca en mi vida he hablado más en serio, Theremon.
—No puedo creerlo. Pareces tan juicioso, Beenay. Tan sólido, tan responsable. Y, sin embargo, has tomado un puñado de cálculos astronómicos reconocidamente especulativos y algunos trozos de carbón excavados en un desierto a miles de kilómetros de aquí y un poco de espuma rabiosa de las bocas de un puñado de cultistas de ojos desorbitados, y lo has mezclado todo junto en el un malditamente loco batiburrillo de idiotez apocalíptica que nunca haya…
—No es ninguna locura —insistió Beenay con voz tranquila—. No es ninguna idiotez.
—Así que el mundo conocerá realmente su final esta tarde.
—El mundo que nosotros conocemos y amamos, sí.
Theremon soltó el brazo de Beenay y alzó las manos, exasperado.
—¡Dioses! ¡Incluso tú! Por la Oscuridad, Beenay, durante la mayor parte de un año he intentado poner un poco de fe en todo este asunto, y no puedo, absolutamente no puedo. No importa lo que digas tú, o Athor, o Siferra, o Folimun 66, o Mondior, o…
—Tan sólo espera —dijo Beenay—. Unas pocas horas más.
—¡Eres realmente sincero! —murmuró Theremon, maravillado—. Por todos los dioses, eres un chiflado tan grande como el propio Mondior. ¡Bah! Eso es lo que digo, Beenay. ¡Bah! Llévame a ver a Athor, ¿quieres?
—Te lo advierto, él no quiere verte a ti.
—Eso ya lo dijiste. Llévame de todos modos.
19
Theremon nunca había esperado tomar realmente una postura hostil frente a los científicos del observatorio. Pero las cosas habían ocurrido de este modo, muy gradualmente, en los meses que condujeron al 19 de theptar.