Se trataba básicamente de un asunto de integridad periodística, se dijo. Beenay era su amigo desde hacía tiempo, sí; el doctor Athor era incuestionablemente un gran astrónomo; Sheerin era genial y sincero y de confianza; y Siferra era…, bueno, una mujer atractiva e interesante y una importante arqueóloga. No sentía el menor deseo de situarse como enemigo de toda esa gente.
Pero tenía que escribir lo que él creía. Y lo que creía, hasta lo más profundo de su alma, era que el grupo del observatorio era de la cabeza a los pies tan necio como los Apóstoles de la Llama, e igual de peligroso para la estabilidad de la sociedad.
No había forma alguna de obligarse a sí mismo a tomar en serio lo que decían. Cuanto más tiempo pasaba en el observatorio, más loco le parecía todo aquello.
¿Un planeta invisible y al parecer indetectable surcando el cielo en una órbita que lo llevaba cerca de Kalgash cada pocas décadas? ¿Una combinación de posiciones solares que dejaba únicamente a Dovim sobre sus cabezas cuando llegara el planeta invisible? ¿La luz de Dovim completamente interceptada, y sumiendo al mundo en la Oscuridad? ¿Y todos volviéndose locos como resultado de ese cúmulo de circunstancias? No, no, no podía aceptarlo.
Para Theremon todo aquello parecía tan alocado como lo que habían estado predicando los Apóstoles de la Llama durante tantos años. El único pensamiento extra que añadían los Apóstoles era el misterioso advenimiento del fenómeno conocido como Estrellas. Incluso la gente del observatorio había tenido que admitir que no podía imaginar qué eran las Estrellas. Algún otro tipo de cuerpos celestes invisibles, al parecer, que de pronto aparecían a la vista cuando terminaba el Año de Gracia y la ira de los dioses descendía sobre Kalgash…, o eso señalaban los Apóstoles.
—No es posible —le había dicho Beenay una tarde en el Club de los Seis Soles. Todavía faltaban seis meses para la fecha del eclipse—. El eclipse y la Oscuridad, sí. Las Estrellas, no. No hay nada en el universo excepto nuestro mundo y los seis soles y algunos asteroides insignificantes…, y Kalgash Dos. Si también hay Estrellas, ¿por qué no podemos medir su presencia? ¿Por qué no podemos detectarlas por las perturbaciones orbitales que causan, de la misma forma que hemos detectado Kalgash Dos? No, Theremon, si hay Estrellas ahí fuera, entonces algo va mal con la Teoría de la Gravitación Universal. Y sabemos que la teoría es correcta.
Sabemos que la teoría es correcta, eso era lo que había dicho Beenay. Pero, ¿no era exactamente lo mismo que Folimun diciendo: «Sabemos que el Libro de las Revelaciones es el libro de la verdad»?
Al principio, cuando Beenay y Sheerin le contaron por primera vez su creciente seguridad de que iba a producirse un devastador período de Oscuridad en todo el mundo, Theremon, maravillado e impresionado por sus apocalípticas visiones, había hecho todo lo posible por ayudarles.
—Athor desea reunirse con Folimun —le dijo Beenay—. Está intentando descubrir si los Apóstoles poseen algún tipo de antiguos registros astronómicos que puedan confirmar lo que hemos hallado. ¿Puedes hacer algo para arreglarlo?
—Una idea curiosa —dijo Theremon—. El irascible viejo científico pide ver al portavoz de las fuerzas de la anticiencia, de la nociencia. Pero veré lo que puedo hacer.
La reunión resultó sorprendentemente fácil de arreglar. De todos modos, Theremon tenía intención de entrevistar de nuevo a Folimun. El Apóstol de afilado rostro garantizó a Theremon una audiencia para el día siguiente.
—¿Athor? —dijo Folimun, cuando el periodista le transmitió el mensaje de Beenay—. ¿Por qué quiere verme a mí?
—Quizá tenga intención de convertirse en un Apóstol —sugirió burlonamente Theremon.
Folimun se echó a reír.
—No es muy probable. Por todo lo que sé de él, antes se pintaría el cuerpo de púrpura y saldría a dar un paseo desnudo por el bulevar de Saro.
—Bueno, quizás esté experimentando una conversión —dijo Theremon. Luego, tras una tentadora pausa, añadió—: Sé seguro que él y su personal han tropezado con algunos datos que tal vez tiendan a apoyar las creencias de ustedes de que la Oscuridad barrerá el mundo el próximo 19 de theptar.
Folimun se permitió el más pequeño tipo de cuidadosamente controlada muestra de interés, un casi imperceptible alzamiento de una ceja.
—Qué fascinante, si fuera cierto —dijo con voz calmada.
—Tendrá que verle en persona para descubrirlo.
—Eso es precisamente lo que voy a hacer —dijo el Apóstol.
Y lo hizo. Theremon nunca consiguió descubrir cuál fue la naturaleza exacta de la reunión entre Folimun y Athor, pese a todos sus esfuerzos. Athor y Folimun fueron los únicos presentes, y ninguno de ellos dijo nada a nadie sobre la misma, por lo que Theremon pudo averiguar. Beenay, un enlace de Theremon con el observatorio, sólo pudo ofrecerle vagas suposiciones.
—Tuvo algo que ver con los antiguos registros astronómicos que el jefe cree que tienen los Apóstoles, eso es todo lo que puedo decirte —le informó Beenay—. Athor sospecha que han estado ocultando cosas durante siglos, quizás incluso desde antes del último eclipse. Algunos de los pasajes del Libro de las Revelaciones están escritos en un viejo lenguaje olvidado, ¿lo sabías?
—Un viejo galimatías olvidado, querrás decir. Nadie ha sido capaz nunca de extraer ningún sentido a ese asunto.
—Bueno, ciertamente yo no —dijo Beenay—. Pero algunos filólogos completamente respetables son de la opinión de que esos pasajes pueden ser auténticos textos prehistóricos. ¿Y si los Apóstoles tienen realmente una forma de descifrar ese lenguaje? ¿Pero la guardan para sí mismos, ocultando así cualquier dato astronómico que pueda estar registrado en el Libro de las Revelaciones? Tal vez ésa sea la clave tras la cual va Athor.
Theremon se mostró sorprendido.
—¿Estás diciendo que el más preeminente astrónomo de nuestra época, quizá de todas las épocas, siente la necesidad de consultar a un puñado de histéricos cultistas sobre un asunto científico?
Beenay se encogió de hombros y dijo:
—Todo lo que sé es que a Athor no le gustan los apóstoles y sus enseñanzas más de lo que te gustan a ti, pero pensó que había algo importante que ganar reuniéndose con tu amigo Folimun.
—¡No es mi amigo! Es estrictamente un conocido a nivel profesional.
—Bueno, como quieras llamarlo… —murmuró Beenay.
Theremon le interrumpió. Una auténtica ira estaba creciendo en él ahora, un poco para su propia sorpresa.
—Y no me va a sentar muy bien, déjame decírtelo, si resulta que tu gente y los Apóstoles han establecido algún tipo de trato. Por lo que a mí respecta, los Apóstoles representan la propia Oscuridad…, las más negras y odiosas ideas reaccionarias. Déjales seguir adelante, y nos tendrán a todos viviendo de nuevo vidas medievales de penitencia, castidad y flagelación. Ya es bastante malo tener a unos psicópatas como ellos difundiendo locas profecías delirantes para alterar la tranquilidad de la vida cotidiana, pero si un hombre del prestigio de Athor tiene intención de dignificar a esos ridículos asquerosos incorporando parte de sus balbuceos a sus propios hallazgos, voy a sentirme muy suspicaz, amigo, con respecto a cualquier cosa que emane de tu observatorio a partir de este momento.
El desánimo era evidente en el rostro de Beenay.
—Si tan sólo supieras, Theremon, lo despectivamente que habla Athor de los Apóstoles, la poca consideración que muestra hacia todo lo que abogan…
—Entonces, ¿por qué se digna a hablar con ellos?
—¡Tú también has hablado con Folimun!
—Eso es distinto. Nos guste o no, Folimun es noticia estos días. Mi trabajo es descubrir lo que pasa por su mente.