Выбрать главу

—Yo no les odio. Simplemente le estoy diciendo que el público está de un humor de mil diablos. Están furiosos.

—Sí, pero, ¿qué hay acerca de mañana?

—¡No habrá mañana!

—Pero, ¿y si lo hay? Digamos que lo hay…, sólo a nivel de discusión. Esa furia puede tomar la forma de algo serio. Después de todo, ¿sabe?, el mundo financiero ha caído en picado durante estos últimos meses. El mercado de valores ha tocado fondo en tres ocasiones distintas, ¿o no se ha dado usted cuenta? Los inversores sensatos no creen en realidad que el mundo vaya a terminar, pero piensan que otros inversores sí pueden empezar a creerlo, de modo que los listos venden antes de que se inicie el pánico…, provocando así el pánico ellos mismos. Y luego vuelven a comprar, y venden de nuevo tan pronto como el mercado se recupera, e inician otra vez todo el ciclo hacia abajo. ¿Y qué cree usted que ha ocurrido con los negocios? El Hombre Medio no les cree tampoco, pero no tiene ningún sentido comprar nuevos muebles para el porche en estos momentos, ¿no? Mejor guardar el dinero, sólo por si acaso, o invertirlo en alimentos en conserva y municiones, y dejar el mobiliario para más adelante.

»¿Ve adónde quiero llegar, doctor Athor? Tan pronto como esto termine, los intereses comerciales se lanzarán tras su piel. Todos dirán que si los chiflados, le pido disculpas, si los chiflados disfrazados de científicos serios pueden trastocar toda la economía de un país en cualquier momento que deseen efectuando simplemente predicciones alarmistas, entonces es asunto del país impedir que tales cosas se produzcan. Volarán las chispas, doctor.

Athor miró indiferente al columnista. Los cinco minutos ya casi habían pasado.

—¿Y qué es lo que propone hacer usted para ayudar en esta situación?

—Bueno —dijo Theremon con una sonrisa—, lo que tengo en mente es esto: Empezando mañana, me pondré a su servicio como representante de relaciones públicas extraoficial. Con lo cual quiero decir que puedo intentar apaciguar las iras a las que va a tener que enfrentarse, de la misma forma que he intentado apaciguar la tensión que la nación ha estado experimentando…, a través del humor, a través del ridículo si es necesario. Lo sé, lo sé…, será difícil de soportar, lo admito, porque voy a tener que presentarles a todos como un puñado de farfullantes idiotas. Pero, si puedo conseguir que la gente se ría de ustedes, es posible que simplemente olviden ponerse furiosos. A cambio de eso, todo lo que pido es la exclusiva de cubrir la escena desde el observatorio esta tarde.

Athor guardó silencio. Beenay intervino:

—Señor, vale la pena tomarlo en consideración. Sé que hemos examinado todas las posibilidades, pero siempre hay una probabilidad de un millón a uno, mil millones a uno, de que exista un error en alguna parte en nuestra teoría o en nuestros cálculos. Y, si es así…

Los demás en la habitación estaban murmurando entre sí, y a Athor le sonó como murmullos de asentimiento. Por los dioses, ¿se estaba volviendo contra él todo el departamento? La expresión de Athor se convirtió en la de alguien que de pronto hallaba su boca llena de algo amargo y no sabía cómo librarse de ello.

—¿Permitir que se quede con nosotros a fin de que pueda ridiculizamos mejor mañana? ¿Cree usted que estoy realmente senil, joven?

—Pero ya le he explicado que el hecho de que yo esté aquí no va a significar ninguna diferencia —insistió Theremon—. Si hay un eclipse, si llega la Oscuridad, no esperen otra cosa que el tratamiento más reverente de mi parte, y toda la ayuda que pueda proporcionar en cualquier crisis que se presente. Y si después de todo no ocurre nada fuera de lo habitual, estoy dispuesto a ofrecerles mis servicios con la esperanza de protegerles, doctor Athor, contra la ira de los furiosos ciudadanos que…

—Por favor —dijo una nueva voz—. Deje que se quede, doctor Athor.

Athor miró a su alrededor. Siferra había entrado en la habitación sin que nadie se diera cuenta.

—Lamento llegar tarde. Hemos tenido un pequeño problema de último minuto en la oficina de Arqueología que ha alterado un poco las cosas y… —Él y Theremon intercambiaron sendas miradas. Siguió hablando a Athor—: Por favor, no se ofenda. Sé lo cruelmente que se ha burlado de nosotros. Pero le pedí que viniera aquí esta tarde para que pudiera comprobar de primera mano que realmente teníamos razón. Él…, es mi invitado, doctor.

Athor cerró los ojos un momento. ¡El invitado de Siferra! Eso ya era demasiado. ¿Por qué no invitar a Folimun también? ¿Por qué no a Mondior?

Pero había perdido el deseo de seguir discutiendo. El tiempo era cada vez más corto. Y, evidentemente a ninguno de los otros le importaba tener a Theremon allí durante el eclipse.

¿Por qué debería importarle a él?

¿Por qué debería importar nada, en estos momentos?

—De acuerdo —dijo resignadamente—. Quédese, si eso es lo que quiere. Pero le agradeceré que se contenga de interferir de ninguna manera con nuestro trabajo. ¿Ha entendido? Se mantendrá fuera de nuestro camino tanto como le sea posible. Y recuerde también que yo estoy a cargo de todas las actividades aquí, y que, pese a las opiniones que sobre mí ha expresado en su columna, sigo esperando toda la cooperación y todo el respeto…

21

Siferra cruzó la habitación hasta situarse al lado de Theremon y dijo en voz baja:

—No esperaba seriamente que viniera usted aquí esta tarde.

—¿Por qué no? La invitación era seria, ¿no?

—Por supuesto. Pero fue usted tan salvaje en sus burlas en todas esas columnas que escribió sobre nosotros…, tan cruel…

—Irresponsable es la palabra que utilizó usted —dijo Theremon. Ella enrojeció.

—Eso también. No imaginé que fuera usted capaz de mirar a Athor a los ojos después de todas esas horribles cosas que…

—Haré más que mirarle a los ojos, si resulta que sus macabras predicciones son exactas. Me pondré de rodillas ante él y le pediré humildemente perdón.

—¿Y si resulta que sus predicciones no son exactas?

—Entonces me necesitará —dijo Theremon—. Todos ustedes me necesitarán. Éste es el lugar donde debo estar esta tarde.

Siferra lanzó al periodista una mirada de sorpresa. Él siempre decía lo inesperado. Todavía no había conseguido comprenderle. Le desagradaba, por supuesto…, no hacía falta decir eso. Todo lo referente a él, su profesión, su forma de hablar, las ropas llamativas que usaba normalmente, le chocaban como cosas ostentosas y vulgares. Toda su personalidad era un símbolo, para ella, del crudo, tosco, deprimente, vulgar, repelente mundo más allá de los muros de la universidad que siempre había detestado.

Y sin embargo, y sin embargo, y sin embargo…

Había aspectos en este Theremon que habían conseguido ganar pese a todo su reacia admiración. Por una parte, era duro: absolutamente inmutable en su persecución de lo que fuera tras lo que iba. Podía apreciar eso. Era directo, incluso brusco: qué contraste con los tipos académicos, resbaladizos, manipulativos y perseguidores del poder, que pululaban a su alrededor en el campus. También era inteligente, no había ninguna duda al respecto, aunque había elegido dedicar su particular tipo de vigorosa e inquisitiva inteligencia a un campo trivial y carente de significado como era el periodismo. Y respetaba su robusto vigor físico: era alto y de aspecto recio y con una evidente buena salud. Siferra nunca había sentido demasiada estima hacia los débiles. Había tenido mucho cuidado de no ser ella uno.