Silencio de nuevo. Esta vez Sheerin no le animó a seguir.
—Entonces la sentí cerrarse sobre mí. La Oscuridad. Todo era Oscuridad… No puede imaginar usted lo que era…, no puede imaginar lo negro que era…, lo negro…, la Oscuridad…, la Oscuridad…
Harrim se estremeció de pronto y grandes sollozos desgarradores brotaron de él, casi como convulsiones.
—La Oscuridad…, ¡oh, Dios, la Oscuridad…!
—Tranquilo, hombre. No hay nada que temer aquí. ¡Mire la luz del sol! Cuatro soles hoy, Harrim. Tranquilo, hombre…
—Déjeme ocuparme de esto —indicó Kelaritan. Había acudido corriendo al lado de la cama cuando empezaron los sollozos. Una aguja brilló en su mano.. La apoyó contra el musculoso brazo de Harrim y hubo un breve zumbido. Harrim se calmó casi de inmediato. Se derrumbó hacia atrás contra la almohada y sonrió con ojos vidriosos—. Tenemos que dejarle ahora —dijo Kelaritan.
—Pero apenas hemos empezado a…
—Nada de lo que diga durante horas va a tener sentido. Será mejor que vayamos a almorzar.
—A almorzar, sí —dijo Sheerin, sin mucha convicción. Para su propia sorpresa, apenas tenía apetito. A duras penas podía recordar las veces en que se había sentido así—. ¿Y él es uno de los más fuertes que tienen?
—Uno de los más estables, sí.
—¿Cómo están los otros, entonces?
—Algunos en estado completamente catatónico. Otros necesitan sedación al menos la mitad del tiempo. En el primer estadio, como dije, no desean entrar en ningún lugar cerrado. Cuando salieron del Túnel parecían estar en perfecto estado, ¿sabe?, excepto que habían desarrollado una claustrofobia instantánea. Se negaban a entrar en los edificios: cualquier edificio, incluidos palacios, mansiones, casas de apartamentos, casas de vecindad, chozas, cabañas, cobertizos y tiendas.
Sheerin sintió una profunda sensación de shock. Su tesis doctoral había versado sobre los desórdenes inducidos por la oscuridad. Por eso le habían pedido que acudiera allí. Pero nunca había oído nada tan extremo como esto.
—¿No querían entrar en absoluto en ningún local cerrado? ¿Dónde dormían?
—Al aire libre.
—¿Intentó alguien obligarles a entrar en algún sitio?
—Oh, lo hicieron, por supuesto, lo hicieron. En todos los casos esas personas sufrieron un ataque de histeria violenta. Algunos de ellos incluso desarrollaron tendencias suicidas…, se lanzaron contra una pared y golpearon sus cabezas contra ella, cosas así. Una vez los tenías dentro de algún sitio, no podías retenerlos sin una camisa de fuerza y una buena inyección inmovilizadora o algún sedante fuerte.
Sheerin contempló al gran estibador, que ahora estaba durmiendo, y agitó la cabeza.
—Pobres diablos.
—Ésa fue la primera fase. Harrim se halla en la segunda fase ahora, la claustrofílica. Se ha adaptado a estar aquí, y el síndrome ha dado completamente la vuelta. Sabe que está seguro aquí dentro en el hospital, con brillantes luces todo el tiempo a su alrededor. Pero aunque puede ver los soles brillar a través de la ventana, tiene miedo a ir fuera. Cree que fuera está oscuro.
—Pero eso es absurdo —dijo Sheerin—. Nunca es oscuro fuera.
Apenas decir aquello se sintió como un estúpido.
Kelaritan remachó el tema, de todos modos.
—Todos sabemos eso, doctor Sheerin. Cualquier persona cuerda lo sabe. Pero el problema con la gente que se ha sumido en el trauma en el Túnel del Misterio reside en que ya no está cuerda.
—Sí. Eso deduzco —dijo Sheerin avergonzadamente.
—Puede entrevistarse con algunos de nuestros otros pacientes más tarde —dijo Kelaritan—. Quizás ellos le proporcionen algunas otras perspectivas del problema. Y luego, mañana, le llevaremos a ver el Túnel en sí. Lo hemos cerrado, por supuesto, ahora que sabemos las dificultades, pero los padres de la ciudad se sienten muy ansiosos por hallar alguna forma de reabrirlo. La inversión, según tengo entendido, fue inmensa. Pero primero vayamos a almorzar, ¿de acuerdo, doctor?
—A almorzar, sí —repitió Sheerin, con menos entusiasmo aún que antes.
4
La gran cúpula del observatorio de la Universidad de Saro, que se alzaba majestuosamente dominando las boscosas laderas del monte del Observatorio, resplandecía brillante a la luz de última hora de la tarde. El pequeño orbe rojo de Dovim se había deslizado ya más allá del horizonte, pero Onos estaba aún alto en el Oeste, y Trey y Patru, que cruzaban el cielo por el Este en una pronunciada diagonal, arrojaban brillantes senderos de luz a lo largo de la enorme cara de la cúpula.
Beenay 25, un esbelto y ágil joven de modales rápidos y alertas, fue de un lado para otro con paso vivo por el pequeño apartamento en Ciudad de Saro, debajo del observatorio, que compartía con su compañera contractual, Raissta 717, reuniendo sus libros y papeles.
Raissta, arrellanada confortablemente en la desgastada tapicería verde de su pequeño diván, alzó la vista y frunció el ceño.
—¿Vas a alguna parte, Beenay?
—Al observatorio.
—Pero si es muy pronto. Normalmente no vas allí hasta después de la puesta de Onos. Y todavía faltan horas para eso.
—Hoy tengo una cita, Raissta.
Ella le dirigió una mirada cálida y seductora. Ambos eran estudiantes graduados a punto de cumplir la treintena, ambos eran profesores ayudantes, él de astronomía, ella de biología, y llevaban tan sólo siete meses como compañeros contractuales. Su relación se hallaba aún en el primer florecimiento de la excitación. Pero ya habían surgido problemas. Él hacía su trabajo durante las últimas horas, cuando normalmente sólo unos pocos de los soles menores se hallaban en el cielo. Ella se hallaba en sus mejores momentos en el período de máxima luz, bajo el resplandor dorado del brillante Onos.
Últimamente él había pasado cada vez más y más tiempo en el observatorio, y había llegado un momento en el que apenas coincidían despiertos. Beenay sabía lo difícil que resultaba aquello para ella. También resultaba difícil para él. De todos modos, el trabajo que estaba efectuando sobre la órbita de Kalgash era muy exigente y le conducía a regiones cada vez más difíciles que hallaba a la vez provocativas y alarmantes. Si tan sólo Raissta fuera paciente unas pocas semanas más…, uno o dos meses quizá…
—¿No puedes quedarte un poco más esta tarde? —preguntó ella. Beenay sintió que se le desfondaba el corazón. Raissta le miraba de aquella forma tan peculiar de ven-aquí-y-juguemos. No resultaba fácil resistirse, y en realidad no deseaba hacerlo. Pero Yimot y Faro estarían esperándole.
—Te lo he dicho. Tengo una…
—… cita, sí. Bueno, yo también. Contigo.
—¿Conmigo?
—Ayer dijiste que tal vez tuvieras algo de tiempo libre esta tarde. Contaba con ello, ¿sabes? Me agencié yo también un poco de tiempo libre, de hecho hice mi trabajo de laboratorio esta mañana, así que…
Las cosas se ponían cada vez peores, pensó Beenay. Recordaba haber dicho algo acerca de aquella tarde, olvidando por completo el hecho de que había arreglado las cosas para reunirse con los dos jóvenes estudiantes.
Ella hizo un mohín, sin dejar de algún modo de sonreír al mismo tiempo, un truco que había conseguido perfeccionar. Beenay deseó olvidarlo todo acerca de Faro y Yimot y dirigirse directamente hacia ella. Pero, si hacía eso, llegaría una hora tarde a su cita con ellos, y eso no era justo. Dos horas, quizá.