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Los cinco hombres se marcharon a regañadientes. Theremon siguió mirando.

La mujer que llevaba el pañuelo verde al cuello se le acercó.

—Supongo que llegué justo a tiempo, ¿verdad Theremon? —dijo.

—Siferra —murmuró éste, asombrado—. ¡Siferra!

37

Le dolían un centenar de lugares. No estaba en absoluto seguro de lo intactos que estaban sus huesos. Tenía uno de sus ojos prácticamente cerrado. Pero sospechaba que iba a sobrevivir. Se sentó reclinado contra la pared de roca y aguardó a que la bruma de dolor disminuyera un poco.

Siferra dijo:

—Tenemos un poco de brandy de Jonglor en el Cuartel General. Supongo que puedo autorizarte a tomar un poco. Con finalidades medicinales, por supuesto.

—¿Brandy? ¿Cuartel General? ¿Qué Cuartel General? ¿Qué es todo esto, Siferra? ¿Está usted realmente aquí?

—¿Crees que soy una alucinación? —Ella se echó a reír y clavó ligeramente los dedos en su antebrazo—. ¿Dirías que esto es una alucinación?

Theremon hizo una mueca.

—Cuidado. La carne está más bien tierna aquí. Y creo que en todo el resto de mi cuerpo, en estos momentos. —Aceptó el repentino y bienvenido tuteo—. ¿Has caído llovida directamente del cielo?

—Estaba en servicio de patrulla; revisando el bosque, y oímos los sonidos de una pelea. Así que fuimos a investigar. No tenía la menor idea de que tú te hallaras mezclado en ella hasta que te vi. Estamos intentando restablecer un poco el orden por estos lugares.

—¿Estamos?

—La Patrulla Contra el Fuego. Es lo más cerca que tenemos aquí de un Gobierno local. El Cuartel General está en el Refugio de la universidad, y un hombre llamado Altinol, que era no sé qué tipo de ejecutivo de una compañía, está al mando. Yo soy uno de sus oficiales. En realidad se trata de un grupo de vigilantes, que de alguna manera ha conseguido hacer prevalecer la noción de que el uso del fuego debe ser controlado, y que sólo los miembros de la Patrulla Contra el Fuego tienen el privilegio de…

Theremon alzó la mano.

—Espera un momento, Siferra. Despacio, por favor. ¿La gente de la universidad que estaba en el Refugio ha formado un grupo de vigilantes, dices? ¿Y van por ahí apagando fuegos? ¿Cómo es posible? Sheerin me dijo que todos habían abandonado el Refugio, que se habían ido al Sur a alguna especie de cita en el parque nacional de Amgando.

—¿Sheerin? ¿Está por aquí?

—Estaba. Ahora se halla de camino hacia Amgando. Yo… decidí quedarme por aquí un poco más. —Le resultó imposible decirle que se había quedado allí con la improbable esperanza de conseguir encontrarla a ella.

Siferra asintió con la cabeza.

—Lo que te dijo Sheerin es cierto. Toda la gente de la universidad abandonó el Refugio al día siguiente del eclipse. Supongo que a estas alturas estarán ya en Amgando…, no he sabido nada de ellos. Dejaron el Refugio completamente abierto, y Altinol y su pandilla entraron y tomaron posesión de él. La Patrulla Contra el Fuego tiene quince, veinte miembros, todos ellos en perfecto buen estado mental. Han conseguido establecer su autoridad sobre aproximadamente la mitad de la zona del bosque y parte del territorio de la ciudad que lo rodea donde aún vive gente.

—¿Y tú? —preguntó Theremon—. ¿Cómo te mezclaste con ellos?

—Primero fui al bosque, cuando las Estrellas desaparecieron. Pero parecía bastante peligroso, así que cuando recordé el Refugio me encaminé hacia allá. Altinol y su gente estaban ya allí. Me invitaron a unirme a la patrulla. —Siferra sonrió de una forma que podría considerarse como desconsolada—. En realidad no me ofrecieron mucha elección —dijo—. No son del tipo particularmente amable.

—Éstos no son tiempos amables.

—No. Así que decidí que mejor quedarme con ellos que vagar sola por ahí. Me dieron este pañuelo verde…, todo el mundo por los alrededores lo respeta. Y esta pistola de aguja. La gente también respeta eso.

—Así que eres una vigilante —dijo Theremon, pensativo—. Nunca te imaginé en un papel así.

—Yo tampoco.

—Pero crees que este Altinol y su Patrulla Contra el Fuego son gente de bien que está ayudando a restablecer la ley y el orden, ¿no es así?

Ella sonrió de nuevo, y de nuevo su expresión no fue de alegría.

—¿Gente de bien? Ellos creen que lo son, sí.

—¿Tú no?

Un encogimiento de hombros.

—En primer lugar han impuesto su propia ley, y no bromean al respecto. Hay un vacío de poder aquí, y tienen intención de llenarlo. Pero supongo que no son el peor tipo de gente posible para intentar imponer una estructura gubernamental en estos momentos. Al menos son más fáciles de aceptar que otros en quienes puedo pensar.

—¿Te refieres a los Apóstoles? ¿Están intentando formar un gobierno también?

—Es muy probable. Pero no he oído nada de ellos desde que ocurrió todo. Altinol cree que todavía siguen escondidos bajo tierra en alguna parte, o que Mondior les ha dejado marchar a algún lugar lejos en la región donde puedan organizar su propio reino. Pero hay un par de grupos realmente fanáticos que son unas auténticas joyas, Theremon. Acabas de tropezarte con uno de ellos, y es sólo por pura suerte que no acabaran contigo. Creen que la única salvación para la Humanidad es abandonar por completo el uso del fuego, puesto que el fuego ha sido la ruina del mundo. Así que van por ahí destruyendo todo equipo susceptible de encender un fuego allá donde pueden encontrarlo y matando a cualquiera que parezca disfrutar encendiendo fuegos.

—Yo simplemente estaba intentando asar un poco de cena para mí —dijo Theremon, sombrío.

—Es lo mismo para ellos que estés cocinando tu comida o divirtiéndote incendiando todo lo que encuentres a tu alrededor. El fuego es el fuego, y lo aborrecen. Es una suerte para ti que llegáramos a tiempo. Aceptan la autoridad de la Patrulla Contra el Fuego. Somos la elite, ¿comprendes?, los únicos cuyo uso del fuego es tolerado.

—Ayuda el tener pistolas de aguja —dijo Theremon—. Eso también provoca mucha tolerancia. —Se frotó un lugar que le dolía más que el resto en el brazo y miró sombrío hacia la distancia—. ¿Hay otros fanáticos además de ésos, dices?

—Están los que piensan que los astrónomos de la universidad han descubierto el secreto de hacer aparecer las Estrellas. Culpan a Athor, Beenay y compañía de todo lo que ha ocurrido. Es el viejo odio hacia todo lo intelectual que se manifiesta apenas las nociones medievales empiezan a salir a la superficie.

—Bastantes. Sólo la Oscuridad sabe lo que harán si consiguen atrapar a alguien de la universidad que aún no haya llegado a Amgando. Colgarlo de la más próxima farola, supongo.

—Y yo soy el responsable —dijo Theremon lentamente.

—¿Tú?

—Todo ocurrió por mi culpa, Siferra. No de Athor, no de Folimun, no de los dioses, sino mía. Mía. Yo, Theremon 762. Esa vez que me llamaste irresponsable fuiste demasiado suave conmigo. Fui no sólo responsable, sino criminalmente negligente.

—Theremon, olvida eso. ¿De qué sirve…?

Él siguió, sin hacerle caso:

—Hubiera debido estar escribiendo columnas día sí y otro también, advirtiendo de lo que se avecinaba, animando a que se siguiera un programa de choque para construir refugios, almacenar provisiones y equipo generador de electricidad de emergencia, proporcionar consejo a los desequilibrados, hacer un millón de cosas distintas…, y en vez de eso, ¿qué hice? Burlarme. ¡Me reí de los astrónomos y su encumbrada torre! Hice que fuera políticamente imposible que nadie en el Gobierno tomara a Athor en serio.

—Theremon…

—Hubieras debido dejar que esos locos me mataran, Siferra.