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—Presidente de Industrias Morthaine, la gran multinacional naviera. Estuvo en las noticias hará uno o dos años, algo acerca de un contrato que fue recurrido por posibles irregularidades en la forma de desarrollar una enorme operación inmobiliaria sobre tierras del Gobierno en la provincia de Nibro.

—¿Qué tiene que ver una multinacional naviera con operaciones inmobiliarias? —preguntó Siferra.

—Ahí está exactamente el detalle. Nada en absoluto. Fue acusado de utilizar de forma impropia su influencia con el Gobierno…, algo acerca de ofrecer pases perpetuos en sus cruceros a senadores, creo… —Theremon se encogió de hombros—. En realidad ahora no constituye ninguna diferencia. Ya no existen las Industrias Morthaine, no hay ninguna operación inmobiliaria que realizar, ningún senador federal que sobornar. Probablemente no le ha gustado que le reconociera.

—Probablemente no le ha importado. Dirigir la Patrulla Contra el Fuego es todo lo que le importa ahora.

—Por el momento —indicó Theremon—. Hoy es la Patrulla Contra el Fuego de Ciudad de Saro, mañana el mundo. Ya le has oído hablar acerca de desplazar a los Apóstoles que se han apoderado del otro extremo de la ciudad. Bueno, alguien tenía que hacerlo. Y él pertenece al tipo de los que les gusta dirigirlo todo.

Siferra salió. Theremon se metió en la bañera de porcelana.

Siferra le llevó al comedor del Refugio, una sencilla sala con techo de hojalata, cuando terminó el baño, y le dejó allí diciéndole que tenía que ir a presentar su informe a Altinol. Allí le aguardaba una comida…, una de las comidas completas preparadas que se habían almacenado en los meses durante los cuales el Refugio había sido acondicionado. Verduras calientes, carne tibia de algún tipo desconocido, una bebida no alcohólica de color verde pálido y sabor indefinido.

Se obligó a sí mismo a comer con lentitud, con cuidado, sabiendo que su cuerpo no estaba acostumbrado a la auténtica comida después de aquel tiempo en el bosque; cada bocado tenía que ser meticulosamente masticado o sabía que se pondría enfermo, aunque su instinto era engullirlo tan rápido como pudiera y pedir más.

Después de comer, Theremon se reclinó hacia atrás en su silla y miró indolentemente el feo techo de hojalata. Ya no tenía hambre. Y sus esquemas mentales estaban empezando a cambiar a peor. Pese al baño, pese a la comida, pese al confort de saber que estaba seguro en aquel bien defendido Refugio, se dio cuenta de que se estaba deslizando a un humor de profunda desolación.

Se sentía muy cansado. Y desanimado, y lleno de tétricos pensamientos.

Había sido un buen mundo, pensó. No perfecto, muy lejos de ello, pero bastante bueno. La mayoría de la gente era razonablemente feliz, muchos eran prósperos, se hacían progresos en todos los frentes…, hacia una más profunda comprensión científica, hacia una mayor expansión económica, hacia una cooperación global más fuerte. El concepto de guerra había empezado a parecer pintorescamente medieval, y los viejos fanatismos religiosos eran en su mayor parte obsoletos, o eso le había parecido a él.

Y ahora todo eso había desaparecido, en un corto espacio de horas, en un solo estallido de horrible Oscuridad.

Un nuevo mundo nacería de las cenizas del viejo, por supuesto. Siempre había sido así: las excavaciones de Siferra en Thombo lo atestiguaban.

Pero, ¿qué tipo de mundo sería?, se preguntó Theremon. La respuesta a eso estaba ya a mano. Sería un mundo en el que la gente mataba a otra gente por un jirón de carne, o porque había violado una superstición sobre el fuego, o simplemente porque matar parecía ser algo divertido. Un mundo en el que los Folimun y los Mondior, sin duda, conspiraban para emerger como los dictadores del pensamiento, probablemente trabajando mano sobre mano con los Altinol, se dijo morbosamente. Un mundo en el que…

No. Sacudió la cabeza. ¿De qué servían todas aquellas oscuras y cavilosas lamentaciones?

Siferra tenía razón, se dijo. No tenía ningún sentido especular acerca de lo que podría haber sido. Con lo que tenía que enfrentarse era con lo que era realmente. Al menos estaba vivo, y su mente estaba prácticamente completa de nuevo, y había pasado su prueba en el bosque y había salido de ella más o menos intacto, aparte de unos cuantos hematomas y cortes que sanarían en un par de días. La desesperación era una emoción inútil ahora: era un lujo que no podía permitirse, del mismo modo que Siferra no podía permitirse el lujo de estar furiosa todavía con él por los artículos que había escrito en el periódico.

Lo que estaba hecho, hecho estaba. Ahora era el momento de recoger lo que quedara y seguir adelante, reagruparse, reconstruir, empezar de nuevo. Mirar hacia atrás era estúpido. Mirar hacia delante con desánimo o abatimiento era mera cobardía.

—¿Has terminado? —preguntó Siferra al regresar al comedor—. Ya lo sé, la comida no es magnífica precisamente. Pero supera con mucho el comer graben.

—No sabría decirlo. En realidad, nunca he comido graben.

—Probablemente no lo hubieras echado mucho en falta. Vamos: te mostraré tu habitación.

Era un cubículo de techo bajo no muy elegante: una cama con una luz de vela en el suelo a su lado, un lavamanos, una sola bombilla colgada del techo. Dispersos en un rincón había algunos libros y periódicos que debían de haber sido dejados atrás por los que habían ocupado la habitación la tarde del eclipse. Theremon vio un ejemplar del Crónica abierto por la página de su columna e hizo una mueca: era uno de sus últimos artículos, un ataque particularmente violento contra Athor y su grupo. Enrojeció y lo apartó fuera de su vista con el pie.

—¿Qué piensas hacer ahora, Theremon? —preguntó Siferra.

—¿Hacer?

—Me refiero a cuando hayas tenido ocasión de descansar un poco.

—La verdad es que no lo he pensado mucho. ¿Por qué?

—Altinol quiere saber si tienes intención de unirte a la Patrulla Contra el Fuego —dijo ella.

—¿Es eso una invitación?

—Está dispuesto a aceptarte a bordo. Eres el tipo de persona que necesita, alguien fuerte, alguien capaz de tratar con la gente.

—Sí —dijo Theremon—. Yo sería bueno aquí, ¿verdad?

—Pero está intranquilo respecto a una cosa. Sólo hay sitio para un jefe en la Patrulla, y ése es Altinol. Si te unes a nosotros, quiere que comprendas desde un principio que lo que Altinol dice se hace, sin discusión. No está seguro de lo bueno que eres recibiendo órdenes.

—Yo tampoco estoy seguro de lo bueno que soy en eso —admitió Theremon—. Pero puedo entender el punto de vista de Altinol.

—¿Te unirás a nosotros, entonces? Sé que hay problemas con el planteamiento en sí de la Patrulla. Pero al menos es una fuerza para el orden, y necesitamos algo así ahora. Y Altinol puede ser despótico, pero no es malo. Estoy convencida de ello. Simplemente cree que el momento necesita medidas fuertes y un liderazgo decidido, cosas que él es capaz de proporcionar.

—Eso no lo dudo.

—Piensa en ello esta tarde —dijo Siferra—. Si quieres unirte a la Patrulla, habla con él mañana. Sé franco con él. Él será franco contigo, puedes estar seguro de ello. En tanto que puedas asegurarle que no vas a ser ninguna amenaza directa a su autoridad. Estoy segura de que tú y él…

—No —dijo Theremon de pronto.

—¿No qué?

Él guardó silencio unos instantes. Al fin dijo:

—No necesito pasar toda la tarde pensando en ello. Ya sé cuál será mi respuesta.

Siferra le miró y aguardó.

Theremon dijo:

—No quiero unirme a Altinol. Sé la clase de hombre que es, y estoy muy seguro de que puedo arreglármelas con gente así durante cualquier período de tiempo. Y también sé que a corto plazo puede ser necesario realizar operaciones como la Patrulla Contra el Fuego. Pero a largo plazo son una mala cosa, y una vez establecidas e institucionalizadas es muy difícil librarse de ellas. Los Altinol de este mundo no ceden voluntariamente el poder. Los pequeños dictadores nunca lo hacen. Y yo no deseo que el conocimiento de que le ayudé a subirlo a la cima sea un nudo corredizo en torno a mi cuello durante todo el resto de mi vida. Reinventar el sistema feudal no me parece una solución útil a los problemas que tenemos ahora. Así que no, Siferra. No voy a llevar el pañuelo verde de Altinol. No hay ningún futuro para mí aquí.