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Nada…

que…

temer…

Siguió repitiéndose esas palabras hasta que se sintió casi tranquilo.

Aún así, Sheerin no se sentía tan alegre como de costumbre cuando bajó la escalera para aguardar el coche del hospital que le recogería.

Kelaritan estaba allí, y Cubello, y una mujer de aspecto impresionante llamada Varitta 312, que le fue presentada como uno de los ingenieros que habían diseñado el Túnel. Sheerin los saludó a todos con cordiales apretones de manos y una amplia sonrisa que esperó que pareciera convincente.

—Un hermoso día para un viaje al parque de diversiones —dijo, intentando sonar jovial.

Kelaritan le miró de una forma extraña.

—Me alegro de que sienta así. ¿Durmió usted bien, doctor Sheerin?

—Muy bien, gracias…, tan bien como podía esperarse, debería decir. Después de ver a toda esa gente infeliz ayer.

—¿No se siente usted optimista acerca de sus posibilidades de recuperación, entonces? —preguntó Cubello.

—Me gustaría sentirme optimista —le dijo Sheerin al abogado de forma ambigua.

El coche avanzó suavemente por la calle.

—Son unos veinte minutos de camino hasta los terrenos de la Exposición del Centenario —dijo Kelaritan—. La Exposición en sí estará atestada, lo está cada día, pero hemos hecho acordonar una amplia sección de la zona de diversiones a fin de que no seamos molestados. El Túnel del Misterio en sí, como usted sabe, ha permanecido cerrado desde que se hizo evidente toda la extensión de los trastornos.

—¿Quiere decir las muertes?

—Evidentemente, no podíamos permitir que siguiera abierto después de eso —dijo Cubello—. Pero tiene que darse cuenta usted de que habíamos estudiado su cierre desde mucho antes. Era una cuestión de determinar si la gente que parecía haber sufrido trastornos por su trayecto a través del Túnel había sufrido realmente algún daño, o simplemente se dejaba arrastrar por la histeria popular.

—Por supuesto —dijo Sheerin con tono seco—. El Concejo de la Ciudad no desearía cerrar una atracción que proporcionaba buenos dividendos excepto por una muy buena razón. Como el tener a un puñado de sus clientes muertos de repente por el miedo, supongo.

La atmósfera en el coche se volvió claramente helada. Al cabo de un rato, Kelaritan dijo:

—El Túnel no era tan sólo una atracción que proporcionaba buenos dividendos, sino también una que casi todo el mundo que asistía a la Exposición estaba ansioso por experimentar, doctor Sheerin. Tengo entendido que miles de personas tenían que volverse hacia sus casas sin haber podido efectuar el trayecto.

—¿Pese a que se hizo evidente desde el primer día que algunos que aquellos que cruzaban el Túnel, como Harrim y su familia, salían de él en un estado psicópata?

—En especial debido a ello, doctor —dijo Cubello.

—¿Qué?

—Discúlpeme si parece que intento explicarle su propia especialidad —dijo untuosamente el abogado—. Pero me gustaría recordarle que hay una fascinación en sentirse asustado cuando se es parte del juego. Un niño nace con tres miedos instintivos: los ruidos fuertes, caer, y la total ausencia de luz. Por eso se considera tan divertido saltar por sorpresa sobre alguien y decir: «Buuu». Por eso resulta tan emocionante subir a una montaña rusa. Y por eso el Túnel del Misterio era algo que todo el mundo deseaba ver de primera mano. La gente salía de esa Oscuridad temblando, sin aliento, medio muerta de miedo, pero todos seguían pagando por entrar. El hecho de que unos pocos que hacían el trayecto salieran de él en un estado más bien intenso de shock no hacía más que añadirse al atractivo.

—Porque la mayoría de la gente suponía que ellos serían lo bastante duros como para resistir lo que fuera que había sacudido tanto a los otros, ¿es eso?

—Exacto, doctor.

—¿Y cuando algunas personas salieron no sólo muy alteradas, sino realmente muertas de miedo? Aunque los directores de la Exposición no hubieran podido ver claramente la necesidad de cerrar el Túnel después de eso, imaginó que los clientes potenciales deberían de haberse vuelto muy escasos y muy espaciados, después de que circularan las noticias de las muertes.

—Oh, completamente al contrario —dijo Cubello, con una sonrisa triunfal—. Actuó el mismo mecanismo psicológico, aunque de una forma más fuerte. Después de todo, si la gente con el corazón débil deseaba cruzar el Túnel, era bajo su propio riesgo, así que, ¿por qué sorprenderse de lo que les ocurriera? El Concejo de la Ciudad discutió largamente todo el asunto y finalmente llegó al acuerdo de poner un médico en la oficina de la entrada y hacer que cada cliente se sometiera a un examen físico antes de entrar en el cochecito. Eso lo que hizo fue incrementar la venta de billetes.

—En ese caso —dijo Sheerin—, ¿por qué está cerrado el Túnel ahora? Por lo que dicen ustedes, cabría esperar que estuviera haciendo un gran negocio, con colas que se extendieran desde Jonglor hasta Khunabar, multitud de personas metiéndose por la entrada y un constante fluir de cadáveres siendo sacados por la salida.

—¡Doctor Sheerin!

—Bueno, ¿por qué no sigue abierto, si ni siquiera las muertes trastornaban a nadie?

—Problemas de responsabilidad con el seguro —dijo Cubello.

—Ah. Por supuesto.

—Pese a su pequeña broma macabra, en realidad las muertes fueron muy pocas y muy distanciadas…, tres, creo, o quizá cinco. Las familias de los fallecidos recibieron las correspondientes indemnizaciones y los casos fueron cerrados. Lo que en definitiva se convirtió en un problema para nosotros no fue el índice de muertes, sino el índice de supervivencias entre aquellos que sufrieron alteraciones traumáticas. Empezó a hacerse claro que algunos podían requerir hospitalización durante prolongados períodos de tiempo…, un gasto a tener en cuenta, un constante drenaje financiero para la municipalidad y sus aseguradoras.

—Entiendo —dijo Sheerin de mal humor—. Si simplemente caen muertos, es un gasto de una sola vez. Pagas a los familiares y ya está todo. Pero si han de permanecer meses o incluso años en una institución pública, el precio puede resultar demasiado alto.

—Quizá planteado de una forma demasiado cruda —dijo Cubello—, pero ésos fueron en esencia los cálculos que el Concejo de la Ciudad se vio obligado a realizar.

—El doctor Sheerin parece un tanto malhumorado esta mañana —observó Kelaritan al abogado—. Es posible que la idea de cruzar personalmente el Túnel le haya trastornado algo.

—En absoluto —dijo Sheerin de inmediato.

—Naturalmente, supongo que comprende que no hay una auténtica necesidad de que usted…

—La hay —dijo Sheerin.

Hubo un silencio en el coche. Sheerin miró sombríamente el cambiante paisaje, los curiosos árboles angulares de escamosa corteza, los arbustos con flores de extraños tonos metálicos, las peculiarmente altas y estrechas casas con puntiagudos aleros. Raras veces había estado tan al norte antes. Había algo muy desagradable en el aspecto de toda la provincia…, y de aquel grupo de personas cínicas de melosas palabras también. Se dijo a sí mismo que se alegraría de regresar a Saro.

Pero primero… el Túnel del Misterio…

La Exposición del Centenario de Jonglor se extendía sobre una enorme zona de parque justo al este de la ciudad. Era una mini-ciudad en sí misma, y completamente espectacular a su propia manera, pensó Sheerin. Vio fuentes, arcadas, resplandecientes torres rosas y turquesas de iridiscente plástico tan duro como la piedra. Grandes salones de exposición ofrecían tesoros artísticos de cada provincia de Kalgash, muestras industriales, las últimas maravillas científicas. Mirara donde mirase, había algo inhabitual y hermoso para atraer sus ojos. Miles de personas, quizá centenares de miles, recorrían sus resplandecientes y elegantes bulevares y avenidas.