—¿Así que fue Sheerin? —murmuró Beenay—. ¿Y dónde está él ahora?
—No ha venido con nosotros. Él y yo nos separamos hace días…, él fue directamente a Amgando por su cuenta, y yo me quedé en Saro para buscar a Siferra. No sé qué puede haberle ocurrido. ¿Crees que podría conseguir otro sorbo de este brandy, Beenay? Si puedes prescindir de él. Y habías empezado a hablarme del Registro.
Beenay sirvió un segundo vasito para Theremon. Miró a Siferra, que negó con la cabeza.
Luego dijo, inquieto:
—Si Sheerin viajaba solo, probablemente se haya encontrado con problemas, a buen seguro muy serios problemas. Ciertamente no ha pasado por este lugar desde que yo estoy aquí, y la Gran Autopista del Sur es la única ruta de salida de Saro que se puede tomar si se quiere llegar a Amgando. Tendremos que enviar un grupo de búsqueda a por él… Y en cuanto al Registro, es una de las nuevas cosas que hace la gente. Esto es una estación de Registro oficial. Hay una al principio de cada provincia por la que pasa la Gran Autopista del Sur.
—Estamos sólo a unos pocos kilómetros de Ciudad de Saro —dijo Theremon—. Esto es aún la provincia de Saro, Beenay.
—Ya no. Todos los antiguos gobiernos provinciales han desaparecido. Lo que queda de Ciudad de Saro ha sido dividida…, he oído que los Apóstoles de la Llama tienen un buen mordisco de ella, en la parte más al norte de la ciudad, y la zona en torno al bosque y la universidad se halla bajo el control de alguien llamado Altinol, que dirige un grupo cuasi militar al que llama la Patrulla Contra el Fuego. Quizás os hayáis tropezado con él.
—Yo fui uno de los oficiales de la Patrulla Contra el Fuego durante unos días —dijo Siferra—. Este pañuelo verde que llevo es el distintivo oficial del cargo.
—Entonces ya sabéis lo que ha pasado. Fragmentación del antiguo sistema…, un millón de mezquinas unidades gubernamentales creciendo como setas por todas partes. Ahora os halláis en la Provincia de la Restauración. Se extiende desde aquí y durante unos once kilómetros a lo largo de la autopista. Cuando lleguéis a la siguiente estación de Registro, estaréis en la Provincia de los Seis Soles. Más allá se halla la Tierra de píos, y luego la Luz del Día, y después de eso…, bueno, olvidadlo. Cambian cada pocos días de todos modos, a medida que la gente se traslada a otros lugares.
—¿Y el Registro? —insistió Theremon.
—La nueva paranoia. Todo el mundo tiene miedo de los pirómanos. ¿Sabes lo que son? Locos que piensan que lo que ocurrió durante el Anochecer fue tremendamente divertido. Van por ahí quemando cosas. Tengo entendido que un tercio de Ciudad de Saro ardió la noche del eclipse, sólo a causa de los locos intentos de la gente presa del pánico por alejar las Estrellas, pero que otro tercio fue destruida después, cuando las Estrellas habían desaparecido hacía mucho. Un mal asunto, sí. De modo que la gente que está con la mente más o menos intacta…, ahora os halláis entre algunos de ellos, por si acaso os lo preguntabais…, esa gente registra a todo el mundo en busca de cosas que puedan iniciar el fuego. Está prohibido poseer cerillas, o encendedores mecánicos, o pistolas de aguja, o cualquier otra cosa capaz de…
—Lo mismo ocurre en las afueras de la ciudad —dijo Siferra—. Ése es el motivo de la existencia de la Patrulla Contra el Fuego. Altinol y su gente se han erigido como las únicas personas en Saro que pueden encender fuego.
—Y yo fui atacado en el bosque mientras intentaba asar un poco de carne para mí —dijo Theremon—. Supongo que eran Registradores también. Me hubieran matado a golpes si Siferra y su Patrulla no llegan en mi rescate en el último momento, casi igual que tú hiciste ahora.
—Bueno —dijo Beenay—, no sé con quién te tropezaste en el bosque. Pero el Registro es un ritual formal aquí abajo para enfrentarse con el mismo problema. Se produce en todas partes, todo el mundo registra a todo el mundo, sin descanso. La sospecha es universaclass="underline" nadie está exento. Es como una fiebre…, la fiebre del miedo. Sólo pequeñas elites, como la Patrulla Contra el Fuego de Altinol, pueden llevar consigo combustibles. En cada frontera tienes que entregar tus aparatos de producir fuego a las autoridades, al igual que ellos tendrán que hacerlo en su caso. Así que será mejor que dejes esas pistolas de aguja conmigo, Theremon. Nunca llegarás a Amgando con ellas.
—Nunca llegaremos sin ellas —dijo Theremon.
Beenay se encogió de hombros.
—Quizá sí, quizá no. Pero no podrás evitar tener que entregarlas cuando continúes hacia el Sur. La próxima vez que te tropieces con un Registro, ¿sabes?, yo no estaré allí para detener a la fuerza de Registro.
Theremon consideró aquello.
—¿Cómo es que conseguiste que te escucharan, de todos modos? —preguntó—. ¿O acaso eres el jefe del Registro aquí?
—¿El jefe del Registro? —Beenay se echó a reír—. Ni lo sueñes. Pero me respetan. Soy su profesor oficial, ¿sabes? Hay lugares en los que la gente de la universidad es odiada, ¿lo sabías? Las turbas de locos los matan a primera vista porque los locos piensan que fueron los causantes del eclipse y se están preparando para provocar otro. Pero no aquí. Soy considerado útil por mi inteligencia…, puedo componer mensajes diplomáticos a las provincias adyacentes, tengo ideas acerca de cómo reparar cosas rotas y hacer que funcionen de nuevo, incluso puedo explicar por qué la Oscuridad no va a volver y por qué nadie verá de nuevo las Estrellas en otros dos mil años. Les resulta muy consolador oír eso. Así que me he instalado entre ellos. Nos dan de comer y cuidan de Raissta, y yo pienso por ellos. Es una buena relación simbiótica.
—Sheerin me dijo que ibas a Amgando —indicó Theremon.
—Y es cierto —dijo Beenay—. Amgando es el lugar donde la gente como tú y yo deberíamos estar. Pero Raissta y yo nos tropezamos con problemas en el viaje. ¿No me has oído decir que los locos persiguen a la gente de la universidad e intentan matarla? Estuvimos a punto de ser atrapados por un puñado de ellos, cuando nos encaminábamos al Sur por los suburbios en dirección a la autopista. Todos estos barrios del lado sur del bosque se hallan ocupados en la actualidad por locos y salvajes.
—Tropezamos con algunos de ellos —dijo Theremon.
—Entonces ya lo sabes. Nos vimos rodeados por un grupo de ellos. Por la forma como hablamos pudieron decir en seguida que éramos gente educada, y luego alguien me reconoció…, ¡me reconoció, Theremon, de una foto en el periódico, de una de tus columnas, una de las veces que me entrevistaste a raíz del eclipse! Y dijo que yo era del observatorio, que yo era el hombre que había hecho aparecer las Estrellas. —Beenay miró a la nada por unos instantes—. Supongo que estuvimos en un tris de ser colgados de una farola. Pero entonces se produjo una distracción providencial. Apareció otra pandilla, rivales territoriales, supongo, y empezaron a arrojar botellas, a gritar y a agitar cuchillos a nuestro alrededor. Raissta y yo pudimos escabullirnos. Son como niños, los locos…, no pueden mantener sus mentes enfocadas en una sola cosa durante mucho tiempo. Pero, mientras nos arrastrábamos por un estrecho sendero entre dos edificios quemados hasta los cimientos, Raissta se cortó la pierna con un trozo de cristal roto. Y cuando llegamos tan al Sur como esto por la autopista, su herida estaba tan terriblemente infectada que no podía andar.
—Entiendo. —No era extraño que su aspecto fuera tan terrible, pensó Theremon.
—Afortunadamente para nosotros, los guardias fronterizos de la Provincia de la Restauración necesitaban un profesor. Nos aceptaron. Llevamos ya aquí una semana, o quizá diez días. Imagino que Raissta podrá emprender de nuevo la marcha dentro de otra semana si todo va bien, o más probablemente dos. Y entonces haré que el jefe de esta provincia nos libre un pasaporte que nos permita pasar con seguridad por las próximas provincias autopista abajo, al menos, y emprenderemos de nuevo el camino hacia Amgando. Nos alegraría que os quedarais aquí con nosotros hasta entonces, y luego podremos seguir al Sur juntos, si queréis. Por supuesto, será más seguro de esa forma… ¿Quieres algo, Butella?