—Después de que hubieran destruido el observatorio.
—Ésa no era tampoco su primera elección. Pero el mundo estaba loco aquella noche. Las cosas no siempre fueron de acuerdo con lo que había planeado.
—Eres muy bueno excusándole, Theremon.
—Quizá sí. De todos modos, escúchame. Quiere trabajar con la gente superviviente de la universidad, y con los demás cuerdos e inteligentes que se han reunido en Amgando, para reconstruir el acervo de conocimientos de la Humanidad. Él, o más bien el supuesto Mondior, estarán a cargo del Gobierno. Los Apóstoles mantendrán pacífico al populacho inestable y movido por las supersticiones, a través de la dominación religiosa, al menos durante una o dos generaciones. Mientras tanto, la gente de la universidad ayudará a los Apóstoles a reunir y codificar todo el conocimiento que hayan conseguido salvar, y juntos guiarán al mundo de vuelta a un estado racional…, como ocurrió tantas veces antes. Pero esta vez, quizá, serán capaces de iniciar los preparativos para el próximo eclipse un centenar de años o así por anticipado, y eludir lo peor del cataclismo, la locura de masas, los fuegos, la devastación universal.
—¿Y tú crees todo eso? —preguntó Siferra. Había un punto ácido en su voz—. ¿Que tiene sentido echarse atrás y aplaudir mientras los Apóstoles de la Llama difunden su venenoso credo totalitario irracional a través de todo el mundo? ¿O, lo que es peor, unir nuestras fuerzas a las suyas?
—Odio la idea —dijo Theremon de pronto.
Siferra abrió mucho los ojos.
—Entonces, ¿por qué…?
—Salgamos fuera —dijo él—. Ya casi amanece. ¿Me das tu mano?
—Bueno…
—No fue sólo una frase, cuando te dije que te amaba.
Ella se encogió de hombros.
—Una cosa no tiene nada que ver con la otra. Lo personal y lo político, Theremon…, estás usando una para confundir la…
—Ven —dijo él.
44
Salieron de la tienda. La primera luz de Onos era un resplandor rosado en el horizonte oriental. Muy encima de sus cabezas, Tano y Sitha habían emergido de entre las nubes, y los soles gemelos, ahora en su cenit, mostraban una radiación que era extraña y maravillosa de contemplar.
Había uno más. Muy lejos al Norte, la pequeña y nítida esfera roja que era el pequeño Dovim brillaba como un diminuto rubí engastado en la frente del cielo.
—Cuatro soles —dijo Theremon—. Un signo de suerte.
A todo su alrededor en el campamento de los Apóstoles había un ajetreo de actividad. Los camiones estaban siendo cargados, las tiendas desmontadas. Theremon vio a Folimun lejos al otro lado, dirigiendo a un grupo de trabajadores. El líder de los Apóstoles saludó con la mano a Theremon, que le respondió con una inclinación de cabeza.
—¿Odias la idea de que los Apóstoles gobiernen el mundo —dijo Siferra—, y sin embargo sigues estando dispuesto en ofrecerle tu alianza a Folimun? ¿Por qué? ¿Qué sentido tiene todo esto?
Pausadamente, Theremon dijo:
—Porque no hay otra esperanza.
—¿Es eso lo que piensas?
Él asintió.
—Empecé a darme cuenta de ello después de que Folimun llevara hablando conmigo un par de horas. Cada instinto racional en mí me dice que no confíe en Folimun y su caterva de fanáticos. Aparte de todo lo demás que pueda ser, no hay la menor duda de que Folimun es un manipulador hambriento de poder, muy despiadado, muy peligroso. Pero, ¿qué otra posibilidad hay? ¿Altinol? ¿Todos los reyezuelos miserables a lo largo de la autopista? Se podrían necesitar un millón de años para unir todas las provincias en una economía global. Folimun tiene la autoridad para hacer que todo el mundo se arrodille ante él…, o ante Mondior, si quieres. Escucha, Siferra, la mayor parte de la Humanidad se halla sumida en la locura. Hay millones de locos sueltos ahí fuera ahora. Sólo aquellos con las mentes más resistentes como tú y yo y Beenay hemos sido capaces de recobrarnos, o los muy estúpidos; pero los otros, la masa de la Humanidad, necesitará meses o años o incluso quizá nunca lleguen a pensar de nuevo a derechas. Un profeta carismático como Mondior, por mucho que yo odie la idea, puede ser la única respuesta.
—¿No hay ninguna otra opción, entonces?
—No para nosotros, Siferra.
—¿Por qué no?
—Mira, Siferra: creo que lo que importa es la curación. Todo lo demás es secundario a eso. El mundo ha sufrido una terrible herida, y…
—Se ha infligido una terrible herida a sí mismo.
—No es así como yo lo veo. Los incendios fueron una respuesta a un enorme cambio en las circunstancias. Nunca se hubieran producido si el eclipse no hubiera retirado nuestra cortina y nos hubiera mostrado las Estrellas. Pero las heridas se suceden. Una conduce a otra, ahora. Altinol es una herida. Esas nuevas pequeñas provincias independientes son heridas. Los locos que se matan entre sí en el bosque, o cazan y matan a profesores universitarios fugitivos… son heridas.
—¿Y Folimun? ¿No es la mayor de todas las heridas?
—Sí y no. Por supuesto que lo suyo no es más que un insignificante fanatismo y misticismo. Pero hay disciplina ahí. La gente cree en lo que él vende, incluso los locos, incluso aquellos con mentes enfermas. Es una herida tan grande que puede engullir a todas las demás. Puede sanar al mundo, Siferra. Y luego, desde dentro, podremos intentar sanar lo que él ha hecho. Pero sólo desde dentro. Si nos unimos a él tenemos una posibilidad. Si nos situamos en la oposición, seremos barridos a un lado como pulgas.
—¿Qué es lo que dices, entonces?
—Tenemos nuestra oportunidad entre alineamos tras él y pasar a formar parte de la elite gobernante que traerá al mundo de vuelta de su locura, o convertirnos en vagabundos y fuera de la ley. ¿Qué es lo que quieres, Siferra?
—Quiero una tercera elección.
—No la hay. El grupo de Amgando no tiene la fuerza suficiente como para formar un Gobierno operativo. La gente como Altinol no tiene los escrúpulos necesarios. Folimun controla ya la mitad de lo que era la República Federal de Saro. Está seguro de prevalecer sobre los demás. Pasarán siglos antes de que vuelva el reino de la razón, Siferra, independientemente de lo que tú y yo hagamos.
—¿Así que tú dices que es mejor unirnos a él e intentar controlar la dirección hacia la que avance la nueva sociedad, que oponernos simplemente porque no nos gusta el tipo de fanatismo que representa?
—Exacto. Exacto.
—Pero cooperar en manejar el mundo a través del fanatismo religioso…
—El mundo se ha abierto camino desde el fanatismo religioso antes, ¿no? Lo importante ahora es hallar alguna forma de salir del caos. Folimun y su gente ofrecen la única esperanza visible de ello. Piensa en su fe como en una máquina que dirigirá la civilización, en unos momentos en los que toda la demás maquinaria está rota. Eso es lo único que cuenta ahora. Primero arregla el mundo; luego espera que nuestros descendientes se cansen de los seguidores místicos con hábitos y capucha. ¿Ves lo que estoy diciendo, Siferra? ¿Lo ves?
Ella asintió de una forma extraña, vaga, como si respondiera en sueños. Theremon la observó mientras se alejaba lentamente de él, hacia el claro donde habían sido sorprendidos la primera vez por los centinelas de los Apóstoles la tarde antes. Parecían haber transcurrido años.
Ella permaneció de pie durante largo rato, sola, a la luz de los cuatro soles.
Qué hermosa es, pensó Theremon.
¡Cómo la amo!
Qué extraño resultaba todo aquello.
Aguardó. A todo su alrededor el campamento de los Apóstoles hervía de actividad mientras era recogido; las figuras enfundadas en sus hábitos y capuchas corrían de un lado para otro.