– ¿Cincuenta?, ¿cien?, ¿cuántos?
En otras palabras, ¿a cuántos jodidos testigos tendré que entrevistar?
Dan se echa a reír y sacude la cabeza.
– Hace mucho tiempo que no asistes a una fiesta en Valle de San Fernando, ¿verdad?
– Intento permanecer en la zona oeste de la ciudad -digo-. Mi salud ya es lo bastante mala sin necesidad de destrozarme los pulmones en esta atmósfera contaminada.
– Un lugar como éste podría alojar a cuatrocientas personas en una buena noche. Afortunadamente para ti, y para ellos, supongo, la madrugada del miércoles no era nada especial. Según nuestros cálculos, en el club había entre ochenta y doscientas personas.
– ¿Nombres y números de teléfono?
– Tenemos unos veinte.
– Son suficientes para mí.
– Hubo dos muertos. Creemos que por inhalación de humo -dice Dan-. Hay otro en estado crítico debido a las quemaduras sufridas. El propietario del club.
– Un dinosaurio, ¿verdad?
Dan me mira con una ceja levantada.
– ¿Con un nombre como club Evolución? Venga ya…
– Eso parece echar por tierra la teoría de la compañía de seguros sobre que el incendio pudo haber sido provocado por el dueño del local -señalo-. Lo que quiero decir es que si pienso prender fuego a mi propio negocio, puedes apostar tu cabeza a que me habré largado del lugar una hora antes de que comience el espectáculo.
– Eso es lo que pensarías tú, ¿verdad? Pero mis hombres dijeron que se necesitaron cuatro bomberos para sacar a ese tío del cuarto trasero. Medio muerto y quemado como un pavo, y seguía aferrado al marco de la puerta, luchando para quedarse… Dijeron que nunca habían visto nada parecido.
– ¿Como si estuviese protegiendo algo? -pregunto.
– ¿Quién puede saberlo? No encontramos nada, excepto un bonito sillón de escritorio.
– Déjame adivinar… Es un Compsognaihus, ¿verdad?
– No… uno de tu especie. Sabemos que los velocirraptores no son muy listos.
– Al menos mi cerebro no tiene el tamaño de una pelota de pimpón.
Dan me arroja su libreta de notas y las hojas se agitan en el aire.
– Compruébalo tú mismo -dice, señalando sus notas manuscritas-. Lo apunté textualmente del oficial de guardia. Todos los testigos confirman que se escuchó un ruido muy fuerte y luego empezó a salir humo. El lugar empieza a vaciarse, la gente comienza a pisotearse, y entonces aparece una lengua de fuego desde la parte posterior del local, justo cuando llegan los bomberos.
– Una lengua de fuego, ¿eh? ¿Una bomba?
Dan sacude la cabeza.
– Hemos tenido a varios inspectores peinando el lugar todo un día y no encontraron ningún indicio de explosivos. Pero estás en la buena pista… Ven, acompáñame.
Dan señala hacia la planta inferior y lo sigo sin decir nada. El dolor de mi cola remite lentamente, y me siento agradecido por ello.
Nos abrimos paso a través de mesas chamuscadas y taburetes ennegrecidos; todas las superficies están cubiertas por una fina capa de ceniza gris. Compruebo que los respaldos de las sillas han sido tallados con la forma de seres humanos en diferentes momentos de su sinuoso camino evolutivo, cada uno de ellos alocadamente caricaturizado y ninguno particularmente atractivo. La expresión de absoluta estupidez del Australopithecus afarensis está perfectamente compensada por la expresión presumida (ahora-yo-dirijo-la-cadena-alimenticia) del rostro del Homo erectus. El Homo habilis se acuclilla con satisfacción sobre una pila de sus propios excrementos mientras el supuestamente evolucionado Homo sapiens es descrito como una gran masa gelatinosa, unida de manera permanente a una gran pantalla de televisión. Alguien se lo pasó realmente en grande diseñando este lugar.
– Echa un vistazo a la propagación -dice Dan-. A lo largo de aquella pared.
Entrecierro los ojos y trato de fijar la vista en la oscuridad relativa del club. Ahora nos encontramos lejos de la entrada principal, y la única iluminación disponible se filtra a través de una claraboya rota que hay en el techo. Pero alcanzo a ver las rayas, las marcas terribles de color tostado en las paredes, y he estado en suficientes escenarios de incendios provocados para saber lo que significan.
– El modelo de una explosión -digo, y Dan asiente. Las largas y oscuras huellas chamuscadas que parten como rayos de sol desde un corredor abierto llevan a lo que seguramente debió de ser el punto de ignición-. ¿Ésa es la oficina? -pregunto.
– El almacén, y la caja de fusibles también. -Dan desliza sus manos ásperas por la pared, y la pintura agrietada y chamuscada cae al suelo-. Hay un montón de cajas ahí dentro, y la mayoría no se salvó del fuego. Tengo a los chicos en la central, examinando los restos que hemos podido recoger.
Un olor tenue, un olor familiar flota en el aire y me golpea como sí fuese rosbif rancio, pero llevo bastantes años haciendo esta clase de trabajos como para saber que no es eso.
– Gasolina -digo-. ¿Puedes olería?
– Sí, por supuesto que puedo olería. Los muchachos del departamento químico encontraron algunos indicios, pero no es ninguna sorpresa. Tenían un generador por si se les cortaba la electricidad, y aquí era donde almacenaban el combustible.
Me dedico a apuntarlo todo lo más rápidamente posible, y echo un vistazo a mis notas: letras apretadas, y caracteres bien marcados, altos y finos.
– Seguramente ya habréis hecho una simulación del escenario de los hechos, ¿verdad? -pregunto.
– Puedes apostarlo. El Departamento de Policía de Los Ángeles nunca duerme.
– Eso explica el enorme consumo de azúcar. Muy bien, esta vez déjame adivinarlo. -Me aclaro la garganta y estiro los puños de la camisa, preparado para asombrarlo o, al menos, impresionarlo ligeramente-. El fuego se inicia en el almacén, con lentitud y sin llamas. Probablemente se produce una explosión en la caja de fusibles, y ese es el primer ruido que oyen los testigos. Algunas cajas prenden fuego; tal vez contienen revistas, material porno de Taiwan.
– Porno de… ¿Acaso hay algo que quieres decirme, Rubio?
– No me interrumpas ahora; estoy lanzado. Así, el fuego alcanza las revistas, chas-chas-chas, y media hora más tarde densas nubes de humo comienzan a salir de la habitación cerrada. Tenemos a dinosaurios y seres humanos bailando y pasándoselo en grande, hasta que alguien descubre el humo. Corridas, caídas, gente pisoteada; mientras todo el mundo trata de salir del local, alguien llama a los bomberos. Todavía es sólo humo, pero ahora el ambiente es irrespirable. Llegan los bomberos, luces encendidas, sirenas a toda pastilla, un gran espectáculo, y justo cuando todo el mundo está saliendo del club, ¡buuum!, el fuego alcanza los tanques de gasolina y el lugar es presa de las llamas. Un accidente inesperado; fin de la historia. Todo el mundo se marcha a casa y engaña a sus esposas, excepto los dos tíos muertos y el dueño del local ingresado en el hospital.
Dan aplaude, y yo hago una profunda reverencia, sintiendo que la faja se tensa por el esfuerzo.
– Así es precisamente como creemos que se produjo el incendio -admite Dan-. Por cierto, comprobamos la situación económica de Donovan Burke…
– El dueño del club, ¿verdad?
– Sí, un pájaro que cuenta con cierto éxito entre las mujeres. Decidió venir al oeste hace un par de años y consiguió establecerse en tiempo récord… Ahora está en la UCI del hospital del condado. Buscamos sus antecedentes en el ordenador central porque sabíamos que vosotros estaríais husmeando para aseguraros de que no se trataba de un trabajo desde dentro, pero no encontramos nada. Este club era el lugar más reputado de Valle de San Fernando. El pobre cabrón ganaba un montón de pasta cada noche. Tuvo que contratar a una chica extra sólo para contarla.
Sé que existe una gran mística, una fascinación casi sexual, en relación con el investigador privado solitario que trabaja en un caso, recorriendo las calles llenas de fango, escarbando en los detalles más sucios para encontrar finalmente a su hombre. ¡Joder!, he conseguido un montón de citas sólo con eso, y en algunos aspectos disfruto activamente de ese tipo de trabajo; me mantiene en forma. Pero cuando un trabajo es aparentemente tan rutinario como éste, no hay nada que me guste más que disponer de toda la información disponible suministrada por un buen amigo de la policía local. Lo que quiero decir es que lo tienen que hacer de todos modos; entonces ¿por qué no compartir la riqueza?