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– ¡Apártate de mi camino, Vincent! -exclama Glenda-. Tenemos que mataría; son las reglas. Ella es humana, ella sabe, ella debe desaparecer.

– Conozco las reglas, Glenda; confía en mí. Ésta es una si-luación especial. La llevaremos ante el Consejo -digo-. Ellos decidirán qué hacer con ella. -Miro fijamente a Glenda, rogándole una clemencia temporal, En mi informe aún hay algunas lagunas que debo completar. Glenda se aleja de mala gana, enjugándose el pico baboso con un corto brazo marrón. Tengo que mantenerla vigilada…, aún está ansiosa por probar la sangre de Judith-. Lo que no sé es cómo hizo para averiguar nuestra existencia al principio. ¿Quién se fue de la boca? -Hago girar nuevamente a la señora McBride y la miro fijamente a los ojos vacíos-. ¿Quiere aclararme eso?

– Fue su Ba-Ba -dice Jaycee, haciéndose cargo del retato por un momento-. La Ba-Ba de Raymond.

– ¿Qué demonios es una Ba-Ba?

– Así es como Raymond llamaba a su madre adoptiva. Barbara en su jerga infantil. Los padres de Raymond murieron cuando él era muy pequeño y le enviaron a vivir con la mejor amiga de su madre, que resultó ser una carnosaurio. Él no hablaba mucho de ella, pero sé que le crió como si fuese un dinosaurio; le enseñó a fabricar bolsas de olor, a actuar, a disfrazarse, a introducirse en el mundo de los dinosaurios.

»Raymond conoció a Judith cuando ella trabajaba como camarera en Kansas, y la introdujo en la única vida que él realmente conocía: la de un dinosaurio. Le permitió que eligiera cómo quería que viviesen sus vidas: como seres humanos o como seudohumanos. Ambos decidieron actuar como dinosaurios, y se marcharon a Nueva York para encontrar una población más numerosa de su, de nuestra, especie. El resto está perfectamente documentado si uno se molesta en buscarlo: el ascenso de Raymond en la escala de los negocios, el ascenso de Judith en la escala social, y todo gracias a sus contactos en el mundo de los dinosaurios. Saltar de una especie a otra puede resultar un ejercicio muy lucrativo.

Le agradezco a Jaycee su aportación al simposio de esta noche y vuelvo a hacerme cargo de la narración, ansioso por desplegar mis habilidades para resolver crímenes.

– Desde el momento en que entré en su oficina supe que algo no estaba bien -le digo a Judith-, pero no conseguía saber qué era. Su olor era extraño, sin duda, pero no lo bastante como para atraer inmediatamente mi atención.

»Le di el nombre de Donovan a su secretaria simplemente como una forma de acceder a su santuario privado, y esperaba que mi truco se desvaneciera en cuanto me oliese. Pero pasamos casi un minuto muy juntos, ¡incluso nos abrazamos!, y usted siguió creyendo qué yo era Donovan, sólo que disfrazado de otro modo. Justo ahí estaba el problema, mi primera sospecha, aunque no me di cuenta basta más tarde… ¡No podía olerme! Más tarde, durante la misma conversación, le pregunté por el olor de Jaycee, una pista que me ayudase a seguir su rastro, y una vez más usted titubeó. No podía decirme a qué olía Jaycee porque no lo sabía. Las narices humanas, para decirlo en pocas palabras, apestan.

»Y tuve otra pista cuando encontré una bolsa de olor en la casa de Dan Patterson. Recuerda a Dan Patterson, ¿verdad? ¿El sargento del Departamento de Policía de Los Ángeles que usted ordenó matar? Un buen intento decirle a sus matones que utilizaran un cuchillo para simular las heridas causadas por un dinosaurio, pero incluso un forense aficionado como yo es capaz de distinguir a dos metros de distancia la herida de un cuchillo del corte producido por una garra.

– Se suponía que ella no debía hacerle daño -interviene Jaycee-, sólo debía recuperar los papeles.

– ¿Y qué me dices de Nadel?

– Nadel iba a entregarte las fotografías. Las auténticas.

– ¿Y Ernie? -pregunto-. ¿Se suponía que ella debía hacerle daño a Erníe?

Jaycee vuelve la cabeza.

– No me enteré de eso hasta después.

– ¿Después de que ella lo matara?

– Sí.

– ¿Cómo lo hizo? -pregunto, y ahora me estoy preparando para arrancarle un pedazo de un mordisco a Juditb McBride. Mi mano aprieta con fuerza su cuello, y si presionara un poco más hacia la izquierda, podría rompérselo en un segundo-. ¿Cómo-lo-hizo?

Jaycee vuelve a intervenir.

– Ella me dijo que…

– Estaré contigo en un momento- le digo simplemente, manteniendo mi creciente ira justo por debajo de la línea de la marea alta-. Ahora estoy tratando con la humana. -Vuelvo a concentrarme en Judith-. Dígamelo o la malo aquí mismo, y que se joda el Consejo.

– Fue sencillo -suspira Judith-. Unos cuantos golpes en la cabeza, la declaración de un testigo falso…

– ¿ Por qué?

– Porque se estaba acercando demasiado. Usted tuvo suerte con esos dos retrasados mentales en el coche, o ahora estaría en el mismo lugar que su amigo,

Arrojo a Judith al suelo, y comienzo a caminar alrededor de su cuerpo boca arriba. Necesito volver al relato original. -De modo que encontré la bolsa en el estudio de Dan, los rastros de cloro, y lo relacioné con el suministro de cloro que recibió hoy en su apartamento. -Me acerco a mis pantalones, que están tirados en el suelo, y busco en los bolsillos, sacando una nota amarilla de uno de ellos. Se la doy a Judith, que la coge con indiferencia y lee su contenido-. Dos paquetes, abajo en la recepción -le digo-. Abierto hasta las nueve.

»¿Y qué significa todo esto? -pregunto retóricamente, dirigiéndome a mi absorta audiencia-. Significa que Judith es humana, que Raymond era humano, y que ambos estuvieron tonteando durante años con la otra especie, pero esa otra especie éramos nosotros los dinosaurios. -Entonces, volviéndome, añado-: Aquí Judith tuvo su aventura amorosa con Donovan, y es ella la que ha financiado sus experimentos, ¿verdad, doctor? Era Judith, no su esposo, quien padecía el síndrome de Dressler. Era ella quien deseaba tener ese hijo mezcla de humano y dinosaurio.

Vallardo, derrotado por una vez, asiente.

– Ella estaba buscando alguna forma de tener un hijo con el velocirraptor, ¿sí?, pero no teníamos éxito.

– ¿Por qué no?

– Simiente de dinosaurio y óvulo humano. El proceso fetal era incorrecto. Es necesario que las mezclas se den en la situación opuesta si queremos que se desarrollen correctamente durante el período de gestación de diez meses de los dinosaurios, ¿sí? Esperma humano y huevo de dinosaurio, un cascarón exterior duro. De otro modo…

– De otro modo nacen deformes, como esas cosas que conserva en las jaulas. Y la cosa que me atacó fuera de esta clínica.

Vallardo vuelve a asentir.

– Fueron mis primeros experimentos. No tuve corazón para eliminarlos.

– ¡Oh, sí! -dice Glenda-. Usted es todo corazón, doctor. -Así pues, cuando Judith comprendió que no podría tener nunca un hijo humano-dinosaurio propio, decidió que nuestro buen doctor Vallardo utilizara los huevos de Jaycee (que él ya había recogido y congelado durante sus primeros experimentos con Donovan y ella) con el esperma fértil de su esposo. No sería su hijo genético, pero estaría jodidamente cerca. Vallardo hubiese conseguido crear ese niño, Judith lo habría criado como si fuese suyo, y nadie se habría enterado de nada. Y luego… bueno, puedo especular todo el día y eso no nos acercará a la verdad. ¿Por qué no la dices tú, Jaycee? -Si tú sabes tanto… -dice ella amargamente. -Preferiría que tú lo explicaras. Los relatos de primera mano siempre son más amenos.

Todos clavamos nuestras miradas en Jaycee, y supongo que la presión del silencio supera su deseo de permanecer callada. Comienza a hablar.

– Fui a ver a Raymond para desearle unas felices vacaciones; eso es todo. La oficina estaba desierta, todo el edificio estaba vacío, porque era víspera de Navidad, pero Raymond estaba trabajando como siempre, acabando unas tareas de último momento. Yo llevaba varios días fastidiando a Raymond para que aceptara unos planes que yo había hecho para Año Nuevo. Él ya había tenido problemas para escaparse de su fiesta con la señora… -las intensas miradas de odio entre Judith y Jaycee chocan en mitad de la habitación, y estalla sin herir a nadie-, y yo le estaba ayudando para encontrar una excusa.