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– ¿Por qué me dices eso?

Suspira.

– Sé que tramas alguna cosa. Cal me ha hablado de una lista. Necesito saber de qué va, no para impedirte que lo hagas, sino porque quiero protegerte.

– ¿No es lo mismo?

– No, no lo creo. Es como si estuvieras dando lo mejor de ti misma, Tessa, y me duele que me dejes al margen.

Su voz se apaga poco a poco. ¿Es eso lo que quiere realmente? ¿No quedar excluido? Pero ¿cómo voy a hablarle de Jake y de su estrecha cama individual? ¿Cómo voy a contarle que fue Zoey la que me dijo que me metiera en el agua y que tenía que decirle que sí? Luego vienen las drogas. Y después de las drogas, aún me quedarán siete cosas por hacer. Si se lo cuento, me quitará la lista. No quiero pasar el resto de mi vida acurrucada bajo una manta en el sofá, con la cabeza en el hombro de mi padre. La lista es lo único que me mantiene con vida.

Capítulo 13

Pensaba que era por la mañana, pero no. Pensaba que la casa estaba tan silenciosa porque todo el mundo se había ido.

Pero sólo son las seis, y estoy aquí desvelada, con la luz mortecina del amanecer.

Saco un paquete de galletitas de queso del armario de la cocina y enciendo el radio. Debido a un choque en cadena, varias personas han pasado la noche atrapadas en los coches en la M3. No había en las proximidades ningún baño público, y los servicios de emergencia han tenido que proporcionarles comida y agua. Paralización total del tráfico. El mundo se está llenando. Un diputado conservador engaña a su mujer. Encuentran un cadáver en un hotel. Es como oír dibujos animados. Apago la radio y saco un helado de chocolate de la nevera. Me hace sentir vagamente mareada y me da mucho frío. Cojo el abrigo del perchero y me muevo silenciosamente por la cocina escuchando las hojas, las sombras y el leve sonido del polvo al caer. Eso me calienta un poco.

Son las seis y diecisiete minutos.

Tal vez en el jardín haya algo diferente: un búfalo salvaje, una nave espacial, montañas de rosas rojas. Abro la puerta de atrás muy despacio, suplicando al mundo que me ofrezca algo nuevo y asombroso. Pero todo es horriblemente familiar: arriates sin flores, hierba mojada y grises nubles bajas.

Le mando a Zoey un mensaje: ("DROGAS")

No me contesta. Apuesto que está en casa de Scott, arropada y feliz entre sus brazos. Fueron a verme al hospital; se sentaron junto a una silla como si se hubieran casado y yo me hubiesen perdido la boda. Me llevaron ciruelas y una lámpara de Halloween del mercado.

– He estado ayuda a Scott en el puesto -dijo Zoey.

Yo sólo podía pensar en lo deprisa que había llegado al final de octubre, y en que a Zoey la tranquilizaba el brazo de Scott en los hombros. Ha pasado una semana desde entonces. Aunque me había un mensaje de móvil a diario, ya que no parece interesada en mi lista.

Sin ella, supongo que tendré que quedarme en la puerta y ver cómo las nubes se agrupan y estallan. Las gotas de lluvia resbalarán por las ventanas de la cocina y otro día empezará a desmoronarse a mí alrededor. ¿Esto es vivir? ¿Es algo?

En la casa de al lado se abre y se cierra la puerta. Se oyen las fuertes pisadas de unas botas en el barro. Me voy hasta la valla y asomo la cabeza.

– ¡Hola otra vez!

Adam se lleva la mano al pecho como si acabara de sufrir un ataque al corazón.

– ¡Jesús! ¡Qué susto me has dado!

– Lo siento.

No va vestido para trabajar en el jardín. Lleva una cazadora de cuero, tejanos y un casco de motorista en la mano.

– ¿Vas a salir?

– SÍ.

Los dos miramos su moto. Está junto al cobertizo. Es roja y plateada. Parece como si fuera a salir disparada en cuanto le suelte el candado.

– Es muy bonita.

Él asiente.

– Acabo de arreglarla.

– ¿Qué tenía?

– Recibió un golpe y se torcieron las horquillas. ¿Sabes algo de motos?

Pienso mentir, pero es el tipo de mentiras con el que te pillan enseguida.

– La verdad es que no, aunque siempre he querido montar en una.

Adam me observa de una forma extraña, y eso hace que dude de mi aspecto. Ayer parecía una yonqui porque la piel se me estaba volviendo amarilla. Anoche me puse pendientes para intentar contrarrestar ese efecto, pero esta mañana he olvidado mirarme en el espejo. Me siento un poco incómoda observada de esa manera.

– Escucha -suelta al fin-. Hay algo que seguramente debería decirte.

Por la turbación de su voz, ya sé lo que es, así que prefiero ahorrarla el mal trago.

– No pasa nada. Mi padre es un auténtico bocazas.

Incluso los desconocidos me miraban con compasión últimamente.

– ¿De verdad? -se extraña-. Es que no te veía por aquí le pregunté a tu hermano si estabas bien. Él me lo contó.

Me miro los pies, miro el trozo de hierba que tengo delante, me miro el hueco entre la hierba y la parte baja de la valla.

– Pensaba que tenía diabetes. Ya sabes, cuando te desmayaste aquel día. No sabía nada.

– Ya.

– Lo siento. Quiero decir, lo sentí mucho cuando me lo contó.

– Ya.

– Me parecía importante decirte que lo sé.

– Gracias.

Las palabras suenan muy altas. Ocupando todo el espacio de mi cabeza y se quedan ahí, repitiéndose como un eco.

– La gente suele asustarse un poco cuando se entera -dijo finalmente. Él asiente, como si ya lo supiese-. Pero no es que vaya a morirme ahora mismo, de repente. Primero tengo una lista de cosas que hacer.

Ignoraba que fuera a contárselo. Me sorprende. También me sorprende cuando él sonríe. -¿Cómo qué? -pregunta.

Desde luego no voy a hablarle de Jack ni de mi baño en el río.

– Bueno, lo siguiente son las drogas.

– ¿Drogas?

– Sí, no me refiero a aspirinas.

Ríe.

– No; ya lo supongo.

– Una amiga va a conseguirme un poco de éxtasis.

– ¿Éxtasis? Deberías probar las setas, son mejores.

– Provocan alucinaciones, ¿no? No quiero ver esqueletos abalanzándose sobre mí.

– Hacen que te sientas como en un sueño, no que tengas alucinaciones.

Eso no me tranquiliza, porque no creo que mis sueños sean como los de las demás personas. Siempre termino en lugares desolados de los que es difícil regresar. Despierto acalorada y muerta de sed.

– Puedo conseguírtelas si te parece -promete.

– ¿Sí?

– Hoy si quieres.

– Hoy mejor que mañana.

– Le prometí a mi amiga que no haría nada sin ella.

Él arquea una ceja.

– Eso es mucho prometer.

Miro hacia mi casa. Papá se levantará pronto y se irá directo al ordenador. Cal se marchará al colegio.

– Podría llamarla y preguntarle si puede venir.

Adam se abrocha la cazadora.

– De acuerdo.

– ¿De dónde vas a sacarla?

Una lenta sonrisa curva las comisuras de su boca.

– Un día te llevaré en la moto y te lo enseñaré.

Retrocede por el sendero sin dejar de sonreír. Me quedo prendada de sus ojos, de un verde claro a la luz del amanecer.

Capítulo 14

– ¿De dónde crees que la sacará, Zoey?

Ella abre la boca en un enorme bostezo.

– ¿De Disneylandia?

– ¿Por qué te pones tan desagradable?

Se da la vuelta en la cama para mirarme.

– Porque ese chico es aburrido y feo y me tienes a mí, así que no sé qué te interesa de él. No deberías haberle pedido la droga. Ya te dije que te la conseguiría yo.

– Pues no es que hayas venido mucho a verme.

– ¡Que yo sepa, fui a visitarte cuando estabas en el hospital!