– ¡Y que yo sepa, estaba allí porque tú me dijiste que me metiera en el río!
Me saca la lengua, así que miro de nuevo por la ventana. Hace horas que Adam ha regresado a casa; ha pasado dentro media hora, y luego ha salido para recoger hojas con el rastrillo. Pensaba que vendría él, pero quizá espere que vayamos nosotras.
Zoey se acerca a la ventana y lo observamos. Cada vez que Adam echa hojas en la carretilla, docenas de ellas vuelven a salir volando y caen en la hierba.
– ¿No tiene nada mejor que hacer?
Sabía que Zoey pensaría eso. Su aguante es mínimo cuando se trata de esperar. Si plantara una semilla, se agacharía a esperar verla crecer de un momento a otro.
– Está arreglando el jardín.
Zoey me lanza una mirada mordaz.
– ¿Es retrasado?
– ¡Qué dices!
– ¿No debería estar en la universidad o algo así?
– Creo que cuida de su madre.
Ella me observa con ojos conspiradores.
– Te gusta, ¿eh?
– Tonterías.
– Sí. Estás enamorada de él en secreto. Sabes cosas de él que no podrías saber si no te gustara. Sacudo la cabeza, tratando de disuadirla de esa idea. Ahora Zoey jugará con esto, lo hará más grande de lo que habría sido sin ella.
– ¿Lo espías todos los días desde aquí?
– No.
– Apuesto a que sí. Voy a preguntarle si tú también le gustas.
– ¡Zoey, no!
Corre hacia la puerta riendo.
– ¡Voy a preguntarle si quiere casarse contigo!
– Por favor, Zoey. No le eches todo a perder.
Regresa a mi lado lentamente, sacudiendo la cabeza.
– ¡Tessa, creía que entendías las normas! Nunca dejes que un tío sea dueño de tu corazón; es fatal.
– ¿Qué hay de Scott y de ti?
– Eso es distinto.
– ¿Por qué?
Sonríe.
– Es sólo sexo.
– No, no lo es. Cuando vinisteis a visitarme al hospital, no podías apartar los ojos de él. -¡Bobadas!
– Es cierto.
Antes Zoey vivía como si la raza humana estuviera al borde de la extinción, como si nada importara en realidad. Pero cuando está con Scott, se vuelve cálida y amable. ¿No se ha dado cuenta?
Me mira con tanta seriedad que le sujeto la cara y la beso, porque quiero que sonría de nuevo. Sus labios son suaves y huele bien. Tal vez sea posible absorber algunos de sus leucocitos de esa forma, pero ella me aparta de un empujón antes de que tenga tiempo de poner a prueba mi teoría.
– ¿Estás tarumba o qué?
– Y tú lo estás estropeando todo. Ahora ve y pregúntale a Adam si tiene las setas.
– Ve tú.
Me río de ella.
– Iremos las dos.
Se limpia los labios con la manga. Parece desconcertada.
– Vale, de acuerdo. Además, tu habitación empieza a oler mal.
Cuando Adam nos ve atravesar el jardín, deja el rastrillo y viene a nuestro encuentro junto a la valla. Me siento un poco mareada cuando se acerca. El jardín parece más luminoso que antes. -Ésta es mi amiga Zoey.
Él la saluda inclinando la cabeza.
– ¡ He oído hablar mucho de ti! -exclama ella. Y suelta un suspiro para parecer pequeña e indefensa. Todos los chicos que he conocido pensaban que Zoey estaba buenísima.
– ¿Eso es cierto?
– ¡Oh, sí! ¡Tessa no para de hablar de ti!
Le lanzo una rápida mirada para que calle, pero ella la rehúye y agita la melena.
– ¿Las tienes? -le pregunto a Adam, tratando de desviar su atención de Zoey.
Él mete la mano en el bolsillo de la cazadora, saca una bolsita de plástico y me la da. Dentro hay unas setas pequeñas y oscuras. No parece que hayan crecido del todo, como si aún no estuvieran preparadas para el mundo.
– ¿De dónde las has sacado?
– Las he cogido.
Zoey me arrebata la bolsa y la observa.
– ¿Cómo sabemos que se pueden comer? ¡Podrían ser hongos venenosos!
– No lo son -contesta él.
Zoey frunce el entrecejo y se las devuelve.
– Creo que vamos a pasar. El éxtasis será mejor. -Me mira-. ¿Tú qué opinas?
– Creo que deberíamos probarlas. -Claro que yo no tengo nada que perder.
Adam sonríe.
– Bien. Venid y prepararé una infusión.
Su cocina está tan limpia que parece sacada de una serie de televisión; ni siquiera hay cacharros fregados en el escurridor. Es extraño verlo todo al revés que en nuestra casa, no sólo porque la cocina resplandece, sino por el silencio y la pulcritud general.
Adam retira una silla de la mesa para que me siente.
– ¿Está tu madre? -pregunto.
– Está durmiendo.
– ¿Se encuentra mal?
– No, sólo duerme.
Va hacia el hervidor y lo enciende, saca unas tazas del armario y las coloca al lado.
Zoey hace una mueca a su espalda y me sonríe mientras se quita el abrigo.
– Esta casa es idéntica a la tuya. Sólo que al revés.
– Siéntate -le digo.
Ella toma la bolsa y olisquea las setas.
– ¡Puaj! ¿Seguro que no son malas?
Adam las coge, las echa todas en la tetera y las llena de agua hirviendo. Zoey lo sigue para mirar por encima de su hombro.
– No parece que haya suficiente. ¿De verdad sabes lo que estás haciendo?
– Yo no voy a tomar -contesta-. Iremos a alguna parte cuando os hagan efecto. Yo cuidaré de vosotras.
Zoey me mira y pone los ojos en blanco, como si fuera la cosa más patética que ha oído en su vida.
– No es la primera vez que tomo drogas-replica-.
Te aseguro que no necesitamos niñera.
Yo contemplo la espalda de Adam mientras remueve el contenido de la tetera. El tintineo de la cuchara me recuerda la hora de acostarse, cuando papá prepara chocolate para Cal y para mí; los dos mueven la cuchara con la misma meticulosidad.
– No te rías si hacemos alguna tontería -le digo.
Él me sonríe por encima del hombro.
– No vais a hacer ninguna.
– A lo mejor sí -tercia Zoey-. Tú no nos conoces. Podríamos volvernos completamente locas. Tessa es capaz de cualquier cosa ahora que tiene su lista de prioridades.
– ¿Eso es verdad?
– ¡Calla, Zoey!
Ella vuelve a sentarse a la mesa.
– Perdón -dice, pero no parece en absoluto arrepentida.
Adam trae las tazas y las deposita delante de nosotras. Envueltas en vapor, despiden un olor repugnante, a cartón y ortigas mojadas.
Zoey se inclina y olisquea su tasa.
– ¡ Parece jugo de carne!
Adam se sienta a su lado.
– Es así. Confía en mí. Le ha puesto un trozo de canela para endulzarlo.
Zoey vuelve a mirarme poniendo los ojos en blanco.
Toma un sorbo con cautela y lo traga con una mueca.
– Todo -dice Adam-. Cuanto antes te lo bebas, antes te subirá.
No sé qué ocurrirá luego, pero él está muy tranquilo, y parece contagioso. Su voz es lo único claro en todo esto.
– Bebéoslo -insiste.
Así que nos tomamos esta porquería, sentadas en la cocina de mi vecino, mientras él nos observa. Zoey se tapa la nariz y bebe con asco a grandes tragos. Yo me limito a sorberlo. En realidad da igual lo que coma o beba, porque ya nada me sabe bien.
Seguimos sentados un rato, hablando de tonterías. La verdad es que no consigo concentrarme. Estoy esperando a que ocurra algo, a que cambie algo. Adam explica que las setas buenas se distinguen por los sombreros en punta y los pies largos y finos. Dice que crecen arracimadas, pero sólo a finales del verano y en otoño. Nos cuenta que son legales, que se pueden comprar secas en algunas tiendas. Luego, como no sucede nada, nos prepara un té normal. En realidad no me apetece, sólo pongo las manos alrededor de la taza para sentir el calor. Hace mucho frío en esta cocina, más frío que en el exterior. Pienso en pedirle a Zoey que vaya a mi casa a buscarme el abierto, pero cuando intento hablar, se me cierra la garganta, como si unas pequeñas manos interiores me estrangularan.
– ¿Hace daño en el cuello? -pregunto.