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– Es sábado por la noche, Tess. ¿Sabes lo que significa?

– Por supuesto que lo sé.

Hacía horas que no estaba en posición vertical. Me siento un poco extraña, como vacía y etérea. En ropa interior, Zoey me ayuda a ponerme el vestido rojo. Huele a ella. La tela es suave y se me pega al cuerpo.

– ¿Quieres que lleve esto?

A veces es agradable sentirse como otra persona.

– ¿Cómo tú?

Se lo que piensa.

– Quizá. Tal vez alguien como yo.

Cuando me miro en el espejo, es alucinante lo distinta que me veo: con grandes ojos y peligrosa. Resulta excitante, como si cualquier cosa fuera posible. Incluso el pelo tiene buena pinta, espectacularmente corto, en lugar, simplemente, de estar creciendo de nuevo. Nos miramos, la una al lado de la otra, y luego Zoey me aparta del espejo y me lleva a sentarme en la cama. Coge la cesta de maquillaje que tengo en el tocador y se sienta junto a mí. Me concentro en su cara mientras se unta el dedo con la base y me da unos golpecitos en la mejilla. Ella tiene un pelo muy rubio y una piel muy blanca, y el acné hace que parezca un poco salvaje. Yo jamás he tenido un solo grano. Es pura suerte.

Zoey me perfila los labios y los pinta. Coge el rímel y me dice que la mira. Intento imaginar cómo sería ser ella. Es algo que hago a menudo, pero jamás lo consigo de verdad. Cuando me invita a ponerme de pie y mirarme en el espejo, resplandezco un poco. Un poco como ella.

– ¿Adónde quieres ir? – pregunta

Hay un montón de sitios. El pub. Una fiesta. Quiero una sala grande y oscura en la que apenas pueda moverme, con cuerpos estrujados unos con otros. Quiero oír mil canciones a todo volumen. Quiero bailar tan deprisa que mi pelo se estire hasta pisármelo. Quiero que mi voz resuene más fuerte que el bajo. Quiero pasar tanto calor que tenga que masticar hielo.

– Vamos a bailar. Vamos a buscar chicos para acostarnos con ellos.

– De acuerdo. – Zoey coge su bolso y abandonamos la habitación.

Papá sale del salón y sube las escaleras hasta la mitad. Finge que va al cuarto de baño y actúa como si le sorprendiera vernos.

– ¡Te has levantado! -exclama-. ¡Es un milagro! -E inclina la cabeza ante Zoey con reticente respeto-. ¿Cómo lo has logrado?

Ella sonríe al suelo.

– Sólo necesitaba un pequeño estímulo.

– ¿Cuál?

Me apoyo en una cadera y lo miro a los ojos.

– Zoey va a llevarme a bailar pole dance a un local de ésos.

– Muy graciosa.

– No, en serio.

Papá sacude la cabeza y se acaricia el estómago. Siento lástima por él, porque no sabe qué hacer.

– Vale -digo-. Vamos a una discoteca.

Él mira el reloj como si fuera a decirle algo.

– Yo cuidaré de ella -asegura Zoey. Suena tan cariñosa y sincera que casi le creo.

– No. Tess necesita descansar. En una discoteca habrá demasiado humo y ruido.

– Si necesita descansar, ¿por qué me ha telefoneado?

– Quería que hablaras con ella, no que te la llevaras.

– No se preocupe. -Ríe-. La traeré de vuelta.

Noto que mi felicidad empieza esfumarse porque sé que papá tiene razón. Si voy a una discoteca, luego tendré que pasarme una semana durmiendo. Cuando gasto demasiadas energías, después siempre pago las consecuencias.

– Vale -digo-. No importa.

Zoey me coge del brazo y tira de mí escaleras abajo.

– Tengo el coche de mi madre. La traeré antes de las tres.

Mi padre dice que no, que es demasiado tarde; le pide que me devuelva antes de medianoche. Lo repite varias veces mientras Zoey saca mi abrigo del armario del recibidor. Cuando salimos a la calle, le digo adiós a mi papá, pero él no me responde. Zoey cierra la puerta.

– A las doce está bien -le digo.

Ella se gira hacia mí en el escalón.

– Escúchame, si quieres hacer las cosas como es debido, tendrás que aprender a saltarte las normas.

– Pero es que no me importa volver a las doce, de verdad. Además, si no papá de preocupará.

– Pues que se preocupe, qué más da. ¡Para alguien como tú no hay consecuencias! Nunca se me había ocurrido verlo de ese modo.

Capítulo 3

Por supuesto, fuimos a la discoteca. Nunca hay chicas suficientes un sábado por la noche y Zoey tiene un cuerpo estupendo. Los gorilas de la puerta babean al verla y nos indican que nos acerquemos al principio de la cola. Ella les dedica unos pasos de baile cuando entramos, y sus ojos nos siguen a través del vestíbulo hasta el guardarropa.

– ¡Que pasen una noche estupenda, señoras! -nos gritan.

– No tenemos que pagar. Somos las jefas.

Después de dejar los abrigos en el guardarropa, vamos a la barra y pedimos dos CocaColas. Zoey añade ron a la suya de la petaca que lleva en el bolso. Dice que todos sus compañeros de facultad lo hacen, porque así las copas les salen más baratas. Yo me atendré a la prohibición de beber, porque me recuerda a la radioterapia. En una ocasión, entre una sesión y otra, me emborraché con una mezcla de bebidas que saqué del armario de los licores de papá, y ahora las dos cosas están asociadas en mi cabeza: el alcohol y el sabor de una irradiación corporal total.

Nos apoyamos en la barra para echar un vistazo al local. Está repleto, y en la pista de baile sobran los cuerpos. Las luces persiguen torsos, culos, el techo.

– Por cierto, llevo condones -dice Zoey-. Están en mi bolso, si los necesitas. -Me toca la mano-. ¿Te encuentras bien?

– Sí.

– ¿No te estás asustando?

– No.

Una vertiginosa sala repleta de gente un sábado por la noche es exactamente lo que quería. He empezado mi lista de cosas y Zoey me está ayudando. Esta noche voy a tachar la número uno: sexo. Y no voy a morir hasta tachar las diez.

– Mira -dice Zoey- ¿Qué te parece ése? -señala a un chico. Baila bien, moviéndose con los ojos cerrados, como si fuera la única persona en la pista, como si no necesitara nada más que la música-. Viene todos los fines de semana. No sé cómo se lo monta para fumar porros aquí sin que lo echen. Está bueno, ¿eh?

– No quiero un drogata.

Ella me mira ceñuda.

– ¿De qué coño estás hablando?

– Si está colgado, no me recordará. Y tampoco quiero ningún borracho.

Zoey deja su bebida sobre la barra con un golpe.

– Espero que no estés pensando en enamorarte. No me digas que está en tu lista.

– No, en realidad no.

– Bien, porque detesto recordarte que no tienes tiempo para eso. ¡Ahora, venga, empecemos de una vez!

Me arrastra hacia la pista. Nos acercamos al fumeta para que se fije en nosotras y nos ponemos a bailar.

Y es guay. Es como pertenecer a una tribu, con todos moviéndonos y respirando al mismo ritmo. La gente se mira, examinándose unos a otros. Nadie puede evitarlo.

Estar aquí, un sábado por la noche, bailando y atrayendo las miradas de un chico con el vestido de Zoey… Algunas chicas nunca viven algo así. Ni siquiera esto.

Sé lo que ocurrirá después porque he tenido mucho tiempo para leer y conozco los pasos. El fumeta se acercará más para vernos bien. Zoey no lo mirará, pero yo sí. Mantendré la mirada un segundo más y él se inclinará hacia mí y me preguntará mi nombre. "Tessa", le diré, y él lo repetirá: la dura T, la doble s silbante, la esperanzada a. Yo ladearé la cabeza para expresar que lo ha entendido bien, que me gusta lo dulce y nuevo que suena mi nombre en su boca. Entonces él extenderá las manos con las palmas hacia arriba, como diciendo: "Me rindo, ¿qué puedo hacer con tanta belleza?" Yo sonreiré tímidamente y miraré al suelo. Eso le indicará que puede abordarme, que no voy a morderlo, que conozco el juego. Me rodeará con sus brazos y luego bailaremos juntos, con mi cabeza sobre su pecho, escuchando su corazón, el corazón de un desconocido.

Pero no es eso lo que ocurre. He olvidado tres cosas. He olvidado que los libros no son reales. También que no tengo tiempo para coquetear. Zoey sí lo recuerda. Ella es la tercera cosa que he olvidado. Y actúa.