Zoey se mueve en la silla.
– ¿Tienes frío? -pregunta.
– No.
– ¿No podríamos ir ya y robar un banco, o lo que sea que tengamos que hacer?
– ¿Me enseñarás a conducir?
– ¿No puedes pedírselo a tu padre?
– Ya lo he hecho, pero como si no.
– ¡Tardaríamos un siglo, Tessa! Seguramente ni siquiera me este permitido. Acabo de sacarme el carnet.
– ¿Desde cuándo te importa lo que está permitido o no?
– ¿Tenemos que hablar de eso ahora? Venga, vámonos.
Aparta la silla, pero yo aún no estoy preparada. Quiero ver esa nube negra que avanza hacia el sol. Quiero ver cómo el sol pasa del gris al negro. Se levantará viento y arrancará las hojas de los árboles. Correré detrás de ellas para cogerlas. Pediré cientos de deseos.
Tres mujeres que empujan cochecitos con niños vienen hacia nosotros desde el otro lado de la plaza.
– ¡Deprisa! -gritan. ¡Aquí, deprisa, antes de que se ponga a llover otra vez!
Tiemblan y ríen cuando pasan rozándonos para ocupar una mesa vacía.
– ¿Qué pedimos? ¿Qué tomamos? -exclaman.
Forman el mismo alboroto que los estorninos.
Zoey se despereza y las mira parpadeando como su se preguntará de dónde han salido. Ellas arman un gran revuelo para quitarse los abrigos, colocar los niños en las tronas, sonarse la nariz con pañuelos de papel y pedir zumos y plumcake.
– Mi madre me traía a esta cafetería cuando estaba embarazada de Cal -le cuento a Zoey-. Era adicta a los batidos. Veníamos a diario, hasta que se puso tan gorda que ya no podía sentarme en su regazo y para ver la tele tenía que hacerlo a su lado en un taburete.
– ¡Oh, Dios mío! -gruñe-. ¡Estar contigo es como vivir una película de terror!
La miro bien por primera vez. No ha hecho el menor esfuerzo; lleva unos pantalones de chándal informes y una sudadera. No creo que la haya visto sin maquillaje hasta hoy. Se le notan mucho las espinillas.
– ¿Te encuentras bien, Zoey?
– Tengo frío.
– ¿Creías que hoy había mercado? ¿Esperabas ver a Scott?
– ¡No!
– Bien, porque no tienes muy buen aspecto.
Ella me fulmina con la mirada.
– Robar en una tienda -dice-. Venga, acabemos con esto de una vez.
Capítulo 18
Morrisons es el supermercado del centro comercial. Pronto será la hora de salir de los colegios y estará lleno.
– Coge una cesta -dice Zoey-. Y ten cuidado con los vigilantes.
– ¿Qué pinta tienen?
– ¡De estar trabajando!
Camino despacio, saboreando los detalles. Hacía años que no entraba en un supermercado. En la charcutería tienen unos platitos encima del mostrador. Cojo dos trozos de queso y una aceituna y me doy cuenta de que estoy famélica, así que me apodero de un puñado de cerezas de la sección de frutería. Voy comiéndolas mientras camino.
– ¿Cómo es posible que comas tanto? -refunfuña Zoey-. Me dan ganas de vomitar con sólo mirarte. -Me indica que eche en la cesta cosas que no quiera, cosas normales como sopa de tomate y galletas de nata-. Y en la chaqueta te metes las cosas que sí quieres.
– ¿Como qué?
– ¡Y yo qué coño sé! -exclama exasperada-. Esto está lleno de cosas. Elige.
Elijo un frasquito de pintauñas rojo vampiro. Aún llevo la chaqueta de Adam. Tiene montones de bolsillos. Me lo meto en uno fácilmente.
– ¡Estupendo! -aprueba Zoey-. Has infringido la ley. ¿Podemos irnos ya?
– ¿Y esto es todo?
– Técnicamente sí.
– ¡Esto no es nada! Habría sido más emocionante salir corriendo de la cafetería sin pagar.
Ella suspira y mira su móvil
– Cinco minutos más. -Habla con el mismo tono que mi padre.
– ¿Y tú qué? ¿Te vas a quedar mirando?
– Yo vigilo.
La dependienta de la sección de farmacia está hablando sobre toses de pecho con un cliente. No creo que vaya a echar en falta este tubo de crema hidratante para el cuerpo, o este pequeño tarro de créme de corps nutritif. En la cesta meto unas galletas de centeno. Al bolsillo va una crema hidratante para la cara. Bolsas de té a la cesta. Tratamiento para la piel sedosa al bolsillo. Es como coger fresas.
– ¡Esto se me da bien! -le digo a Zoey.
– ¡Estupendo!
Ni siquiera me escucha. Menuda vigilancia la suya. Anda toqueteando por el mostrador de farmacia.
– A la sección de chocolates -anuncio.
Pero ella no me responde, así que la dejo a su aire.
Esto no es Bélgica precisamente, pero la sección de confitería tiene cajitas de trufas con bonitas cintas de colores. Sólo valen una libra con noventa y nueve, así que birlo un par y me las meto en el bolsillo. La chupa de motorista es fantástica para robar. No sé si Adam habrá reparado en ello.
Al llegar al final del pasillo, junto a los congelados, tengo los bolsillos repletos. Mientras estoy parada preguntándome cuanto tardarían en deshacerse las tarrinas de helado en la chaqueta, pasan por mi lado dos chicas que iban conmigo a clase. Se detienen al verme, se inclinan la una a la otra y cuchichean. Estoy a punto de mandarle un mensaje a Zoey para que venga a ayudarme cuando ellas me abordan.
– Eres Tessa Scott, ¿verdad? -pregunta la rubia.
– Sí.
– ¿Te acuerdas de nosotras? Somos Fiona y Beth. -Lo dice como si sólo pudieran ir en pareja-. Dejaste el instituto en el último curso, ¿verdad?
– En el penúltimo.
Las dos me miran expectantes. ¿No se dan cuenta de que son de otro planeta -uno que gira a mucha menos velocidad que el mío- y de que no tengo nada que decirles?
– ¿Qué tal te va? -inquiere Fiona, y Beth asiente, como si estuviera totalmente de acuerdo con la pregunta-. ¿Aún sigues con todos aquellos tratamientos?
– Ya no.
– Entonces, ¿estás mejor?
– No.
Observo su reacción al comprender. Empieza en sus ojos y se extiende por las mejillas hasta la boca. Es tan predecible…No harán más preguntas, porque ya no quedan preguntas corteses. Quiero decirles que ya se pueden marchar, pero no sé cómo.
– He venido con Zoey -digo, porque el silencio se prolonga demasiado-. Zoey Walker. Iba en un curso por delante de nosotros.
– ¿En serio? -Fiona le da un codazo a su amiga-. Qué curioso. Es la chica de la que te estaba hablando.
Beth se anima, aliviada al ver que se ha restablecido la comunicación normal.
– ¿Te está ayudando a comprar? -Parece que hable con una niña de cuatro años -No exactamente.
– ¡Eh, mira! -exclama Fiona-. Ahí está. ¿Te acuerdas de ella?
– ¡Ah, sí! -responde Beth, asintiendo.
Empiezo a desear no haber abierto la boca. Tengo un terrible presentimiento, pero es demasiado tarde.
– ¿Qué hacéis aquí?
– Hablar con Tessa.
– ¿De qué?
– De cosas.
Zoey me mira con suspicacia.
– ¿Nos vamos ya?
– Sí.
– Antes de irnos…-Fiona toca la manga de Zoey-. ¿Es cierto que sales con Scott Redmond?
Zoey vacila.
– ¿Y a ti qué te importa? ¿Lo conoces?
Fiona suelta un bufido, un sonido leve que le sale por la nariz.
– Todo el mundo lo conoce. -Mira a Beth poniendo los ojos en blanco-. Y con eso quiero decir todo el mundo.
Beth se echa a reír.
– Sí, salió con mi hermana una media hora más o menos.
Zoey echa chispas por los ojos.
– ¿Eso es verdad?
– Escuchad -intervengo-. Todo esto es muy interesante, pero yo tengo que irme. He de recoger las invitaciones para mi funeral.
Con eso les cierro la boca de golpe. Fiona me mira con asombro.
– ¿En serio?
– Sí. -Cojo a Zoey del brazo-. Es una pena que yo no pueda asistir; me gustan las fiestas. ¡Mandadme un SMS si se os ocurre algún himno bonito!