Pero no me lo pregunto muy a menudo.
Mamá se mueve incómoda en la silla.
– Tessa, ¿estás pensando en matar a alguien?
Su tono es desenfadado, pero creo que quizá habla en serio.
– ¡Por supuesto que no!
– Bien. -Su alivio parece auténtico-. Entonces, ¿qué sigue ahora en tu lista?
Me sorprende.
– ¿De verdad quieres saberlo?
– Sí.
– Vale. La fama.
Ella sacude la cabeza con aire consternado, pero Cal, que ha venido en busca de otro cohete, encuentra la idea divertidísima.
– Prueba cuántas pajitas puedes meterte en la boca -sugiere-. El récord mundial está en doscientas cincuenta y ocho.
– Lo pensaré.
– O podrías tatuarte todo el cuerpo como si fueras un leopardo. O podríamos empujarte por la autopista subida a la cama del hospital.
Mamá lo mira con expresión pensativa.
– Cascada de veintiún cohetes -anuncia.
Los contamos. Se elevan velozmente con un suave silbido, estallan en racimos de estrellas y luego bajan lentamente. Me pregunto si mañana la hierba estará manchada de amarillo sulfuroso, bermellón y aguamarina.
A continuación, un cometa para controlar el ansia de acción de Cal. Papá lo enciende, y el cometa pasa zumbando por encima del tejado dejando una estela brillante.
Mamá ha comprado bombas de humo. Cuestan tres libras con cincuenta cada una y Cal se queda muy impresionado. Le grita el precio a papá.
– Más dinero que sentido común -replica él.
Mamá le muestra el dedo corazón, y él suelta una calida carcajada que la hace estremecer.
– Me han dado dos por el precio de una -me explica ella-. Es una de las ventajas de que estés enferma y que tengamos que celebrar la noche de la hoguera en diciembre.
Las bombas inundan el jardín de humo verde. Montones de humo. Es como si estuvieran a punto de aparecer los duendes. Cal y papá vienen corriendo desde el fondo del jardín riendo y resoplando.
– ¡Cuánto humo! ¡Qué barbaridad! -exclama papá-. ¡Es como estar en Beirut!
Mamá sonríe y le da una girándula.
– Ahora esto; es mi preferido.
Papá coge un martillo, y mamá se levanta y sujeta el poste de la valla mientras él clava la girándula. Ríen.
– No me des en los dedos -le advierte ella con un codazo.
– ¡Te daré si vuelves a hacer eso!
Cal se sienta en la silla de mamá y abre un paquete de bengalas.
– Apuesto a que me haré famoso antes que tú.
– Apuesto a que no.
– Voy a ser la persona más joven en entrar en el Magic Circle.
– ¿No tienen que invitarte a entrar?
– ¡Y me invitarán! Tengo talento. ¿Qué sabes hacer tú? Ni siquiera sabes cantar.
– ¡Eh! -dice papá-. ¿Qué ocurre aquí?
Mamá suspira
– Nuestros hijos quieren ser famosos.
– ¿Ah,sí?
– La fama es el siguiente punto en la lista de Tessa.
Por su cara, veo que papá no se lo esperaba. Se gira hacia mí con el martillo colgando a un costado.
– ¿La fama?
– Sí.
– ¿Y cómo lo lograrás?
– Aún no lo he decidido.
– Pensaba que lo de la lista ya se había acabado
– Aún no.
– Pensaba que después de lo del coche, de todo lo ocurrido.
– No papá, todavía no he terminado.
Antes creía que papá podía hacer cualquier cosa, que podía salvarme de cualquier cosa. Pero no puede, sólo es un hombre. Mamá lo rodea con un brazo y él se inclina hacia ella.
Lo miro. Mi madre. Mi padre. El rostro de él queda en sombras; el contorno de su cabeza, iluminado. Me quedo inmóvil. A mi lado, Cal también se ha quedado quieto. -¡Uau! -susurra
Me emociono más de lo que habría imaginado.
En la cocina, me aclaro la boca en el fregadero y escupo el agua. El agua escupida tiene un aspecto viscoso, se mueve tan despacio hacia el desagüe que he abrir el grifo para que corra. El fregadero está frío al contacto con la piel.
Apago la luz y observo a mi familia por la ventana. Están juntos en la hierba, escogiendo los últimos fuegos artificiales. Papá se encarga de encenderlos. Eligen uno, cierran la caja y se alejan por el jardín.
Tal vez esté muerta. Tal vez todo será así. Los vivos seguirán en su mundo, haciendo cosas, caminando. Y yo seguiré en este mundo vacío, dando golpecitos en el cristal que nos separa, sin que me oigan.
Salgo al porche y me siento en el escalón. Se oyen ruidos en la maleza, como si algún animal nocturno tratara de ocultarse, pero no me da miedo, no me muevo siquiera. Cuando mis ojos se adaptan, veo la valla y los arbustos que la flanquean. Veo la calle al otro lado de la cancela con toda claridad, el haz de las farolas sobre la acera, iluminando los coches de de otras personas, reflejándose en las ventanas oscuras de otras personas.
Huelo a cebollas. Kebabs. Si mi vida fuera diferente, habría salido con Zoey. Habríamos comprado patatas frías. Estaríamos en alguna esquina, lamiéndonos los dedos salados, esperando a que se presentara la acción. Pero en lugar de eso estoy aquí. Muerta en el escalón de mi casa.
Oigo a Adam antes de verlo, el rugido de su moto. Cuando se acerca, el ruido hace vibrar el aire y los árboles oscilan. Se detiene frente a la cancela de su jardín, apaga el motor y las luces. El silencio y la oscuridad descienden de nuevo. Se quita el casco, lo cuelga del manillar y empuja la moto por el sendero de acceso a su casa.
Sobre todo creo en el caos. Si los deseos se hicieran realidad, los huesos no me dolerían como si estuvieran inflamados. No tendría ante los ojos una neblina que no se disipa.
Pero viendo a Adam en el sendero, siento que me hallo ante una elección. Tal vez el universo sea aleatorio, tal vez puedo hacer que ocurra algo distinto.
Paso por encima del murete que separa nuestros jardines. Adam está poniéndole el candado a la moto en el lateral de su casa. No me ve. Me acerco por detrás. Me siento un poderosa y segura de mi misma.
– Hola.
Se gira sobresaltado.
– ¡Joder, que susto! ¡Pensé que eras un fantasma!
Desprende un olor fresco, como un animal surgido de la noche. Doy un paso hacia él.
– ¿Qué haces? -pregunta.
– Dijiste que podíamos ser amigos.
Parece desconcertado.
– Si, claro.
– No quiero que seamos amigos.
En el espacio que nos separa sólo hay oscuridad. Doy otro paso y quedamos tan cerca que compartimos el aliento. El mismo. Lo respiramos.
– Tessa.
Sé que es una advertencia, pero me da igual.
– ¿Qué es lo peor que puede ocurrir?
– Dolerá -contesta.
– Ya duele.
Asiente con la cabeza muy despacio. Y es como si hubiera un agujero en el tiempo, como si todo se detuviera y este momento en que nos miramos tan de cerca se extendiese entre los dos. Cuando Adam se inclina hacia mí, siento un extraño calor. Olvido que mi cerebro está lleno de todos los rostros tristes de todas las ventanas por las que he pasado alguna vez. Cuando se inclina hacia mí sólo siento el calor de su aliento en mi piel. Nos besamos dulcemente, apenas rozándonos, como si no estuviéramos seguros. Sólo nuestros labios se tocan.
Nos apartamos para mirarnos a los ojos. ¿Qué palabras hay para la mirada que intercambiamos? Las cosas nocturnas se congregan alrededor para observarnos. Las cosas perdidas y vueltas a encontrar.
– No creo que esté bien, Tess.
– No pasa nada. No me voy a romper.
Y para demostrárselo, lo empujo contra la pared y lo sujeto. Y esta vez no tiene nada que ver con la ternura. Le meto la lengua en la boca, busco, encuentro la suya. Sus brazos cálidos me envuelven. Su mano me aferra la nuca, derritiéndome. Mi mano se desliza por su espalda. Me aprieto contra él, pero no es suficiente. Quiero meterme dentro de él. Vivir en él. Ser él. Es todo lengua y deseo. Lo lamo, le mordisqueo los labios.