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– Las unidades oncológicas para adolescentes escasean en los hospitales -se apresura a exponer papá-. Si consiguiéramos que la gente fuese consciente de esa situación, nos daríamos por satisfechos.

La luz roja se vuelve verde.

– ¡Ahí está! -exclama la productora, y nos abre la puerta-. Tessa Scott y su padre -anuncia. Suena como si fuéramos los invitados a una cena, como si hubiéramos ido a un baile. Pero Richard Green no es un príncipe. Se incorpora a medias en la silla para tendernos su gruesa mano, que tiene sudada; es como si necesitara enjugársela. Resuella al sentarse otra vez. Apesta a tabaco. Revuelve los papeles.

– Siéntense. Primero los presentaré y luego entraremos directamente en materia.

Yo veía a Richard Green cuando presentaba las noticias locales del mediodía. A una de las enfermeras del hospital le gustaba. Ahora sé por qué le relegaron a la radio.

– Bien -prosigue-. Vamos allá. Procuren ser naturales. Será todo muy informal. -Se gira hacia el micrófono.- Y ahora nos sentimos muy honrados de tener como invitada en el estudio a una jovencita muy valiente: Tessa Scott.

El corazón me late deprisa cuando pronuncia mi nombre. ¿Me estará escuchando Adam? ¿O Zoey? Tal vez Zoey esté tumbada en la cama con la radio encendida. Con náuseas. Medio dormida.

– Tessa lleva cuatro años conviviendo con la leucemia y hoy ha venido aquí acompañada de su padre para hablarnos de su experiencia.

Papá se inclina hacia delante y Richard, reconociendo tal vez su disposición a hablar, le formula la primera pregunta.

– Háblenos de cuando se enteró de que Tessa estaba enferma.

A papá le encanta. Habla de aquella especie de gripe que me duró semanas y de la que parecía incapaz de recuperarme. Explica que el médico de cabecera no supo ver la verdadera causa porque la leucemia es muy poco frecuente. Nos dimos cuenta de que Tessa tenía moretones. Eran pequeños derrames en la espalda provocados por una disminución de las plaquetas.

Papá es un héroe. Explica que renunció a su trabajo como asesor financiero, y que nuestra vida se abocó a tratamientos y hospitales.

– El cáncer no es una enfermedad localizada, sino de todo el cuerpo. Cuando Tess tomó la decisión de abandonar los tratamientos más agresivos, abordamos un planteamiento holístico en casa. Sigue una dieta especial. Es bastante cara, pero creo firmemente que no es la comida de tu vida lo que da salud, sino la vida de tu comida lo que realmente importa.

Me deja de piedra. ¿Es que quiere que la gente llame a la radio ofreciendo dinero para verduras orgánicas?

Richard se gira hacia mí con expresión seria.

– ¿Decidiste abandonar el tratamiento, Tessa? Parece una decisión muy difícil de tomar a los dieciséis años.

Noto la garganta seca.

– No es para tanto.

Él asiente como esperando que continúe. Lanzo una mirada a papá, que me guiña un ojo.

– La quimio te prolonga la vida, pero hace que te encuentres mal. Yo estaba recibiendo una terapia muy fuerte. Sabía que si la dejaba podría hacer más cosas.

– Tu padre dice que quieres ser famosa. Por eso querías venir hoy a la radio, ¿no? ¿Para conseguir tus quince minutos de fama?

Tal como lo dice, parezco una de esas pobres chicas que ponen un anuncio en el periódico porque desean ser damas de honor en una boda, pero no conocen a nadie que vaya a casarse. Parezco una auténtica gilipollas.

Respiro hondo.

– Tengo una lista de cosas que quiero hacer antes de morir. Ser famosa es una de ellas.

A Richard se le iluminan los ojos. Es periodista y reconoce una buena historia.

– Tu padre no me había comentado nada de esa lista.

– Porque la mayoría de cosas son ilegales.

Prácticamente se estaba durmiendo mientras hablaba papá, pero ahora está sentado en el borde de la silla.

– ¿En serio? ¿Cómo qué?

– Bueno, cogí el coche de mi padre y me fui a pasar el día fuera sin tener carnet de conducir.

– ¡Jo, jo! -ríe entre dientes-. ¡Acaba de perder todas sus bonificaciones, señor Scott! -Le da un pequeño codazo para darle a entender que es una broma, pero papá está apabullado.

Me siento culpable y tengo que apartar la vista de él.

– Un día dije que sí a todo lo que me sugerían.

– ¿Y qué pasó?

– Acabé metida en un río.

– Hay un anuncio parecido en la televisión. ¿Sacaste la idea de ahí?

– No.

– Y el otro día estuvo apunto de partirse la crisma yendo de paquete en una motocicleta -tercia papá. Quiere que volvamos a terreno seguro. Pero esto ha sido idea suya y ahora no puede escabullirse.

– Casi me detienen por robar en un supermercado. Quería infringir tantas leyes como pudiera en un día.

Ahora Richard parece un poco tenso.

– Luego estaba el sexo.

– Ah.

– Y las drogas…

– ¡Y el rock and roll! -exclama Richard alegremente-. He oído decir que cuando a uno le diagnostican una enfermedad terminal, suele verlo como una oportunidad de poner su vida en orden, de completar asuntos pendientes. Creo que estarán ustedes de acuerdo, estimados oyentes, en que tenemos aquí a una joven que ha decidido coger su vida por los cuernos.

Nos despide con prisas. Creo que papá va a echarme la bronca, pero no lo hace. Subimos lentamente por las escaleras. Me siento exhausta.

– A lo mejor llama gente para dar dinero -dice-. Ya ha ocurrido otras veces. La gente querrá ayudarte.

Mi obra favorita de Shakespeare es Macbeth. Cuando mata al rey, se producen extraños sucesos en el reino. Las lechuzas chillan. Las cigarras lloran. No hay suficiente agua en el océano para limpiar toda la sangre.

– Si consiguiéramos recaudar dinero suficiente, podríamos llevarte a ese centro de investigación de Estados Unidos.

– El dinero no sirve, papá.

– ¡Sí! No podemos pagarlo sin ayuda, y allí han tenido algunos éxitos con su programa de fortalecimiento del sistema inmunitario.

Me agarro a la barandilla. Es de plástico, lisa y reluciente.

– Quiero que lo dejes, papá.

– ¿Qué deje qué?

– Que dejes de fingir que voy a recuperarme.

Capítulo 26

Papá pasa el plumero por la mesita, por la repisa de la chimenea y luego por el alféizar de las cuatro ventanas. Abre más las cortinas y enciende las dos lámparas. Es como si intentara ahuyentar la oscuridad.

Sentada a mi lado en el sofá, mamá tiene una expresión de sorpresa.

– Lo había olvidado -le dice a papá.

– ¿El qué?

– Cómo te dejas llevar por el pánico.

Él le lanza una mirada de suspicacia.

– ¿Eso es un insulto?

Mamá le quita el plumero y le da la copa de jerez que no ha dejado de llenar una y otra vez desde el desayuno.

– Toma. Te llevo mucha delantera.

Creo que ya despertó borracha. Lo que es seguro es que despertó en la cama con papá. Cal me sacó de mi habitación para que lo viera.

– Número siete -le dije.

– ¿Qué?

– De mi lista. Iba a viajar por el mundo, pero lo he cambiado por volver a juntar a mamá y papá. Él me sonríe como si todo fuera cosa mía, cuando en realidad lo hicieron ellos solitos. Miramos en los calcetines y abrimos los regalos sentados en el suelo de su dormitorio mientras ellos nos observaban con cara somnolienta. Era como estar en el túnel del tiempo.

Papá se acerca a la mesa del comedor para retocar los tenedores y servilletas. Ha decorado la mesa con sorpresas de Navidad y pequeños muñecos de nieve hechos de algodón. Ha doblado las servilletas en forma de azucena.

– Les dije a la una.

Cal gruñe detrás de su cómic.

– No sé por qué los invitaste. Son raros.

– Shhh -le hace callar mamá-. ¡El espíritu navideño!

– La estupidez navideña -murmura él, y se da la vuelta en la alfombra para mirarla con aire lastimero-. Ojalá estuviéramos nosotros solos.