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Vuelvo a tumbarme en la hierba para esquivar su mirada. El frío traspasa mis pantalones como si fuera agua.

Él se tumba a mi lado, justo a mi lado. Duele y duele tenerlo tan cerca. Me siento mareada.

– Eso es el cinturón de Orión -dice.

– ¿Qué es eso?

Señala un punto en el cielo.

– ¿Ves esas tres estrellas en línea? Son Mintaka, Alnilam y Alnitak. -Florecen en la punta de su dedo cuando las nombra.

– ¿Cómo lo sabes?

– Cuando era pequeño, mi padre me contaba historias sobre las constelaciones. Si enfocas con los prismáticos por debajo de Orión, verás una nube de gas gigante; ahí nacen todas las estrellas nuevas.

– ¿Estrellas nuevas? Creía que el universo se estaba muriendo.

– Depende de cómo lo mires. También se está expandiendo. -Se coloca de lado y se apoya en un codo-. Tú hermano me ha contado lo que hiciste para ser famosa.

– ¿Y te ha dicho que fue un completo desastre?

Ríe.

– No, pero ahora tendrás que contármelo.

Me gusta hacerlo reír. Tiene una boca bonita y me da la oportunidad para mirarlo. Así que le hablo de la ridícula situación en que me vi en la radio, ya la convierto en algo mucha más divertido de lo que fue en realidad. Soy una heroína, una anarquista de las ondas. Luego, como todo va tan bien, le cuento que cogí el coche de papá y llevé a Zoey al hotel. Tumbados en la hierba húmeda con el enorme firmamento sobre nuestra cabeza, le hablo del armario, de que mi nombre ha desaparecido de este mundo. Le confieso incluso mi costumbre de escribir en las paredes. Resulta fácil hablar en la oscuridad; no lo sabía.

Cuando termino, él dice:

– No debería preocuparte que te olviden, Tess. -Luego añade-. ¿Crees que nos echarán de menos si nos vamos a mi casa diez minutos?

Sonreímos los dos.

Flash. Flash. El letrero que llevo sobre la cabeza centella.

Cuando traspasamos la parte rota de la valla y recorremos el sendero que lleva a la parte trasera de su casa, su brazo rosa el mío. Apenas nos tocamos, pero es una sensación perturbadora.

Lo sigo al interior de la cocina.

– Sólo tardo un momento -dice-. Tengo un regalo para ti.

Sale al recibidor y sube las escaleras corriendo.

Lo añoro cuando se va. Cuando no está conmigo, me da la impresión de que me lo he inventado.

– ¿Adam? -Es la primera vez que lo llamo por su nombre. Suena extraño en mi voz, y poderoso, como si fuera a ocurrir algo si lo repito las suficiente veces. Salgo al recibidor y miro hacia lo alto de las escaleras-. ¿Adam?

– Estoy aquí. Sube si quieres.

Así que subo.

Su habitación es igual que la mía, pero al revés. Adam está sentado en la cama. Tiene un pequeño paquete plateado en la mano y parece levemente incómodo por la citación.

– Ni siquiera sé si te va a gustar -dice.

Me siento a su lado. Cuando dormimos por la noche, sólo una pared nos separa. Voy a hacer un boquete en el fondo de mi armario para abrir una entrada secreta a su mundo.

– Ten. Será mejor que lo abras.

Dentro del envoltorio hay una bolsa, dentro de la bolsa, una caja; dentro de la caja, una pulsera: siete piedras, cada una de un color, unidas por una cadena de plata.

– Sé que intentas no adquirir cosas nuevas, pero he pensado que a lo mejor te gustaba.

Es tan grande mi sorpresa que me quedo sin habla.

– ¿Te ayudo a ponértela?

Extiendo el brazo, y él me rodea la muñeca con la cadena y la cierra. Luego enlaza sus dedos con los míos. Nos miramos las manos, juntas en la cama. Unida a la suya y con la pulsera nueva en la muñeca, la mía parece distinta. Y las suyas son completamente nuevas para mí.

– ¿Tessa?

Ésta es su habitación. Sólo hay una pared entre mi cama y la suya. Tenemos las manos entrelazadas. Me ha regalado una pulsera.

– ¿Tessa? -repite.

Cuando lo miro, siento una leve ansiedad. Sus ojos verdes están llenos de sombras. Su boca es bonita. Se inclina hacia mí y lo sé. Lo sé.

No ha ocurrido aún, pero va a ocurrir.

El número ocho es el amor.

Capítulo 28

El corazón me late desacompasado.

– Puedo hacerlo yo.

– No -dice Adam-. Déjame a mí.

Cada hebilla es un objeto de atención absoluta; luego me quita las botas y las deja en el suelo una al lado de la otra.

Me agacho para sentarme a su lado en la alfombra. Le desato las zapatillas deportivas, le pongo los pies sobre mi regazo y se las quito. Le acaricio los tobillos, recorro sus pantorrillas con las manos por debajo de los pantalones. Lo estoy tocando. Estoy tocando el suave vello de sus piernas. Ignoraba que podía ser tan audaz.

Lo convertimos en un juego, como el strip poker, pero sin cartas ni dados. Le bajo la cremallera de la chaqueta y se la quieto por los hombros para que caiga al suelo. Él me desabrocha el abrigo y lo desliza hacia abajo. Encuentra una hoja del jardín en mi pelo. Jugueteo con sus espesos ricos morenos.

Nada parece trivial con él mirándome, así que actúo despacio con los botones de su camisa. Él último se condena en forma de planeta bajo nuestra mirada: blanco como la leche y perfectamente redondo.

Es asombroso que los dos sepamos lo que debemos hacer. Ni siquiera tengo que pensarlo. No es habilidad ni conocimiento. Es como si descubriéramos el camino juntos.

Levanto los brazos como una niña para que me quite el jersey. El pelo, mi nuevo pelo, se electriza y crepita en la oscuridad. Me hace reír. Siento como si mi cuerpo fuera fuerte y sano.

Sus dedos me rozan los pechos a través del sujetador, y él sabe, porque nos miramos, que me gusta. Me han tocado muchas personas, me han pinchado y hurgado, encaminado y operado. Pensaba que mi cuerpo se había vuelto insensible al tacto. Volvemos a besarnos. Durante varios minutos. Besos diminutos, en el que él me muerde el labio superior y yo recorro sus labios con la lengua. La habitación parece llena de fantasmas, de árboles, de cielo.

Los besos se tornan más profundos. Nos sumergimos el uno en el otro. Es como la primera vez que nos besamos: con apremio, con vehemencia.

– Te deseo -dice.

Y yo le deseo a él.

Quiero enseñarle en enseñarle mis pechos. Quiero desabrocharme el sujetador y dejarlos libres. Tiro de él hacia la cama sin dejar de besarnos: la garganta, el cuello, la boca. La habitación parece llena de humo, como si algo ardiera entre nosotros.

Me tumbo en la cama y sacudo las caderas. Quiero quitarme los tejanos. Quiero exhibirme ante él, quiero que me vea.

– ¿Estás segura de esto?

– Del todo.

Es sencillo.

Adam me desabrocha los tejanos. Yo le desabrocho el cinturón con una mano, como en un truco de magia. Paso el dedo por su ombligo, empujando los bóxers con el pulgar.

El tacto de su piel contra la mía, su peso sobre mí, su calor; no sabía que sería así. No comprendía que, cuando se hace el amor, se hace realmente. Despierta cosas. Afecta a los dos. Se me escapa un suspiro deslumbrado. Él inspira con un leve gemido.

Se mano se desliza bajo mi cadera, la busco con la mía, nuestros dedos se juntan. No estoy segura de a quién pertenece cada mano.

Soy Tessa.

Soy Adam.

Es absolutamente hermoso fusionarse con otra persona.

El tacto de nuestra piel en los dedos. Nuestro sabor en la boca.

todo el rato nos miramos a los ojos, muy atentos, como en la música, como en la danza.

Crece un ansia entre ambos, cambiando, aumentando. Lo deseo. Lo deseo más cerca de mí. No estamos lo bastante cerca. Rodeo su cuerpo con las piernas, empujo su espalda hacia mí, tratarlo de acercarlo aún más.