– Ven a sentarte con nosotros, papá.
Pero no puede estarse quieto. Vuelve dentro, regresa con un cuenco de uvas, chocolatinas surtidas y vasos de zumo.
– ¿Alguien quiere un sándwich?
Zoey niega con la cabeza.
– Tengo suficiente con estos Maltesers, gracias.
Me gusta el modo en que frunce la boca cuando los chupa.
Hechizos para alejar a la muerte.
Pídele a tu mejor amiga que te lea las partes más interesantes de su revista: la moda, los chismes. Anímala a sentarse lo bastante cerca para que puedas tocarle el vientre, asombrosamente dilatado. Y cuando tenga que marcharse a su casa, respira hondo y dile que la quieres. Porque es cierto. Y cuando ella se incline sobre ti y te susurre lo mismo, abrázala con fuerza, porque no son palabras que compartáis normalmente.
Pídele a tu hermano, cuando vuelva del colegio, que se siente a tu lado y le dé un repaso a los detalles del día, las clases, las conversaciones, incluso lo que ha comido, hasta que se aburra tanto que te suplique que le dejes irse al parque a jugar al fútbol con sus amigos.
Observa a tu madre cuando se quite los zapatos y se frote los pies porque su nuevo trabajo en la librería la obliga a pasarse el día de pie y ser cortés con los clientes. Ríe cuando le regale un libro a tu padre porque le hacen descuento y puede permitirse ser generosa.
Observa cómo tu padre le da un beso en la mejilla. Fíjate en que sonríen. Sabrás que, ocurra lo que ocurra, son tus padres.
Escucha a la vecina mientras poda las rosas de su jardín al atardecer. Ella tararea una vieja canción y tú estás debajo de una manta con tu novio. Dile a tu novio que estas orgullosa de él porque plantó ese jardín y animó a su madre a cuidar de él.
Estudia luna. Está cerca y la rodea un resplandor rosado. Tu novio te dice que es una ilusión óptica, que sólo parece grande por el ángulo de la tierra.
Compárate con ella.
Y por la noche, cuando te lleven de nuevo a la habitación y otro día haya llegado a su fin, no permitas que tu novio duerma en la cama plegable. Dile que quieres que te abrace y no tengas miedo de que quizá él no quiera, porque si él dice que lo hará es que te ama, y eso es lo único que importa. Enlaza tus piernas con las suyas. Escucha su suave respiración mientras duerme.
Y cuando oigas un ruido, como el de una cometa que se acerca, como las aspas de un molino de viento girando despacio, di. "Todavía no, todavía no".
Sigue respirando. Tú sigue respirando. Es fácil. Inspira y espira.
Un psicópata le dice a todo el mundo que vaya a un campo y dice voy a elegir a uno de vosotros sólo a uno de entre todos vosotros para que muera y todos se miran pensando es muy improbable que sea yo porque hay miles de personas así que estadísticamente es casi imposible que me toque el psicópata se pasea arriba y abajo mirando a todo el mundo y cuando se acerca a mí y sonríe y luego me señala y dice serás tú y la sorpresa de que sea yo y sin embardo pues colar que soy yo por qué no iba a serlo lo sabía.
Cal entra corriendo.
– ¿Puedo salir?
Papá suspira.
– ¿Adónde piensas ir?
– Por ahí.
– Tendrás que ser más concreto.
– Te lo diré cuando llegue.
– No me vale.
– A todos los demás les dejan salir a donde quieran.
– A mí no me interesan todos los demás.
Maravillosa rabia cuando Cal sale ruidosamente. Trozos de jardín en el pelo, tierra en las uñas. Su cuerpo capaz de abrir la puerta de golpe y luego dar un portazo.
– ¡Sois todos unos cabrones! -grita mientras baja corriendo las escaleras.
Instrucciones para Cal
No mueras joven. No cojas meningitis ni sida ni nada. No dejes de estar sano. No luches en ninguna guerra, ni te unas a una secta, ni te vuelvas religioso, ni te enamores de alguien que no se lo merezca. No creas que has de ser bueno porque eres el único que queda. Sé tan malo como te apetezca.
Alargo la mano para coger la de papá. Tiene los dedos en carne viva, como si los hubiera frotado con un rallador.
– ¿Qué has hecho?
Se encoge de hombros.
– No sé. Ni siquiera me he dado cuenta.
Más instrucciones para papá: Deja que Cal sea suficiente para ti.
Te quiero. Te quiero. Envío este mensaje a sus dedos a través de los míos para que suba por su brazo y le llegue al corazón. Escúchame. Te quiero. Y siento mucho dejarte.
Despierto horas más tarde. ¿Cómo ha ocurrido?}
Cal vuelve a estar aquí, sentado en la cama junto a mí, apoyado en unas almohadas. -Siento haber gritado.
– ¿Te ha dicho papá que me pidas perdón?
Asiente con la cabeza. Los cortinas están abiertas y la oscuridad ha regresad sin saber cómo.
– ¿Tienes miedo? -me pregunta muy bajito, como si fuera algo que estaba pensando pero no pretendía decir.
– Tengo miedo de quedarme dormida.
– ¿De no despertar más?
– Sí.
Le brillan los ojos.
– Pero sabes que no será esta noche, ¿verdad? Quiero decir, tú lo sabrás, ¿no?
– No será esta noche.
Apoya la cabeza en mi hombro.
– Odio esto, lo odio -dice.
Capítulo 40
La luz regresa lentamente. La oscuridad absoluta se difumina en los dos bordes. Tengo la boca seca. Noto en la garganta el polvo de la medicación de anoche.
– Hola-Saluda Adam.
Tiene una erección, se disculpa con una tímida sonrisa y luego abre las cortinas y se queda mirando por la ventana.
Fuera, las nubes rosadas de la mañana.
– Vas a vivir años y años sin mí -le digo.
– ¿Quieres que prepare el desayuno?
Me trae cosas, igual un mayordomo. Un polo de limón. Una bolsa de agua caliente. Rodajas de naranja en un plato. Otra manta. Pone a hervir canela en rama en la cocina porque quiero oler a Navidad.
¿Cómo ha ocurrido esto tan rápidamente? ¿Cómo se ha convertido en realidad?
Por favor métete en la cama y ponte encima de mí con tu calor y rodéame con tus brazos y haz que todo esto se detenga.
– Mi madre está colocando un enrejado. Al principio fue un huerto de hiervas aromáticas, luego rosales, y ahora quiere madreselva. Podría ir a echarle una mano cuando venga tu padre a quedarse contigo. ¿Te parece bien, Tess?
– Claro.
– ¿Hoy no quieres sentarte un rato fuera?
– No.
No quiero que me muevan. El sol se me incrusta en el cerebro y me duele todo el cuerpo.
Capítulo 41
La campanilla que me compraron hace demasiado ruido en medio de la noche, pero no me importa. Adam se acerca con cara de sueño, en calzoncillos y camiseta.
– Te has ido.
– Acabo de bajar a preparar una taza de té.
No lo creo. Y no me importa lo de su taza de té. Puede beber agua tibia de mi jarra si tan desesperado está.
– Cógeme la mano. No me sueltes.
Cada vez que cierro los ojos, me caigo. Es una caída sin fin.
Capítulo 42
Todo es exactamente iguaclass="underline" la luz a través de las cortinas, el zumbido distante del tráfico, el ruido del agua hirviendo. Podría ser el día de la marmota, salvo que mi cuerpo está más cansado, mi piel es más transparente. Soy menos que ayer
Adam está en la cama plegable.
Intento incorporarme, pero no tengo fuerzas.
– ¿Por qué has dormido ahí?
Me toca la mano.
– Anoche tenías dolores.