– En uno de sus poemas dice: Her wounds carne /from the same source as her power. [9]
A veces, el sonido cotidiano es el único capaz de apaciguarnos y de hacer que nos sintamos parte del género humano. Otras, es su ausencia lo que engrandece y solemniza.
Para que llegue la luz es preciso el silencio.
Debo partir.
Antigua.
7.
Tormenta de rayos en el cielo que media entre Colombia y Guatemala. Probable momento de reflexión. Me niego. Cuando se me seca la boca, pienso en el olor de los membrillos, en las berenjenas púrpuras, en los copos de la leche nevada flotando sobre el amarillo. Esta vez no necesito revisar los diarios del país al que me dirijo, no tiemblo ante el anuncio de mi llegada, de mi conferencia de prensa, de mi recital. En este viaje no soy una estrella: algo que no me sucedía hace mucho, mucho tiempo.
En Bogotá sufrí la última -espero- experiencia «estelar» y gracias a ella no llegaré esta noche a Antigua, como estaba programado.
Pasó que tomé un vuelo de Ladeco. Llegando a Bogotá nos anuncian que, por culpa de un vuelo cancelado, no saben cuándo saldremos hacia Guatemala. Me desespero un poco, debo avisarle a Violeta. Me produce ansiedad imaginármela con los niños esperando en el aeropuerto un avión que no llegará, con la consiguiente vuelta a Antigua de noche, que Violeta me ha explicado que ella no hace por razones de seguridad. En Guatemala oscurece a las seis. No logro llamar desde el aeropuerto y voy al mesón de la línea aérea a pedir ayuda. Al borde del llanto, explico que estoy botada en este aeropuerto sin saber el futuro de mi vuelo y que tengo que avisar a Guatemala. Como está prohibido el uso del teléfono, me ofrecen mandar una nota. La redacto y la firmo -como es natural- con mi nombre. El ayudante entra a las oficinas, yo respiro tranquila. Pero al instante sale, de las mismas oficinas, un señor de pantalón negro y camisa blanca impecable, de pelo claro muy corto, ojos azules, y que con voz de mando grita:
– ¿Dónde está la cantante?
– Aquí -me acerco, desconcertada.
– ¿Cree usted que por ser famosa tiene derecho a mandar esa nota? ¿Qué significa eso de «estoy botada», cuando la compañía se está haciendo cargo?
– Perdón, señor, ¿quién es usted?
– Estoy a cargo de Ladeco en Colombia.
– ¿Y por qué está tan enojado?
– Porque usted está vociferando ante todos los clientes. Si lo que a usted le interesa es que todos se enteren de que viene la famosa Josefa Ferrer en el avión, lo ha logrado con su escándalo.
– Señor, no he hecho ningún escándalo ni he vociferado. Además, ubíquese, hay un solo cliente en todo el mostrador. Sólo he hablado con el ayudante.
Está rojo de ira. Supongo que el vuelo no tiene para cuándo partir y él definitivamente no sabe manejar esta situación, está desbordado y las emprende contra mí. Me siento vejada. Este señor me grita y no tiene ningún derecho. ¿Cuál es su miedo real? ¿Que yo mande una carta a las autoridades en Santiago diciendo que el encargado de Bogotá es un ineficiente y que además no sabe manejar las situaciones de emergencia, que pierde por completo la compostura y le habla a gritos a una persona que tiene millones de interlocutores?
– ¡Usted está cometiendo abuso de poder!
¡Me voy a encargar de que la embajada lo sepa! -el tipo no logra contenerse.
– ¿De qué abuso me habla? ¡Es usted el que está abusando!
– ¡Las estrellas! -bufa, fuera de sí, y se retira con grandes pasos al refugio de su oficina.
El personal detrás del mostrador quedó mirándolo a él, no a mí. Un argentino, el único viajero que está a mi lado, me dice divertido:
– Che, ¡así es que vos sos Josefa Ferrer! Debo agradecer la información que nos han dado, estoy encantado de conocerte. De paso, deciles a tus compatriotas que cuiden más la selección de su personal en las líneas aéreas.
Estoy furiosa. Jamás me he aprovechado de ser quien soy, es lo último de lo que pueden culparme. El argentino me invita a un café.
– Tengo una tarjeta para hacer llamados internacionales. Te la presto.
Gracias a él pude alcanzar a Violeta aún en su casa y explicarle la situación; lo tomó alegremente.
– Tengo una estupenda idea -me dice, alentándome-: dejo a la familia aquí y me voy sola a Ciudad de Guatemala. Pido una habitación en el hotel El Dorado, está cerca del aeropuerto y te va a gustar. Me instalaré ahí con un buen libro hasta que llegues, no importa la hora. Y de paso nos viene regio pegarnos una conversa solas antes de llegar a la casa. ¿Te tinca, Jose?
– Sí, me tinca.
Sonrío, me calmo y vuelvo donde el argentino que me ha salvado.
Como decía, me niego a reflexionar frente a la tormenta del cielo. Mi cansancio es enorme, necesito dejar a la cantante en este avión y bajarme otra. Otra que me caiga bien, como esa niña de los tímidos ojos oscuros a la que le pusieron una prueba de matemáticas sobre el escritorio en el colegio, la miró, no supo una sola respuesta, y sintió cómo, desde el clóset de la sala, al lado de su pupitre, esa compañera nueva de los lentes puntiagudos, con quien nunca había hablado, desde el clóset donde se escondía porque le daba una lata feroz participar en la clase, le pasaba una hoja con la prueba hecha; se sacó un siete, y por esa razón asistió a su fiesta de cumpleaños. Sí, esa niña que le preguntaba asustada a la otra, un par de años después, si sería cierto que a Adán y a Eva los habían echado del paraíso por tratar de tener una guagua, si sería ése el famoso pecado.
Esa niña, crecida ya, llega a este país que no conoce con la ilusión de que algo nuevo puede aguardarla aún en su vida. Se va al hotel El Dorado, se encuentra con su amiga en la habitación, que por cierto está llena de flores y con una botella de champaña, se abrazan como dos hambrientas, llaman veinte veces al room service durante la noche, no se mueven de sus respectivas camas ni duermen, y ella suelta sus amarras y habla y habla todo lo que ha guardado desde el día en que nació frente a la única persona con quien puede hacerlo.
Y en eso se les fue la noche entera.
8.
Violeta vive en la Sexta Calle Oriente, pero en la ciudad todavía la llaman por su nombre originaclass="underline" la Calle de los Peregrinos. Es una antigua casa colonial, de muros ocres, cerrada hacia afuera, enorme y colorida hacia adentro. Al que entra lo asaltan, inesperadamente, amplios espacios, empezando por el clásico jardín: flores de todos colores, plantas exuberantes que no conocemos ni de nombre en nuestro sur lejano, pasto muy verde, y algún árbol grande en un costado, en este caso un cedro. De los cuatro muros que componen este gran rectángulo, sólo uno no está construido con los corredores amplios y amoblados: el que alberga la fuente de agua.
– La única diferencia entre la arquitectura antigüeña y la española es que aquí las fuentes no están al centro del jardín, sino adosadas a un muro -me explica Violeta.
El color del estuco es rojo, ese rojo colonial que no llega a ser terracota. El muro de la fuente es blanco, con una línea del mismo rojo atravesándola en el borde, en su mismo nacimiento. El agua se corta sólo de noche.
Miro el número de puertas que dan a los corredores.
– ¿Qué haces con tal cantidad de piezas? – le pregunto, casi con envidia. Recuerdo la casa de la calle Gerona y ella diciéndome: nunca sobran los metros cuadrados, nunca.
Me señala el corredor, a la izquierda del gran portón.
– Es fácil, no te vas a perder. Toda esa ala es nuestra: de Bob y mía. Este paño, frente al muro de la fuente, es espacio común. Detrás de la cocina están los servicios, que incluyen un lavadero de piedra, de los tradicionales, ya lo verás. Tierna odia la lavadora, le gusta lavar sobre la piedra.