Выбрать главу

– Bueno, volvamos al título -dice ella.

– ¿Quién mejor que tú, Violeta, sabe… que hay veinte formas de llamarse Antigua?

Veo a Violeta en el jardín con la manguera en la mano. Riega el pasto, pienso, para que él también beba.

Mañana es el bautizo, pasado mañana me voy. Camino hacia ella.

Bruscamente le hago la pregunta que me quema.

– ¿Regresarás algún día a Chile?

Violeta se vuelve, desciende una mancha de sol sobre su pelo ambarino, cascada del castaño más claro.

– No. Y no es el temor a que me apunten como a una asesina, eso me preocuparía por Jacinta, no por mí. La verdadera razón es que Chile se transformó en un país indiferente. Y eso no tiene nada que ver conmigo.

La miré y vi otra vez la escarcha fucsia sobre su fachada de arlequín, confetti dorado y rojo sobre su cuello, las cintas en el pelo, la fascinación de una máscara colorida en esa noche infernal. ¿Olvidaré algún día esos colores? Desolado el gesto de Violeta, desoladas las palabras. ¿Desolada también nuestra tierra, allá en la franja andina del Pacífico austral?

Con la mano libre, la que no sujeta la manguera, toma una mía.

– ¿Te acuerdas, Jose, de mi obsesión por ese poema de la Rich, por encontrar la parte de esa primera línea que faltaba?

La vuelvo a mirar. La escarcha y el confetti desaparecieron, sólo Violeta frente a mí.

– No necesitas decírmelo. Esa línea se está escribiendo, lo sé.

– ¿Por qué necesité dos vidas, como dijo la profecía, y no sólo una, para poder enfrentar lo que faltaba de esa línea?

– Porque creo que a cada una nos suceden solamente las cosas que nuestra fortaleza es capaz de soportar. Y la tuya ha sido, es, muy grande. Es por eso.

19.

Los preparativos para la fiesta de Gabriel disimularon las penas de mi partida. Celeste no volverá todavía: «Unos días más, mamá, por favor.» Pienso que es mejor la casa de Santiago sola, Andrés y su hijo, su hijo y mi hijo, los tres. Acepto.

Javier, en su calidad de padrino, espera la fiesta para partir.

Esto de los ritos fue una discusión.

– El lavado del bautizo católico es bello, usémoslo -dice Violeta.

– O es católico o no -opino yo.

– No te pongas difícil, Jose, si al final lo que importa en la religión es la actitud y no la norma.

Hemos decidido hacer un gran almuerzo. Nos hemos esmerado en el menú. La pieza de resistencia es el melón con cangrejo y el infaltable plato mexicano, crepas de huitlacoche; entre los postres, la guanábana confitada. Tierna fue enviada al mercado a comprar ocotes -pequeñas astillas-, la chimenea debe estar dispuesta por si viene la tormenta. El agua también, dentro de un antiguo jarro con pinturas locales. Agua y fuego para Gabriel. También las velas de colores de la cultura maya.

Las prendieron en el momento en que Javier y yo, cada uno a un lado de Gabriel, lo rociamos con esta agua que no es bendita. A través del niño, las manos de Javier y las mías deseándonos, comunicándonos lo que sólo nosotros entendemos.

La vela negra: para ahuyentar al enemigo. La morada: para que los malos pensamientos se vayan lejos. La verde: para el éxito en sus gestiones, sean cuales sean. La roja: para el amor. La blanca para los niños. («¿Para su niñez o para los niños que tendrá algún día?», le pregunto bajito a Javier. «No sé», me responde, «creo que no importa.») No alcancé a saber qué significado tenía la vela amarilla, probablemente sea la fortuna; igual le invento uno: la pasión.

Jacinta le regala la sirena de la abundancia, Bob le entrega la serpiente de la fertilidad, Violeta una réplica del pájaro huichol que lo protegerá.

Terminada la sencilla ceremonia, aparece Jacinta desde una de las puertas del corredor con una guitarra en la mano. Algo de pánico me cerca. Bob la recibe y se dirige a mí.

– Sólo te escuché, hace años, en el Radio City Hall. Y Gabriel no estaba conmigo. ¿Le regalarías a él una canción?

Veo la expresión en los rostros de los que quiero, Borja, Celeste, Jacinta, Javier, y miro a Violeta. Ella me sonríe y dice, muy bajo: «Why is it that so many more words have been said about Abraham Lincoln than about any other American?»

Sonrío de vuelta, tocando este instrumento que me ha traicionado, o que he traicionado yo, no me queda claro. Desde Tierna e Irla a Barbara y Mónica, todos están expectantes en un silencio sepulcral. Hundo el estómago, respiro como lo hacía siempre, miro al pequeño y afortunado Gabriel, sí, afortunado, y de inmediato sé lo que debo cantarle. Mi voz se alza, es cierto que es bella mi voz. Entono Gracias a la vida.

Nunca tuve un público más atento. Ni más agradecido.

Nunca los ojos de Javier me miraron con tal fijeza.

Cuando se fueron los invitados y nos sentamos en el corredor con ron y café, le pedí a Bob que viniera a mi lado. Acariciando la guitarra, le conté de las mil veces que Violeta y yo habíamos cantado juntas.

– Pídenos lo que quieras, nuestro repertorio es vasto y variado.

Bob no podía creerlo: súbitamente la estrella rogada se le ofrecía.

– Violeta, partamos con La pericona se ha muerto. ¿Te acuerdas de la segunda voz?

– Vamos, dale…

Sólo nos interrumpieron algunos olvidos y algunas risas, se incluyeron los niños y Javier con las letras que él conocía.

– Mamá -dijo Borja luego de muchas canciones y alegría-, así eras antes, los primeros años de la casa del molino, cuando cantábamos todos juntos. ¿Qué te pasó?

– Ha sido gracias a la humedad -le respondo-. Porque en Antigua los poros se abren, ¿verdad, Violeta?

Me invade un cansancio rico, olvidado. ¡Cuánto tiempo sin cantar!

– Quiero terminar esta fiesta con un regalo para Bob -me dirijo a él-. Nicanor Parra, un gran poeta nuestro, escribió un poema sobre su hermana Violeta. Luego fue musicalizado. Es muy largo, voy a elegir algunas estrofas. Aquí va, amigo, para ti.

Dulce vecina de la verde selva

Huésped eterno del abril florido

Grande enemiga de la zarzamora

Violeta Parra.

Has recorrido toda la comarca

Desenterrando cántaros de greda

Y liberando pájaros cautivos

Entre las ramas.

Pero los secretarios no te quieren

Y te cierran la puerta de su casa

Y te declaran una guerra a muerte

Viola doliente.

Porque tú no te compras ni te vendes

Porque tú no te vistes de payaso

Porque tú hablas la lengua de la tierra

Viola chilensis.

Y siguió mi voz, mi timbre por su cuenta, casi sin comando mío, robando las palabras del poeta, contando a la Viola admirable, a la Viola volcánica, a la hermana mía, entregando mi intensidad, y terminando: «Dónde voy a encontrar otra Violeta aunque recorra campos y ciudades…»

Con el abrazo de Bob y la única lágrima que vi en Violeta desde que vine a esta ciudad, llegó el fin del canto, como el fin de todo. La despedida con Javier me aguardaba: la más temida. La carne no es gratuita, la intimidad no puede serlo, y lo sabe él y lo sé yo.

Apegamos nuestros cuerpos contra el portón, lejos de ojos ajenos. Nos besamos. El apego fue entero, completo, cada pieza de un cuerpo calzando en las piezas del otro. Como en un baile. Tomé sus dos manos y las llevé a mis pechos, que me los sobara, me los despidiera, me los homenajeara, Javier, que me los gustara, que me los convirtiera en pechos capaces de convocar, de limpiar de todo rencor.

– Me voy con tu canto aquí dentro -me dijo tocándose el corazón-. Gracias por esta tarde, y por las demás -temeroso del tono que adquiriría este adiós, lo aligera-. Siempre que me necesites, bella, I’Will be around.