El grupo montó el campamento al lado del domo de hielo. Ross era consciente de que lo más seguro era llevar una muestra del hielo al barco —e incluso a Inglaterra— para un análisis con más detenimiento. Pero todavía estaba fascinado por la narración de los aborígenes.
Era un hombre inquisitivo; era, después de todo, un explorador.
Por tanto, cuando la breve noche antártica cayó sobre ellos, Ross hizo que uno de sus hombres rascase suficiente material para llenar una taza de latón; y colocaron la taza sobre el fuego.
La mayoría del grupo de Ross se reunió alrededor de la cocinilla.
—La explosión resultante —dijo Holden sombrío— mató a tres de los hombres inmediatamente, y dejó a los demás terriblemente heridos, los perros muertos o aterrorizados y los trineos volcados. El mismo Ross perdió un brazo y un ojo por ese incidente, y describió cómo encontró, en lugar de la cocinilla, un cráter de seis pies de diámetro en el hielo. —Holden sonrió—. Sus anotaciones de ese día en el diario se hicieron famosas. «El hielo amarillo nos ha dejado en un estado lamentable. De la cocinilla y de la taza de Ben no pudimos encontrar nada.»
Sentí cómo las lágrimas asomaban a mis ojos ante el coraje simple de esas palabras; ¡tan típicamente británico, pensé!
Ross y sus acompañantes —los supervivientes— volvieron a su nave y se dirigieron al puerto civilizado más cercano.
Cuando las noticias del descubrimiento llegaron a Inglaterra, la Real Sociedad envió una nueva expedición a cabo Adare, completamente equipada con los últimos dispositivos científicos; y ahora el cabo sostiene una verdadera ciudad de científicos e ingenieros. El mismo Traveller llama a ese lugar olvidado de Dios su segundo hogar. Y hay una profesión completamente nueva, los criosintesistas, caballeros que inventan formas, empleando grandes termos Dewar y demás, para transportar el antihielo desde el cabo por todo el mundo en seguras condiciones heladas.
Un silbato nos informó de que al fin estaba cargado el tren y listo para partir; y con un impulso apenas perceptible apenas suficiente para agitar el hielo en el vaso— partimos. El tren pasó junto a los edificios del puerto y luego por encima del Canal de la Mancha. Los últimos rayos de sol hacían que el agua bajo el asiento reluciese como un campo de diamantes, y sentí un ataque de emoción y orgullo.
Una de las sensaciones de la temporada había sido la incorporación de vagones comedor al estilo americano a las rutas más importantes del tren ligero; y el camarero con cara de mono vino ahora a informarnos de que la cena se serviría en quince minutos, y a rellenar los vasos.
Le dije a Holden:
—¿Por tanto, el antihielo sólo está disponible en ese lugar de la Tierra, cabo Adare?
—Es lógico que sólo las regiones polares puedan mantener esa sustancia —dijo Holden—, porque si llega a climas más cálidos rápidamente se autodestruye, así como a buena parte de lo que la rodea. Las regiones antárticas han sido recorridas por nuestros exploradores, es interesante que la bandera británica ondease ya en el Polo Sur en el año 1860, si no fuese por el incentivo del antihielo, ¿quién sabe cuándo hubiésemos podido encontrar el deseo de montar tal expedición?, pero no se ha encontrado más antihielo.
—Así que la cantidad encontrada por Ross es todo lo que hay.
—Evidentemente. Su masa se ha estimado en unos miles de toneladas; y, por lo que sabemos, es todo lo que hay en el globo. Parece como si el viejo relato de los aborígenes fuese cierto: que el antihielo cayó del cielo, sobrevolando Australia para caer en Adare.
Me froté la barbilla.
—Cuando se considera la importancia fundamental de esa sustancia para el papel de Gran Bretaña en el mundo, parecería una cantidad extremadamente pequeña.
Holden asintió.
—Por fortuna, con un poco de antihielo puede hacerse mucho. No más que unas pocas onzas por mes, por ejemplo, serían necesarias para mover este tren… Aun así, tiene razón. Y cada día descubrimos formas más y más ingeniosas de usar esa sustancia.
»Y ése —siguió— es el argumento empleado por aquellos que se oponen a usar nuevamente el antihielo como arma de guerra. Los enemigos de Gran Bretaña no tendrían defensa contra las bombas de antihielo… excepto una: el tiempo. Cuando hubiésemos agotado las preciosas reservas de antihielo, caerían sobre nosotros como lobos.
Holden y yo nos terminamos las bebidas y nos dirigimos al vagón comedor. Al caminar con el espíritu del whisky en el interior, fui consciente de la falta de ritmo en el movimiento del tren. Parecía como si viajásemos en un teleférico. Al mirar por los ventanales, vi cómo el raíl al cruzar el mar estaba suspendido de pilones, y cómo al llegar el vagón a cada pilón se producía una ligera vibración. Los pilones eran pilares formados por armazones de hierro que parecían surgir directamente de la oscura superficie del Canal… pero yo sabía que los pilones estaban de hecho unidos a grandes pontones suspendidos bajo la superficie. La flotabilidad de los pontones los empujaba hacia arriba contra el tirón de los cables de anclaje, y el resultado era una plataforma bastante rígida y robusta considerando las grandes corrientes del Canal.
Los tres puentes del Canal se habían construido de esa forma, tal y como yo entendía, en razón de la ligereza del propio tren y la incapacidad del fondo del Canal para sostener los cimientos adecuados.
Tomamos asiento en el vagón restaurante y pronto nos sumergimos en sonidos familiares y tranquilizadores: los golpes de los cubiertos contra los platos adornados con el emblema del tren ligero, el murmullo de las conversaciones civilizadas, los ricos aromas de la buena cocina inglesa y, más tarde, el oporto, el brandy, el café y los buenos cigarros. Holden y yo hablamos poco mientras comimos; pero una vez terminada la comida me recosté en la silla, estiré las piernas y levanté el vaso de brandy en dirección a Holden.
—Brindemos por el antihielo —dije, quizás algo espeso— y su progenie, ¡las diversas maravillas de nuestra época!
—Beberé por eso. —Holden sonrió. Se echó atrás y metió los gruesos pulgares en la cadena del reloj—. Pero no le aconsejaría celebrar este brindis arrojando un cubo de antihielo en su próximo whisky. El antihielo, entienda, ha sido bautizado de esa forma por su excepcional antipatía por cualquier sustancia «normal», en ese caso el whisky y el vidrio. El antihielo y una masa igual del vaso y el whisky desaparecerían y serían reemplazados, de forma explosiva, por una enorme cantidad de energía calorífica. Interrumpiendo así su disfrute.
—Por tanto, ¿el whisky, o cualquier cosa, puede convertirse en una sustancia tan destructiva como, digamos, la dinamita?
Holden sonrió indulgente y se pasó una mano por su montón de pelo rebelde.
—Mucho más, joven Vicars. Pero no sabemos cómo. James Maxwell tiene la hipótesis de que quizá el antihielo reacciona de alguna forma química con la materia normal, de forma similar a como el oxígeno reacciona con otros elementos para liberar energía en forma de calor y luz. —Estudió mi cara que, me temía, debía estar en blanco. Dijo amablemente—: le estoy describiendo el proceso normal de la combustión. El fuego, Ned.
—… Ah. Bien, ¡entonces ahí tenemos la respuesta! El antihielo es un nuevo tipo de oxígeno, y lo que tenemos aquí es un nuevo fuego.
—Quizá. Pero Joule, continuando sus experimentos con Thomson, señala que la densidad de energía de las reacciones de antihielo es varios órdenes de magnitud mayor que la asociada con cualquier reacción química conocida. Quizás estemos tratando con fuerzas asociadas con alguna estructura más profunda de la materia, por debajo y más allá de las fuerzas conocidas que actúan en una reacción química. Puede que estemos en el nuevo siglo, Ned, antes de poder explorar con profundidad suficiente en el corazón de la materia, quizá con enormes microscopios, y conocer los secretos en su interior.