Pido su indulgencia para describir la situación que allí encontré; aunque corresponsales como Russell han informado razonablemente bien sobre la campaña, quizás el punto de vista de un soldado raso de infantería —porque eso soy, y muy orgulloso de serlo— tendrá algún interés.
Señor, ya sabe por qué estamos aquí.
Nuestro Imperio rodea el mundo. Y nuestro dominio se sostiene por hilos que son nuestras líneas de comunicación: Caminos, trenes y líneas marítimas. El zar Nicolás, deseando un puerto mediterráneo, había mirado con envidia al desfalleciente Imperio otomano. Por tanto, amenazó a la misma Constantinopla y a nuestras líneas a la India. Pronto el Zar estaba derrotando a Johnny Turco por tierra y mar y, por tanto, nosotros, al lado de los franceses, entramos en guerra con él.
Entramos en guerra bajo el mando de lord Raglan, que sirvió a las órdenes de Wellington en Waterloo. Padre, en una ocasión vi al gran caballero en persona, atravesando a caballo el campamento para reunirse con su homólogo francés, Canrobert.
Señor, ver a Raglan aquel día, con la espalda recta sobre el caballo, con la manga vacía metida en el abrigo (los franceses le habían volado el brazo) y su gran mirada preocupada de halcón observándonos a todos, la mirada que una vez había intimidado al mismo Bonaparte; ¡puedo decirle que no fui el único en vitorearle y lanzar la gorra al aire!
Pero desde el día de mi llegada, había murmuraciones contra Raglan.
Su cabeza estaba llena con los días de gloria contra el corso, Raglan aparentemente era dado a referirse a los rusos como los «Franceses»! Y, por supuesto, había murmuraciones sobre la actuación de Raglan en la campaña. Después de todo, el primer enfrentamiento con los rusos fue en Alma, diez meses antes, cuando dimos una buena lección a los hombres del zar. Qué espectáculo, según cuentan; las filas de los aliados eran un bosque de color resaltadas por el brillo de las bayonetas, mientras que el oído era asaltado por un tumulto de ruidos, tambores y cornetas de todo tipo, todo inmerso en el interminable zumbido de las fuerzas armadas en marcha. Un compañero me ha descrito una carga de una unidad de los Grays, las grandes gorras de piel de oso por encima del enemigo mientras luchaban espalda contra espalda, golpeando y cortando por todas partes…
¡Lo único que lamento es que me perdí toda la diversión!
Pero, después de la victoria en Alma, Raglan no continuó.
Quizá hubiésemos podido perseguir a los rusos para luego expulsarlos de la península y ¡habríamos vuelto a casa para Navidad! Pero no fue así, y ya conoce usted el resto de la historia: las grandes batallas de Balaclava e Inkerman con, en Balaclava, la matanza de la noble Brigada Ligera al mando del conde de Cardigan (padre, podría comentarle que a principios de mayo tuve la oportunidad de cabalgar por el famoso valle del Norte, casi hasta la posición de los cañones rusos que habían sido el objetivo de la brigada. La tierra estaba llena de flores, calor y brillo en los rayos del sol de la tarde; metralla y una pieza de cañón yacían sobre el suelo, con las flores creciendo entre los fragmentos oxidados. Encontré un cráneo de caballo, casi sin nada de carne, atravesado por un único agujero de bala de izquierda a derecha. No vimos ni rastro de cuerpos humanos. Pero oí de un tipo que encontró una mandíbula, completa y blanca, con el más perfecto y regular juego de dientes).
En cualquier caso, los rusos aguantaron y —para Navidad— se habían recluido en la fortaleza de Sebastopol.
Pero Sebastopol, padre, es la principal base naval rusa en la zona. Si pudiésemos tomar la ciudad, la amenaza sobre Constantinopla se desvanecería y las ambiciones mediterráneas del Zar no serían nada. Por eso nos llevaron allí en gran número con nuestras trincheras, reparos y minas; y —desde Navidad— sitiamos la ciudad.
Era —o me parecía— una farsa de sitio; los rusos tenían un buen suministro de municiones y no teníamos forma de imponer un bloqueo por mar, ¡y las naves del Zar suplían casi a diario vituallas a los sitiados!
Pero Raglan no estaba dispuesto a considerar otra forma de desalojar a los rusos que el paciente desgaste. Y, por supuesto, se negaba en redondo a considerar cualquier sugerencia relacionada con armas de antihielo; un hombre de su honor no quería tener nada que ver con tales monstruosidades modernas.
Y mientras tanto, esperábamos y esperábamos…
Sólo puedo agradecer a un Salvador demasiado benévolo cl que yo, indigno como soy, superase lo peor del invierno de esta región. Los muchachos que sobrevivieron tienen todos algo que contar. Los meses de verano habían sido benévolos, entienda, con buenas incursiones, e incluso tiempo suficiente para un buen juego de cricket, ¡improvisado pero jugado estrictamente según las reglas! Pero el invierno convirtió los caminos y trincheras en barro. Sólo había una cubierta de lona —si acaso— y los hombres tenían que dormir lo que podían con las rodillas hundidas en el barro helado. Incluso los oficiales sufrían vergonzosamente; ¡según parece se veían obligados a llevar las espadas en las trincheras como única forma de distinguirse de los soldados comunes! Padre, eso realmente era ser soldado sin el brillo.
Y, por supuesto, estaba la Dama Cólera, traída a todos los rincones de la península por la estación de desembarco de Varna. Una epidemia de cólera no es divertida, señor, porque un hombre puede pasar de ser un soldado sano a convertirse en una sombra delgada y triste en unas pocas horas, y al día siguiente está muerto. Mantener la disciplina y la compostura en tales circunstancias dice mucho del valor de mis compañeros y me atrevo a decir, el inglés común salió más airoso que los franceses a pesar de los rumores del superior aprovisionamiento de nuestros aliados.
Pero tengo mis propias ideas sobre la situación de los aprovisionamientos, padre. ¡Según mi impresión, los franceses pasan hambre mejor que nosotros! Se le quita a un inglés el rosbif y la cerveza, y gruñirá y se tenderá para morir. Pero un francés… Un tal capitán Maude, un tipo alegre (al que más tarde enviaron a casa cuando un proyectil estalló en el interior de su caballo y le laceró la pierna) nos habló de una ocasión en que le invitaron a cenar con un teniente del ejército francés. Acercándose a la tienda del tipo, nuestro Maude fue recibido por los aromas de una buena cocina y fragmentos de ópera, ¡y dentro de la tienda se habían colocado mesas con manteles limpios, y se había servido una comida de tres platos! Y al felicitar a su anfitrión, Maude descubrió sorprendido que ¡los únicos ingredientes de los tres platos eran judías y algunas hierbas locales!
¡Ahí lo tiene!
Pero yo no me quejaría de las condiciones soportadas por los ingleses comunes en el momento de mi llegada. Encontré alojamiento en una choza que había sido construida por un pelotón de turcos. Ahora recibimos carne salada y galletas todos los días, ciertamente pobres raciones comparadas con la comodidad del hogar, pero más que suficiente para mantener la vida. Y la degradación del alcohol no nos es desconocida, padre. La cerveza es difícil de conseguir y es bastante cara… pero no muy alcohólica. Por ejemplo, hay una especie de veneno llamado «raki» que puede obtenerse de los campesinos locales. Más de una vez he visto a hombres, también oficiales, borrachos con ese líquido; aunque, por supuesto, ese comportamiento no se aprueba. Podría relatar la caída de un tipo espléndido, un hombre de más de seis pies de alto, un buen soldado, pero un demonio con el alcohol en el interior. Las ceremonias de castigo siempre se celebran muy temprano, frente a todo el regimiento; en aquella ocasión el aire estaba helado y soplaba un viento fuerte. Los tobillos y muñecas del soldado estaban atados a un triángulo de barras de camillas y tenía desnuda la espalda; un tamborilero manejaba el látigo mientras el mayor contaba los golpes. Padre, el tipo recibió sesenta latigazos sin un murmullo, aunque la sangre caía después de una docena. Cuando terminó, se puso firmes y saludó al coronel.