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Observé cómo los colores del otoño se extendían por los árboles, y me pregunté qué aspecto tendrían desde el espacio.

Me prometí que me sumergiría en el mundo de los hombres tan pronto como pasase mi momento de fama; y vaya si pasó… aunque no por razones agradables. Porque a medida que se alargaban las noches del invierno, así aumentaba la desesperación de los franceses.

Los prusianos mantenían su muro de hombres y cañones alrededor de París y Metz. En la prensa de Manchester aparecían constantemente relatos sobre el hambre recorriendo las calles de la capital francesa, y algunos informes algo más fiables sobre cómo las tropas del mariscal Bazaine, en Metz, languidecían en el barro, y eran cada vez mas incapaces de defenderse a sí mismas, y menos aún de liberar París.

Repasaba los periódicos con mórbida e interminable fascinación, y los editorialistas describían las posibilidades y peligros a los que se enfrentaban Gladstone y su gobierno. Ningún hombre civilizado, todo el mundo estaba de acuerdo, desearía volver a ver el antihielo como arma de guerra. Pero sin duda el Equilibrio de Poder se enfrentaba a su prueba más importante, parecía haber un sentimiento creciente a favor de algún tipo de intervención antes de que se perdiese definitivamente esa preciosa y venerable garantía de paz en Europa.

Contra eso estaban los que, recordando a Bonaparte, no tenían deseos de interceder a favor de los franceses sitiados. Y en el otro extremo los Hijos de la Gascuña y sus simpatizantes eran cada vez más escandalosos en sus exigencias de que Gran Bretaña usase su evidente poder, no sólo para restaurar la paz, sino para imponer orden entre las facciones en guerra de Europa. La influencia de esos caballeros severos en el debate parecía ir en aumento; incluso se rumoreaba que el mismo Rey sentía simpatía por ese punto de vista.

La lectura de esas cosas deprimentes me recordó mis conversaciones con Bourne en la Faetón. Ya no me sentía atado por esos argumentos, como antes de mi aventura; ahora veía con un nuevo distanciamiento cómo ese debate nacional se guía la pauta de los desvaríos de una mente trastornada, que busca imponer sus miedos y demonios interiores en aquellos que le rodean.

Por fin, a finales de octubre, llegaron noticias de que las fuerzas de Bazaine en Metz —mojadas, muertas de hambre y desmoralizadas— habían capitulado; en esa ocasión los incontrolados prusianos apresaron mil cuatrocientos cañones y más de ciento setenta mil hombres. Aunque las fuerzas francesas luchaban en diversas partes del país, en Manchester el consenso era que ya había llegado el momento decisivo de la guerra; que los prusianos, victoriosos en el campo de batalla, recorrerían pronto las calles castigadas de París… y si Gran Bretaña iba a intervenir en alguna ocasión en aquella lucha por el futuro de Europa, ahora era el momento.

El clamor de la prensa, exigiendo acciones a Gladstone, crecía hasta casi convertírse en un grito silencioso a mi alrededor, y sentí que ya no podía aguantar la tensión.

Sólo conocía una forma de resolver esos sentimientos; preparé una bolsa, me despedí apresuradamente de mis padres, y mi dirigí por medio de tren ligero y de vapor al hogar de Josiah Traveller.

Caminé las últimas millas hasta la casa de Traveller. No lejos de Farnham, el lugar estaba montado alrededor de una casa de campo reconvertida, y no hubiese llamado la atención… excepto por una forma gigantesca como de unos treinta pies de alto plantada en la parte de atrás de la casa, con su gran estructura de aluminio cubierta por lonas cosidas. Era, por supuesto, la Faetón; y al ver el mágico carruaje alzándose sobre el paisaje aburrido, sentí cómo se me levantaba el corazón.

Salí de un seto para llegar a la casa de Traveller… y allí, en la puerta principal, había un carruaje espléndido de buena madera pulida. Comprendí inmediatamente que ese día no era el único visitante de sir Josiah.

Pocket recibió mi llegada inesperada con un entusiasmo tremendo; incluso me pidió permiso para darme la mano. El sirviente se comportaba con seguridad y dinamismo ahora que estaba en tierra firme, y me dijo:

—Estoy seguro de que a sir Josiah le alegrará verle, pero por el momento tiene un visitante. Mientras tanto, ¿puedo ofrecerle una taza de té; y quizá desea ver las instalaciones, señor?

No me ofreció la identidad del «visitante», y no le pregunté.

Mientras bebía el té dije:

—Tengo que ser honrado con usted, Pocket. No tengo muy claro por qué he venido…

Sonrió con sorprendente sabiduría, y dijo:

—No tiene que explicarse, señor. En estos tiempos turbulentos, estoy seguro de que puedo hablar por sir Josiah al afirmar que esta casa es su hogar. Al igual que lo fue la Faetón.

Se me subieron los colores.

—Sabe, Pocket, ha dado en el clavo… Gracias.

No pudiendo confiar en mí mismo para seguir hablando me concentré en el té.

La casa en sí era sorprendentemente pequeña y sombría. Su principal característica era un invernadero que daba al sur y que Traveller había convertido en un extenso laboratorio. También había un granero empleado en las grandes construcciones. Los edificios estaban rodeados por varios acres de tierra. En aquellos campos escabrosos no crecía nada, y en varios puntos podían verse dramáticas quemaduras donde se habían producido pruebas de cohetes, lanzamientos, e incluso explosiones.

El invernadero era una gran construcción, con una estructura de grácil hierro forjado pintado de blanco que daba al lugar una sensación de ligereza; bajo la luz suave yacían diversas máquinas y herramientas como plantas extrañas. El laboratorio tenía una disposición similar a un taller de laminado; un torno de vapor en el techo movía, por medio de correas de cuero, varias máquinas de manipulado de metales, y en los bancos alrededor del laboratorio había tornos mas pequeños, y estampadoras de metal, prensas, equipos de soldadura de acetileno y tornillos de banco. Los frutos de esas herramientas estaban por todas partes y algunos de ellos me eran familiares por mi estancia en la Faetón. Pocket señaló a una tobera de cohete, por ejemplo, que relucía bajo la luz del débil sol de otoño, con la boca hacia arriba como una flor imposible.

—¿Y qué hay de la Faetón? —le pregunté a Pocket.

—Fue un trabajo endemoniado traer a la chica a casa desde los campos de ese granjero de Kent. Tuvimos que llevar una grúa de vapor allá para acostarla, puede creerlo; y durante todo el tiempo ese desdichado Lubbock protestaba por los surcos que abríamos en sus preciosos campos.

Me reí.

—No puede reprochárselo al pobre hombre. Después de todo, no pidió que le cayésemos encima de forma tan extraordinaria.

—Y en cuanto a la muchacha, sir Josiah dice que le ha ido extraordinariamente bien, considerando lo que ha sufrido; una aventura para la que, por supuesto, no se la había diseñado.

—¿ Quién de nosotros lo estaba?

—Al final, sorprendentemente sufrió muy pocos daños. Una pata de apoyo doblada, una tobera golpeada, un puñado de rasguños y hasta quemaduras, una o dos bombas usadas más allá del límite… debo añadir, que en gran parte el mérito es suyo, señor.

Salimos del invernadero y caminamos por el aire fresco, y volvimos a dirigirnos una vez más a la casa.

—¿Podrá volar de nuevo? —pregunté.

—Podría, pero creo que no lo hará, señor. Sir Josiah la ha cargado de combustible, para poder probar los motores, y ha pasado mucho tiempo reparándola, pero creo que siente que la nave ya ha cumplido. Tiene la cabeza llena de ideas para una segunda Faetón, más brillante y poderosa que la primera; creo que planea convertir la original en una especie de monumento a la nave misma.