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Descubrí que tenía decidido mis pasos.

Apenas había pasado un segundo desde mi única sílaba de protesta. Sin pensarlo más, giré sobre mis talones y corrí hacia la forma cubierta de la Faetón. Oí cómo Traveller me llamaba y corría detrás de mí, pero la nave llenaba toda mi atención.

Tenía que llegar a París —tenia que encararme con Françoise, salvarla si podía, desviar las bombas británicas— y para hacerlo tenia que viajar de la forma más rápida posible… ¡a los controles de la Faetón!

13

EL PILOTO DE GLOBO

La Cabina de Fumar había sido restaurada con amor. Las rayaduras y rasgaduras que habían quedado en el tapizado después de semanas de encierro habían sido reparadas y eran ya invisibles, y ofrecí una rápida y silenciosa oración por que el sistema de movimiento de la nave estuviese en tan buena condición.

Subí por una escalerilla de cuerda hasta el Puente. Durante un momento permanecí quieto mirando la larga serie de diales instrumentales, tan inseguro como un bárbaro penetrando en un templo.

Pero me deshice de esa sensación y sin más retraso me subí al asiento de Traveller.

Cuando el suave tapizado recibió mi peso, se activó algún interruptor oculto, y se activaron las lámparas eléctricas en cada instrumento. Me pareció oír un silbido, como si las cañerías llevasen la presión en aumento de los diversos sistemas hidráulicos de la nave. Como un enorme animal, la nave cobraba vida bajo mis manos.

Me quedé tendido en el asiento y observé con consternación la constelación de instrumentos. Pero había visto cómo Traveller hacía volar aquella nave desde la Luna a la Tierra, y me había parecido algo muy simple; ¡seguro que no había problema con un pequeño salto a través del Canal!

Con renovada determinación me volví hacia las palancas de control al lado del asiento. Las palancas terminaban en manillas un poco demasiado grandes para mis manos. Fijados a las manillas había pequeños tiradores de acero; éstos, recordé, controlaban la ignición y la fuerza de los motores de la Faetón.

Al cerrar las manos alrededor de las palancas sentí cómo se me acumulaba el sudor en las palmas.

Apreté las barras.

Los cohetes gritaron al despertarse. Un inmenso temblor recorrió la nave.

—¡Ned!

Traveller trepaba con dificultad por la escotilla de la cabina de fumar. Había perdido el sombrero y el pelo le caía a capas blancas sobre la frente. Respiraba con dificultad y el sudor le corría por la nariz de platino; y la mirada que fijaba en mí era tan intensa como la luz del sol.

—¡No intente detenerme, Traveller!

—Ned. —Ahora estaba en el Puente y se alzaba sobre mí. Con una voz cuya tranquilidad derrotaba el alboroto de los motores—. Salga de mi asiento.

—Me ha contado los planes de Gladstone. Como un inglés decente no puedo quedarme impasible y permitir que tal atrocidad proceda sin oposición. Tengo la intención de volar a Francia y …

—¿Y que? —Ahora se inclino hacia mí, Con el sudor acumulándosele bajo los ojos profundos—. ¿Entonces qué, Ned? ¿Usará la Faetón para destruir los proyectiles de Gladstone desde el aire? Piénselo bien, maldición; ¿qué puede llegar a conseguir además de su propia muerte en el holocausto resultante?

Levanté la barbilla y dije:

—Pero al menos quizá pueda avisar a las autoridades…

—¿Qué autoridades? Ned, ¡ahora mismo nadie sabe quienes son las autoridades! Y en lo que se refiere a los prusianos…

—Al menos habrá un aviso. Y quizá pueda rescatar algunas almas de la devastación cuando ésta llegue, y así recuperaré algo del honor de Inglaterra.

Su boca se movía; luego pareció salir algo de rabia de él.

—Ned, es un tonto, pero supongo que hay formas peores de malgastar la vida… Y, por supuesto, está su Françoise.

Le miré fijamente, como desafiándole a burlarse de mí.

—Mademoiselle Michelet se ha convertido para mí en un símbolo de todos los desdichados que han quedado atrapados en esta guerra. Si todavía está viva en el crucero terrestre, prometo intentar rescatarla… ¡o morir en el intento!

—Oh, maldito idiota. Probablemente la bendita dama está exactamente donde quiere estar: le disparará en cuanto se acerque, con su rostro, Ned, dividido por la sonrisa de un tonto. —Él me miró con mayor intensidad, y algo de esa perspicacia para la gente que ya había apreciado en él brilló en su mirada—. Ah, pero eso no importa. ¿Verdad? No es la idea de rescatarla lo que le impulsa. Tiene que saber la verdad sobre su Françoise…

Me sentí resentido ante aquella visión del interior de mi alma.

—¡Déjeme, Traveller! No me detendrá.

—Ned… —Traveller alargó manos inciertas—. No puede hacer volar la nave. ¡La destruirá antes incluso de llegar al aire! Vamos, ni siquiera ha cerrado la escotilla antes de intentar hacerla despegar.

—¡Traveller, no intente detenerme! Le sugiero que vuelva con su amigo el primer ministro, y, a cambio del dinero que le ha prometido, proceda a construirle sus Ángeles de la Muerte.

Las líneas de su frente se alargaron aún más.

Sentí una punzada de vergüenza, pero la deseché.

—Sir Josiah, le concedo diez segundos para salir de esta nave. Luego me dirigiré a Francia.

Con una calma que se transmitía por las palabras dichas a gritos, contestó:

—Rechazo sus diez segundos. No tengo intención de salir de la nave; no puedo permitirle que destruya la Faetón.

—Entonces estamos en tablas, ¿Debo expulsarle yo mismo?

Traveller suspiró largamente y enterró el rostro durante un momento entre las manos; luego levantó la cabeza hasta mi cara.

—No será necesario, Ned; veo que está decidido a partir. Y, por tanto, no tengo más opción que acompañarle.

—¿Qué?

—Yo pilotaré la nave. Ahora, cédame amablemente el asiento para que podamos seguir…

Le estudié con la mayor de las sospechas, pero en su largo rostro sólo podía leer una determinación renovada.

—Traveller, ¿por qué iba a hacer tal cosa? ¿Por qué no debería sospechar que prepara algún truco?

Visiblemente reunió algunos fragmentos de paciencia.

—Puede sospechar lo que quiera. No me gustan los trucos, Ned; y soy muy sincero cuando digo que destruirá esta nave en segundos si sigue sin ayuda.

—Entonces ayúdeme. Dígame cómo pilotar la Faetón.

—Imposible —contó los argumentos con los dedos—. Se necesitarían varios días para enseñar incluso lo básico del diseño del control de vuelo. Incluso —añadió sin ironía— al alumno más brillante. Segundo. Piense en lo necesario para hacer volar una nave por la atmósfera. Ned, la Faetón no es inherentemente estable; eso significa que, a menos que quiera saltar directamente al aire, como su colega francés, el piloto debe responder continuamente a la nave; en caso contrario es tan probable que vuele cabeza abajo y que se dirija al suelo con toda la fuerza de los motores. Ésta es la única nave voladora del mundo, y yo soy el único hombre con experiencia en esas artes. Tercero. Recordará que la Faetón es un prototipo. Por tanto, tiene varias rarezas y peculiaridades que sólo yo puedo anticipar y controlar…

—¡Vale! —El esfuerzo de mantener una presión constante sobre las palancas de motores estaba convirtiendo mis manos en montones de músculos tensos.

Luego, inesperadamente, Traveller sonrió, el cabello le caía del cráneo.

—Me pregunta por qué voy a pilotar la nave. No quiero que la destruya, muchacho; ése es un objetivo claro. Aparte de eso…