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La mejor esperanza de salvación para París parecía estar con el ministro del Interior, Gambetta, que semanas antes había salido en globo de París. Ese Gambetta había, eso parecía, reunido un nuevo ejercito de la misma tierra de Francia, y ya había atacado a los prusianos con éxito en Coulmiers, cerca de Orléans. Ahora Gambetta se dirigía a Orléans donde tenía intención de oponerse a los invasores. Pero grandes fuerzas prusianas, que antes habían estado ocupadas en el asalto de Metz, se movían para enfrentársele; y parecía que Orléans podría ser un campo de batalla tan decisivo como Sedan.

Traveller volvió y aplicó eficientemente un emplasto a la pierna de Nandron. Mientras sir Josiah trabajaba, Nandron seguía hablando.

—Se dice que el general Trochu —el jefe del Gobierno provisional— no teme por el futuro de Francia; porque cree que Santa Geneviéve, que liberó al país de los bárbaros en el siglo V, regresará para hacerlo de nuevo —rió con algo de amargura.

Pregunté:

—¿No comparte sus creencias?

—Preferiría confiar en los rumores que corren por los bares de la ciudad y que afirman que el mismísimo Bonaparte ha regresado de la muerte, o ni siquiera llegó a morir en su exilio británico, y que vuelve en un gran carro para unirse al Ejército de Gambetta en Orléans y echar a los rusos.

Asentí.

—Boney en persona, ¿eh? Que idea tan encantadora…

Pero Traveller me hizo callar con un gesto.

—Ese gran «gran carro» —dijo con su francés entrecortado—. ¿Dan detalles los relatos callejeros?

—Claro que no. Son rumores de ignorantes y desinformados.

Miré a Traveller con una nueva suposición.

—¿Cree que el carro podría ser el Príncipe Alberto?

Traveller se encogió de hombros.

—¿Por qué no? Imagine al gran navío de antihielo atravesando los campos de Francia, manejado por aquellos intrépidos francotiradores. ¿No llegarían noticias de ese acontecimiento a la desesperada ciudad de París de forma confusa, entremezclándose con esas tonterías sobre el corso?

—¡Entonces debemos dirigirnos a Orléans! —dije.

Pero Nandron añadió:

—Su análisis es erróneo. Ningún hijo de Francia con respeto de sí mismo tendría algo que ver con una máquina británica. Porque la opinión del Gobierno Nacional de Defensa es que la invasión de Francia por la tecnología británica es tan odiosa como la de los bárbaros prusianos…

—Aunque algo más difícil de definir, ¿eh? —dijo Traveller con alegría—. Bien, muchacho, puede que desprecie el mismo nombre de Gran Bretaña; pero a menos que ahora acepte la ayuda británica le va a llevar mucho tiempo llegar a Tours con esa pierna, a pesar de mis milagrosas habilidades curativas.

El francés habló con voz helada.

—Gracias; pero prefiero seguir mi propio camino.

Traveller se golpeó la frente.

—¿No tiene límite la estupidez de los jóvenes?

En un inglés de mucho acento, Nandron dijo:

—Deben entender que no son bienvenidos aquí. No les queremos. ¡Debemos expulsar a los prusianos con la sangre de los franceses!

Me rasque la mejilla.

—Me gustaría que le dijese eso a Gladstone.

Pareció perplejo.

—¿Qué?

—No importa —me puse en pie—. Bien, sir Josiah; parece que esto es todo.

—¿A Orléans?

—¡Claro!

Le dijimos adiós a Nandron, gesto que no nos devolvió, y atravesamos el ordenado viñedo; mi última imagen del testarudo diputado me lo mostraba luchando sobre una pierna sana por recoger los papeles y otros materiales que había traído con tanta dificultad desde el París sitiado.

14

LA FRANCOTIRADORA

—No podemos perder ni una hora —le insistí a Traveller—. Ahora mismo el Príncipe Alberto podría estar acercándose a las fuerzas prusianas; y podemos estar seguros de que cuando entren en batalla la situación de los inocentes en el crucero será aún más precaria…

Traveller se frotó la barbilla.

—Sí. Y sus tontos planes para rescatar a Françoise no se verán precisamente favorecidos por los proyectiles prusianos y franceses volando de un lado a otro. Debemos intentar encontrar al crucero antes de que se enfrente a los prusianos. Y hay otra razón para apresurarse, que posiblemente no se le haya ocurrido.

—¿Cuál?

Formó un puño huesudo.

—Las armas de antihielo.

Yo dije:

—Pero seguro que la preparación de esos dispositivos que ha descrito llevará algo de tiempo, especialmente ahora que ha salido, junto con sus conocimientos, de Inglaterra.

Negó con la cabeza.

—Me temo que no. Diversos cohetes, prototipos de los motores de la Faetón, están completos en mi laboratorio. No les llevará mucho tiempo a los hombres de Gladstone adaptarlos. Y Ned, no debe exagerar mi importancia personaclass="underline" los principios de mis motores de antihielo hubiesen sido comprensibles para Newton; un examen de unos minutos sería mas que suficiente para cualquier competente ingeniero moderno. Incluso mis contribuciones más originales, como el sistema de guía giroscópico, son bastante transparentes.

Me inquietaban sus comentarios.

—Dios mío. ¡Entonces debemos empezar cuanto antes!

—No. —Traveller señaló la luz que se ponía, ya eran casi las cinco de una tarde de otoño—. No sería muy práctico aterrizar la Faetón en medio de un campo de batalla bajo completa oscuridad. Y además añadió—, ha sido un largo día para los dos; apenas han pasado unas horas desde que recibí a Ojos Alegres en mi estudio.

Discutí ese retraso con todas las fuerzas que pude reunir; pero Traveller se mostró inamovible. Y así fue como nos preparamos para pasar otra noche entre las paredes de aluminio de la Faetón. Preparé una comida con el nuevo surtido de carne prensada; Traveller sirvió globos de buen brandy; y nos sentamos junto a la luz de las lámparas en la Cabina de Fumar, tal y como habíamos hecho entre los mundos.

El punto central de la cabina, el elaborado modelo del Gran Oriental, había sido reemplazado por una réplica, por lo que podía ver completamente exacta en todo detalle. El pequeño piano de Traveller seguía plegado en su sitio, un triste recordatorio de momentos más felices.

Durante un rato recordamos el viaje al espacio, pero teníamos la cabeza demasiado llena del día siguiente. Finalmente propuse:

—No es sólo la disponibilidad de sus cohetes experimentales lo que decidirá el programa de esta guerra. Porque seguramente el Gobierno agotará primero los canales diplomáticos disponibles. El saber que Gran Bretaña está dispuesta a usar el antihielo será un maravilloso incentivo para la mente de los continentales.

Él se rió.

—Por tanto, ¿sólo por ser reprendidos por el viejo Ojos Alegres, dejarán las armas como buenos chicos? No, Ned; debemos enfrentarnos a los hechos. Bismarck ya sabía que teníamos antihielo antes de provocar esta guerra terrible y, por tanto, debe haber descartado que Gran Bretaña lo usará. Sólo la detonación de un proyectil de antihielo en medio de las líneas de batalla le convencerá de lo contrario. Y en lo que se refiere a los franceses, Ned, esos tipos luchan por su vida, su honor y su preciosa patrie. Es muy poco probable que respondan a la posibilidad abstracta de las superarmas británicas. Una vez más, sólo el uso de tal dispositivo podría hacerles cambiar de opinión. Por tanto, la diplomacia no tiene sentido; no hay razones para no hacerlo. Y ésos, estoy seguro, son los cálculos que han hecho Gladstone y su gabinete.

Las palabras eran sombrías; tomé un sorbo de brandy.