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Soy la que soy. Casualidad inconcebible como todas las casualidades.
Otros antepasados podrían haber sido los míos y yo habría abandonado otro nido, o me habría arrastrado cubierta de escamas de debajo de algún árbol.
En el vestuario de la naturaleza hay muchos trajes. Traje de araña, de gaviota, de ratón de monte. Cada uno, como hecho a la medida, se lleva dócilmente
hasta que se hace tiras.
Yo tampoco he elegido, pero no me quejo. Pude haber sido alguien mucho menos individuo. Parte de un banco de peces, de un hormiguero, de un enjambre, partícula del paisaje sacudida por el viento.
Alguien mucho menos feliz, criado para un abrigo de pieles o para una mesa navideña, algo que se mueve bajo un cristal de microscopio.
Árbol clavado en la tierra, al que se aproxima un incendio.
Hierba arrollada por el correr de incomprensibles sucesos.
Un tipo de mala estrella que para algunos brilla.
¿Y si despertara miedo en la gente, o sólo asco, o sólo compasión?
¿Y si hubiera nacido no en la tribu debida y se cerraran ante mí los caminos?
El destino, hasta ahora, ha sido benévolo conmigo.